_
_
_
_

El pueblo de Cala despertó ayer tranquilo

Cala, un pequeño pueblo de la sierra onubense, despertó ayer tranquilo. Los mineros que allí viven sólo tenían que recoger los pertrechos acumulados en el interior de la mina y esperar la anunciada visita de Alfonso Guerra, vicesecretario general del PSOE, al filo de las siete de la tarde. Pero los veintiocho mineros, que el sábado pasado abandonaron el interior de la galería tras 32 días de encierro, no están seguros aún de que se vaya a instalar la prometida planta de pellets en Fregenal de la Sierra. "Nos han engañado muchas veces", dicen, "para que ahora sea verdad". Sin embargo, admiten que no tuvieron más opción que abandonar la medida de presión para que el Gobierno pueda dar luz verde al proyecto.

Salir de aquel infierno fue una decisión que tardaron mucho tiempo en tomar. Allí, a mil metros del exterior, lo pasaron mal, pero llegaron a familiarizarse con el ambiente hasta el punto de que durante los dos días de tregua que el presidente del Gobierno exigió para recibir a una representación minera en el palacio de La Moncloa, aquellos trabajadores durmieron en el interior del túnel. Hoy dicen que no dudarían en encerrarse de nuevo si fuera necesario."Mire, yo hasta que no vea funcionar la planta de pellets no me lo creo. Todavía tengo que verlo. Y con mis propios ojos. Llevamos ya muchos desengaños".

-Hombre, Calvo Sotelo dio buenas palabras el otro día.

-No sé, lo tengo que ver. Hasta que no lo vea no lo creo.

Francisco Castaño es uno de los veintiocho mineros que se encerraron 32 días en el fondo de la galería principal de la mina de Cala, en Huelva. Salió el pasado sábado del túnel a las 14.15 horas. El pelo, ensortijado y sucio; los ojos enrojecidos, como si hubiera estado llorando todos esos días. "Yo no me encerré por defender un sueldo de 200.000 pesetas, por ejemplo. Yo me metí ahí -y señala la humeante boca del túnel- por 35.000 pesetas al mes. Si usted quiere es un sueldo de miseria, pero ese dinero me hace falta para dar de comer a mi hijo".

-¿No pensó nunca abandonar el encierro?

-No-, no. De allí no me iba a sacar nadie. Me metí sabiendo lo que iba a hacer y tenía que quedar inconsciente, o una cosa así, para que me sacaran.

Francisco Castaño, el Croqueta, como le llama algún compañero, es minero desde hace ocho años. Ahora tiene veinticinco -"creía que los veintiséis iba a cumplirlos dentro"- y trabaja como conductor de una pala cargadora. "Mi ilusión desde chico era tener la profesión que tengo". Está casado y tiene un niño de un año.

-¿Por qué se encerró en la mina?

-Me encerré porque el Gobierno nos engañó bastantes veces.

-¿Sirvió para algo el encierro?

-Bueno, yo creo que sí. Como dice García Correa -senador del PSOE por Huelva y secretario general de la minería onubense de UGT-, a los doce días de encierro nos recibió un subsecretario, a los veintidós días un ministro y a los 32 el presidente del Gobierno.

-¿Cree que el Gobierno se asustó porque ustedes estuvieran metidos en aquella mina?

-Yo lo único que creo es que tenemos razón y que el Gobierno debe cumplir lo que promete

-¿Volvería a encerrarse?

-Sí, sí. Y estoy dispuesto a hacerlo de nuevo un mes, dos o los que haga falta. ¡Ya está bien de que el Gobierno se cachondee de nosotros como hasta ahora lo es tuvo haciendo!

"Nos dió bastante rabia que las mujeres se encerraran primero"

La dureza de Francisco Castaño no encaja con su aspecto de niño grande a quien se le atragantan las palabras de vez en vez.Hace diez días conoció en persona a Felipe González. "Me ha parecido..., o sea..., una persona; no sé cómo decir".

Cala es un pueblo serrano de casas blancas construidas en perfecta formación a los lados de la carretera. Casi no hay aceras. Los niños juegan al borde de la calzada entre los gritos de atención de las madres y el claxon de los coches. Francisco Castaño nació en Cala, allí conoció a su novia, Antonia, allí se casó y allí vive.

-¿Cómo pasaron los 32 días de encierro?

-Unas veces nos encontrábamos bien, otras con los nervios perdidos. Fueron días para no hacer nada, para jartarse de llorar y eso.

-Antes que los hombres se encerraron las mujeres. Ustedes las relevaron en el interior de la mina.

-Sí, nos dio bastante rabia.

-¿Había estado alguna vez en esa galería.

-Sí, allí me había encerrado ya tres veces. Además la conocía por culpa del trabajo, aunque yo trabajo a cielo abierto.

Cuando los mineros salieron del túnel el pasado sábado, en una de las paredes de la galería quedó colgado un poster de una mujer desnuda. "Sí, sí, yo me acordaba mucho de mi mujer".

Hace casi una semana cinco representantes de los mineros fueron recibidos por el presidente del Gobierno, Leopoldo Calvo Sotelo, en el palacio de la Moncloa. Francisco Castaño nunca se planteó la idea de dejar el encierro y conocer al presidente.

"Todas la mantas que te pusieras eran pocas"

El médico de Cala, Mauricio Prieto, hizo una encuesta entre los mineros encerrados para conocer el cambio de hábitos en el interior de la mina. Y descubrió que el consumo de bebidas alcohólicas se había, cuando menos, duplicado y los fumadores multiplicaban incluso por cinco el número diario de colillas.En los últimos 32 días se recibieron en la Casa del Pueblo de Cala 2.169.799 pesetas en donativos para ayudar a la manutención de los quince encierros que había en la comarca. Con ese dinero se alimentaron 346 personas encerradas en la mina, en iglesias, en escuelas y en ayuntamientos.

-¿Ustedes comían bien?

-Sí, nos traían todos los días buena comida. Nosotros no podíamos guardar allí nada porque con la humedad se estropeaba.

-¿Dormían bien?

-No, yo dormía a cualquier hora. Había mucha humedad y hacía frío. Al principio te echabas en la cama y estabas bien, pero al cabo de un rato todas las mantas que te pusieras eran pocas.

El trastarno de los tiempos de descanso y la tensión nerviosa provocaron frecuentes pesadillas.

Francisco Castaño, nada más salir de la mina se abrazó a su padre, Telesforo, de 53 años, quien también permaneció los 32 días en la galería. Entre el medio millar de personas que aguardaba la llegada de los mineros, estaban su mujer y su hijo. Antes nunca la había tenido". Su mujer, Antonia, caminaba nerviosa.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_