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Crítica:TEATRO / 'CORONADA Y EL TORO'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El sueño del teatro total

Zarzuela loca, esperpento esperpentizado, charivari popular, Coronada y el toro, de Francisco Nieva, tiene esos dobles, triples fondos de lenguaje de que es capaz su autor. Cuenta, a su manera, una historia de represión: hay un alcalde de pueblo, flanqueado por el cura, apoyado en unos alguaciles de susto, y hay una hermana, moza pasada y ardida, con ensueños eróticos en su tocador. Coronada está escrita hace años. Todo induce a pensar que tenía, entonce , un valor simbólico o, por lo menos, que el público podía dar unas claves a su lectura escénica: el autócrata y España. El esquema se mantiene con un cierto anacronismo, pero no hemos de ser -los espectadores- tan ingenuos como para suponer que represiones y negruras fueron sólo de ese período, que ya estamos libres para siempre y que no se pueden reproducir en cualquier revuelo. Nieva derrocha por sus personajes un lenguaje que le es propio: es uno de esos escasos escritores españoles que crean su propia escritura.La vecindad y casi simultaneidad de cultismos y voces y frases de vulgo; la invención de verbosla prosopopeya burlona; las alusiones contínuas a elementos castizos; la forma de valorar cada palabra y darle significados lúcidos, ocultos muchas veces por el aburrimiento del uso, son el tejido de esa literatura teatral. Hay una burla, un humor, una ironía, que son capaces al mismo tiempo de engarzar en ellos un dolor, una pasión y un amor. El viejo río castellano, de Quevedo a Umbral, de la novela picaresca a Gómez de la Serna y a Valle Inclán, se urden en el diálogo. Pero la historieta, el ejemplo, no se cuenta sólo con palabras. Nieva tiene una idea del teatro total: lo explica siempre en un sueño a veces utópico.

Coronada y el toro, de Francisco Nieva

Intérpretes: José Bódalo, Esperanza Roy, Miguel Caiceo, Paco Maestre, Manuela Vargas, Ana María Ventura, Julia Trujillo, Francisco Vidal, Juan Carlos Montalbán, Alfonso Vallejo, Joan Llaneras, José María Pou, Douglas McNicol, Iñaki Guevara, Carlos Creus, Joaquín Arjona, Manuela Madrid, Paloma Voselle, Lola Peno, Miguel Angel Gredilla, Ayonso Romera, De Miguel-Bilbao, José Luis Matienzo, Francisco Ledesma, Juan Ramón Sánchez, Ricardo Lozano, Carlos de Yebra. Figurines de Juan Antonio Cidrón y Francisco Nieva. Escenografía de Francisco Nieva. Coreografía y movimiento de Arnold Taraborrelli. Música y montaje musical de Josemi y Concha Barral. Dirección de Francisco Nieva. Estreno: teatro María Guerrero, 29-4-1982.

Hay en nuestro tiempo espa:ñol una especie de enfrentamiento entre dos poderes del teatro, el del autor y el del director. A veces, en una misma obra, van por caminos distintos. Es curioso que este problema no se resuelva cuando el autor y el director son una rnisma persona, como en este caso de Nieva. Inventor de un espectáculo brillante, saturado de efectos, rico de sonidos, música, luces, figurines, decorados, sorpresas, muchas veces ahoga su propio verbo con su dirección, con su espectáculo. El espectáculo va en el mismo sentido que el texto, naturalmente: si la plástica va por el camino de

Zuloaga -el traje del alcalde, las mozas, el ocre del decorado- hasta perderse en Solana; si las músicas distorsionan españoladas -una, la España de Chabrier, insistente; las demás compuestas ya para esta obra-, si la interpretación es un remedo de la zarzuela y el drama rural, es porque todo ello concuerda, se conjuga con el texto. Pero lo ahoga.

Ahogo del texto

Cuando se quiere destacar todo, no se destaca nada. A este ahogo del texto contribuye la dirección de actores. Es una sorpresa y un sueño de hallazgo que un personaje importante de la obra lo interprete: la bailarina Manuela Vargas; pero de ahí a conseguir que diga su texto, entregada por primera vez a este género, con la solvencia necesaria, hay una considerable distancia; su voz de madrugada con marrasquino tiene unas resonancias profundas, pero se le va el filnal de las frases. Es una presencia, porque tiene ese carisma de llenar el escenario cuando está ella, con su cuerpo insigne. Pero a la hora de hablar y de interpretar quien brilla es Esperanza Roy, tan hecha a las tablas, tan viva, tan capaz, tan dueña de su personaje; o la inteligencia de José María Pou, al modular las ambigüedades de su gran personaje; naturalmente de José Ejódalo, con un papel menos caracterizado, más a contra de obra; o la solvencia de Francisco Vidal, la de Joan Llaneras. Desde luego, la excelente pareja de Ana María Ventura y Julia Trujillo, el vozarrón de Alfonso Vallejo... Parece como si Francisco Nieva hubiese estado atento a otros efectos que a los que estos actores podrían haber hecho con su propio lenguaje, con su escritura: muchas frases se pierden, por dichas "entre paño y bola", como dice el argot teatral, por no haber acentuado su teatralidad. Por volcarse al espectáculo.

Espectáculo que se lleva al público. La acentuación de lo vistial, y el excelente estilo con que esta plástica se resuelve en movimientos, grupos, maquillajes, fijaciones de gestos, terminan por dominar; crean, además, una espectativa, unas ganas de que lo ya visto pase pronto para gozar de un nuevo hallazgo, una necesidad de que Nieva siga siendo el inventor, el imaginador, el taumaturgo. Mucho de estos inventos se acogen con aplausos durante la representación, incluso con perjuicio de lo que se está diciendo. En esto también Nieva busca ese camino que ya se descubrió en el Siglo de Oro, y aún antes: que el público español es impaciente,y había que darle velocidad a la representación y trufarla de canciones y juegos.

Con todo ello se llega a lo que en el teatro espectacular de antes se llamaba apoteosis final, con su Deus ex machina y la celeste ascensión de los buenos y la continua tortura del los malos por sí mismos, por su cerrazón y su represión de sí mimos. Se llega entre aplausos, risas y sorpresas, hasta una ovación final larga, acrecentada ante la aparición de Francisco Nieva en el escenario entre sus personajes.

El espectáculo, en su estreno, tuvo algunas de las imperfecciones que pueden suceder en un medio artesanal donde las nuevas técnicas entran con dificultad y desconfianza; sobre ellas, corregibles en interpretaciones siguientes y apenas perceptibles para el público, vive la caricatura, la reflexión profunda de una España negra que el autor critica como con amor final, como con ternura.

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