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Informar desde la capital del miedo

"Trabajar en Beirut como periodista es llevar consigo el miedo como se lleva consigo el carné de apuntes. Es ser permanentemente consciente de que no se puede hacer nada para protegerse y de que nada ha ocurrido nunca a un asesino", escribía hace un par de meses John Kifner, corresponsal en la capital libanesa del diario norteamericano New York Times. Esa opinión podría haber servido de fundamento para el rodaje de la película Círculo de engaños.

Para quien dude de la veracidad de las palabras de Kifner, los catorce periodistas muertos o desaparecidos durante la guerra civil libanesa -trece árabes y un belga- y los cinco corresponsales occidentales que tuvieron que abandonar el país estos dos últimos años por motivos de seguridad constituyen la mejor prueba de los riesgos que conlleva informar desde el principal foco de noticias de Oriente Próximo.

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Las múltiples guerras de Líbano han causado la muerte en siete años de 95.000 personas. En un país en el que en una semana rutinaria, la del 19 al 25 de marzo, perdieron la vida 131 personas a causa de la violencia política que enfrentó a izquierdistas y chiitas, sirios y falangistas, baasistas proiraquíes y comunistas, palestinos e israelíes; en una ciudad en la que se producen dos atentados al día y en la que imponen su ley unos 55.000 hombres armados pertenecientes a unos cuarenta ejércitos o bandas armadas que defienden los intereses más contrapuestos, los diplomáticos, árabes y occidentales, están optando por marcharse. Los periodistas, en cambio, permanecen.

Para Zeev Chafets, director de la oficina de Prensa del Gobierno israelí, el precio que tienen que pagar por su permanencia es demasiado alto. Chafets acusó en febrero a los principales medios de comunicación occidenta les de someterse al terror propiciado en Beirut por sirios y palestinos, aceptando informar muy parcialmente sobre ciertos hechos como la "guerra civil" imperante en Siria.

Líbano no es, desde luego, Israel, donde, por ejemplo, un teléfono suena simultaneamente en las casas y oficinas de los corresponsales para comunicarles las últimas noticias. En Beirut la red telefónica, exhausta por años de guerra civil,- difícilmente permite llamar de un punto a otro de la ciudad.

Pero, una vez superados los impedimentos materiales o las trabas burocráticas, empieza en el momento de escribir, según Peter Meyer Ranke, corresponsal para Oriente Próximo de la cadena alemana Springer, la "autocensura y el silencio".

Es cierto que la presencia en Líbano de 26.000 soldados sirios integrados en la Fuerza Arabe de Disuasión y de otras bandas controladas por Rifaat el Assad, hermano del presidente sirio -pero no la de los palestinos que suelen proteger a la Prensa extranjera-, incita a los corresponsales a omitir mencionar algunas fuentes, a comprobar con celosa escrupulosidad la veracidad de algunas informaciones y a coordinar sus crónicas para escribir todos lo mismo y al mismo tiempo. Pero todo lo que es noticia se acaba escribiendo. Ahí están, por ejemplo, en las páginas del Financial Times de Londres los principales acontecimientos acaecidos en Siria, incluidos los 10.000 muertos de la represión siria en Hama, o en las del New York Times la lista de los periodistas que fueron agredidos o amenazados por los hombres de Damasco.

Bernd Debeussman, corresponsal de Reuter herido de bala por un desconocido tras haber informado del intento de asesinato del presidente sirio Hafez el Assad, tuvo que abandonar Líbano, como también lo hicieron los dos corresponsales de la BBC Tim Llewellyn y James Munir, que dieron cuenta del mismo atentado. La BBC acabó por cerrar su oficina de Beirut, la más importante de Oriente Próximo, trasladándose a Nicosia. Otros periodistas, directamente amenazados por individuos allegados a Damasco, como Jorg Stocklin, de Le Figaro, o Larry Pintack, de la cadena de televisión norteamericana CBS, no tuvieron más remedio que emigrar de Beirut. A pesar de todo, la Prensa internacional sigue informando desde lo que el New York Times llama "la capital del miedo" o el semanario francés L' Express "la capital mundial del terrorismo y del crimen impune".

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