Réplica a la sobrina de Ramón J. Sender
El pasado miércoles 14 de abril publicó este diario una carta de Magdalena Maes Barayón, sobrina del escritor Ramón J. Sender, tildándome de mentiroso, ignorante de un tema relacionado con la historia local de Zamora y supuestamente incapaz de cualquier clase de respeto por la persona humana.Román de la Higuera no miente jamás, no ha delatado nunca a sus antiguos camaradas, conoce bastante bien lo que sucedió en Zamora cuando la guerra civil y sabe sentir con profundo dolor todo lo concerniente a la conculcación de los derechos humanos.
Fíjese bien en esta perla informativa que usted nos proporciona como argumento para desacreditarme por haber afirmado que Amparo Barayón militaba al lado de las fuerzas "de la derecha de toda la vida"; la incoherencia es tan rotunda, tan apabullante su contenido ideológico que solamente un disminuido mental podría desmentirme de lo que yo dejé sentado en mi carta publicada en esta misma sección el pasado 3 de marzo. Poniendo por delante que mi respeto a Dios y mi temor al diablo corren parejos, se me ocurre retar a ambos para que le aclaren a usted este barullo mental entrecomillado, que se ha ideado para vapulearme a su disparatado antojo: "No es cierto lo que De la Higuera dice en su contra, que ella era la clásica señorita de derechas. ERA, ESO SI, FERVIENTE CATOLICA. No tiene esto que ver con que fuera de derechas o de izquierdas, y su Iglesia no la asistió en los últimos momentos". ¡Por favor, estimada señora!, cuando en este país a una persona, la que sea, se la conoce por su ferviente catolicidad, tiene la ineludible obligación de pertenecer... A LA DERECHA.
Esta doña Magdalena de mis pecados se permite aventurar sobre mi ignorancia cuando dice: "De la Higuera, que tanto sabe de ella, es que antes que Amparo fueron asesinados sus dos hermanos varones, uno comunista y otro teniente de alcalde en el último Ayuntamiento republicano de Zamora, pertenecía al Partido Socialista". Se refiere a Saturnino y Antonio Barayón, a quienes conocí mejor que ella por mis frecuentes visitas en unión de mi padre a la Casa del Pueblo, donde los cuatro éramos asiduos luchadores por una verdad que se hallaba más cerca de los textos de Ramón que de las oraciones recomendadas por el obispo Ochatorena.
"La verdad que ha sido silenciada y es hora de que se conozca". Esto es suyo. Pero igualmente de su exclusiva propiedad es esto otro: "Además, creo que es hora de que dejemos de tirarnos los muertos a la cara unos y otros. Ya es hora de caminar juntos y tratar de olvidar". Pero..., ¡señora! Si, por un lado, usted nos dice que ya ,les hora de que se conozca", y más adelante aconseja que tratemos de "olvidar", nos deja atónitos, confundidos y sin saber a ciencia cierta cuál es la opción o camino que debemos tomar en un asunto tan importante como la verdad histórica. Usted y yo podremos perdonar las barbaridades que con nosotros cometieron; ellos, "los buenos", también pueden -aunque lo dudo- hacer lo mismo; pero la historia, amable paisana, es otro cantar de rígidas normas que debemos respetar con armonía el conjunto de intérpretes, y los que estamos en el secreto de cualquier trozo de ese patrimonio tenemos el deber de aportarlo, dando con ello facilidades a los especialistas de esta rama del saber, para que no se hunda definitivamente en el oscuro túnel de las futuras especulaciones.
Con Franco y sus dóciles obispos las leyes de la República fueron abolidas y la intolerancia clerical se mostró inflexible con los matrimonios, que, según ellos, no se habían realizado como Dios manda, así es que cuando usted dice: "El nombre del cura que negó la absolución, a pie de tumba, a mi tía por no estar basada por la Iglesia" ese sacerdote no hizo ni más ni menos que lo que presumiblemente sería entonces el Código Canónico vigente, de lo que se deduce que ni usted ni su marido durante más de cuarenta años no han sido sobrinos de mi admirado Ramón J. Sender.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.