Ingenuidad
El esfuerzo necesario para realizar una película no viene siempre justificado por las intenciones que la presiden. Hay autores que se utilizan a sí mismos como únicas referencias válidas para analizar la actualidad, sin comprometerse en una objetivación que enriquezca su punto de vista. Es este el caso de Juan José Porto que, a lo largo de media docena de largometrajes, ha insistido en narrar aspectos diversos de su biografía, centrados fundamentalmente en peripecias amorosas aunque también, tangencialmente en algunos datos sobre la realidad social.En Las trampas del matrimonio, su último título hasta el momento, esas referencias se concretan en algún disperso chiste sobre parlamentarios en activo que quedan desvaídos en la vida de los personajes de la película, jóvenes periodistas cuyo ideario político se nos escamotea, aunque no sea imposible de imaginar. El fracasado matrimonio del personaje central -director de un pequeño periódico provinciano- posibilita un nuevo romance. En él, se dan cita las intenciones del autor, que récuerda con generosidad las emociones adolescentes.
Las trampas del matrimonio
Guión y dirección: Juan José Porto. Intérpretes: Virginia Matais, Pedro del Corral, Miguel Arribas, María Kosti. Española 1982. Drama. Local de estreno Azul.
Los componentes de este trío amoroso no justifican sus reacciones más que en una vaga dimension de lo romántico, desconectada de la madurez y, en todo caso, privada. Poca comunicación la de estos seres que no ocultan su mediocridad.
Porto ha ido escalonando a lo largo de sus películas lo que probablemente considera un panorama general sobre el sexo, desde la pubertad -El último guateque- hasta esta crónica de un adulterio treintañero. No ha sabido, sin embargo, trascender sus recuerdos a una generalización que implique a los espectadores. Probablemente, la ausencia de una suficiente imaginación cinematográfica a tono con las exigencias del público actual, reemplazada además por cierta torpeza impropia de un experto, ha condicionado esta falta de éxito.
Es necesario que algunas películas se exijan a sí mismas al menos en la medida en que, posteriormente, exigen la complicidad de los temas. Un cine poco profundizado, con escaso rigor, anula incluso las posibilidades de los actores, reducidos por la superficialidad del texto y la puesta en escena a estereotipos inverosímiles.
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