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Tribuna:Memorias de Sadat / 2
Tribuna
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"Hemos dado un primer paso hacia esa solucion justa y total que buscamos"

En este nuevo capítulo de las Memorias del asesinado presidente egipcio Anuar el Sadat, el rais cuenta los primeros pasos que dió para intentar llegar a una solución "justa y total" del conflicto de Oriente Próximo. Tras evocar en anteriores capítulos la guerra de los "seis días" en 1967 y sus relaciones son el sha de Iran, Sadat menciona ahora sus buenas relaciones con el presidente Jimmy Carter, su desconfianza hacia el jefe de Estado sirio Hafez el Assad, las contradicciones del líder palestino Yasir Arafat y la coherencia de algunos argumentos israelíes.

He aprendido que la pureza de intención ayuda grandemente a crear un ambiente que lleve a una solución de las cuestiones más difíciles y complejas. Así sucedió cuando empecé a pensar en una forma de resolver el problema más difícil y complejo que tenemos: el conflicto árabe-israelí.Es cierto que todavía no se ha conseguido una solución global al problema, pero también es cierto que hemos dado un primer paso hacia esa solución justa y total que buscamos.

El comienzo no fue fácil.

Todo empezó cuando el presidente norteamericano Jimmy Carter me invitó a visitarle en febrero de 1977 justo un mes después de haber ocupado el cargo de presidente de Estados Unidos. El problema del conflicto árabe-israelí fue la base de nuestras conversaciones en Washington. La agenda de conversaciones constaba de tres temas:

1. El tema de las tierras árabes ocupadas tras la guerra de 1967.

2. Las relaciones entre árabes e israelíes.

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3. La cuestión palestina, que considerábamos la base de todos los problemas.

Yo, personalmente, añadí un cuarto tema a la agenda: la situación en Líbano. Había estallado la guerra civil en ese país, con numerosas de implicaciones.

No diferimos grandemente en nuestras conversaciones sobre el primer tema relativo a los territorios árabes ocupados tras la guerra de 1967. Sin embargo, no estábamos de acuerdo en el segundo. Quedó patente cuando le dije a Carter: "¿Cómo puede pedirnos que mantegamos relaciones normales con los israelíes cuando siguen ocupando nuestras tierras? Israel está deseando normalizar las relaciones antes de llegar a un acuerdo sobre retirada de esos territorios para poder justificar su ocupación, de igual manera que en otra ocasión utilizaron razones de seguridad de Israel como pretexto para ocupar las tierras de otros pueblos. La guerra de octubre desmintió la teoría de la seguridad israelí. Como consecuencia, han encontrado una nueva excusa: su petición de establecer relaciones normales con los árabes antes de aceptar su retirada".

También le dije a Carter: "Es totalmente inaceptable que los israelíes nos exijan que normalicemos las relaciones antes de acordar el final de la ocupación y fijar unos plazos que especifiquen las etapas en que se debe realizar la total retirada israelí de las tierras árabes. Hablar de normalizar las relaciones mientras dure la ocupación israelí de nuestras tierras es inaceptable para cualquier árabe".

Carter le convenció

Discutimos ese tema ampliamente. Carter no lograba convencerme de su punto de vista. Pero, no obstante, la visita fue muy importante; prometimos trabajar juntos para resolver el conflicto árabe-israelí sin importar las dificultades.

Recuerdo mis palabras a Carter: "Nunca perderemos la esperanza. Encontraremos con toda seguridad una solución a todos nuestros problemas. Lo que importa es que mantengamos un contacto directo entre los dos para poder intercambiar puntos de vista sobre todos los pasos que damos". Carter era sincero en sus promesas. Quería participar en la búsqueda de una solución global, aceptable a todas las partes.

Fue el primer presidente norteamericano que exigió continuamente el derecho del pueblo palestino a tener su propia patria. Ningún otro presidente norteamericano antes de Carter se había atrevido a expresar esa opinión. Tan sólo Carter tuvo el valor de expresar firmemente su opinión. Rápidamente se ganó el odio y la ira del sionismo internacional, que hizo todo lo que pudo para destruirle.

Arafat, contradictorio

Que Carter se viera enfrentado a la enemistad de los sionistas e israelíes es comprensible. Lo que es difícil de entender es el antagonismo de los árabes hacia el único presidente norteamericano que había pedido una patria para el pueblo palestino. A nadie más se le había ocurrido hacer tal cosa desde la época de Harry Truman, cuando se creó el Estado israelí, hasta el mismo momento en que Carter llegó a la presidencia.

Recuerdo la ocasión en que el príncipe heredero Fahd, de Arabia Saudí, fue a Washington y le dijo a Carter: "Esté tranquilo. Yasir Arafat ha aceptado la resolución 242 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas" (que reconoce el derecho de Israel a existir como Estado dentro de unas fronteras seguras). Fahd añadió: "Aquí está la firma de Arafat en este documento escrito dando fe de ello". Al día siguiente, Arafat anunció que no reconocía la resolución 242 y que no había hablado sobre este tema con el príncipe Fahd.

El príncipe Fahd estaba furioso. En cuanto regresó a Arabia Saudí emitió una violenta condena de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) en la que hacía referencia a la firma del documento.

Ya se había dado cuenta anteriormente de cómo tenía que tratar con Arafat y sus seguidores. Desgraciadamente, yo nunca seguí ese procedimiento en mis relaciones con Arafat. La gente de la OLP venía a verme y aprobaban temas y resoluciones, pero en cuanto las hacia públicas negaban con evasivas que ellos tuvieran nada que ver.

Carter recibió el mismo tratamiento de los sirios. Le confundían y le volvían loco, agotándole.

Al principio acordaron con Carter que los árabes deberían acudir con una sola delegación para negociar con los israelíes, y no como grupos separados. Carter me pidió mi opinión. Conociendo las maniobras políticas de los sirios, rechacé la prolpuesta, y le dije a Carter: "Una delegación no conseguirá nada. La conferencia se convertirá en una subasta de interminables consignas".

Tras eso, todo quedó paralizado a consecuencia de la insistencia de Siria en sus peticiones. Tras un tiempo, Carter volvió a ponerse en contacto conmigo e insistió convencerme para que aceptara el punto de vista sirio.

Me dijo: "Si los árabes acuden como una sola delegación se beneficiarán los palestinos. De esa forma podrán estar representados. Israel no pondrá objeciones a la presencia de un representante palestino dentro de una delegación única, pero si acuden como una delegación independiente no lo aceptarán". Sabía que esto era otra cosa maniobra de los sirios, pero, no obstante, acepté la propuesta de Carter.

El incumplimiento sirio

Los gobernantes sirios estaban sorprendidos. Se encontraban en una situación altamente embarazosa. Se había despejado el camino hacia la conferencia, pero, en realidad, no tenían ningún deseo de que la conferencia se celebrase. Se volvieron atrás, negándose a participar con una delegación única. Empezaron a poner pegas sobre la forma de constitución de la delegación, oponiéndose continuamente a todo lo que se les proponía.

Carter no sabía cómo manejar a los sirios, pues eran las primeras negociaciones que tenía con ellos. Se imaginaba que respetarían su palabra, y se sorprendió cuando vio que la palabra de un sirio es, en realidad, mil y una palabra, y que lo que aceptaban un día lo rechazaban al siguiente y lo volvían a ceptar al otro.

Carter estaba cada vez más perplejo. No sabía qué hacer. Tomó la pluma y me escribió una carta autógrafa, enviándola por un intermediario. Ni la Embajada norteamericana en El Cairo ni la Embajada egipcia en Washington conocían el contenido del mensaje autógrafo.

Carter me confesaba su asombro ante estas maniobras políticas, cuyo objetivo no alcanzaba a comprender plenamente. Había estado trabajando para buscar una solución al problema y se imaginaba que con eso bastaba para conseguir la colaboración y la gratitud de todos los países implicados. Consecuentemente, le habían sorprendido las maniobras, y estas complicaciones le habían dejado sin saber qué hacer.

Respondí a la carta de Carter asegurándole que mantenía todavía la promesa que nos hicimos durante mi estancia en la Casa Blanca. Encontraríamos una solución que nos sacara del círculo vicioso en el que estaban intentando encerrarnos, y además lograríamos también una solución global al conflicto árabe-israelí.

Reconozco que cuando escribí mi respuesta a Carter no tenía en mi mente ninguna idea concreta sobre la forma de esa solución global. Lo único que tenía eran buenas intenciones, junto con una gran decisión.

La pregunta de Beguin

Me senté a pensar. Ante mí se agolpaban todas las posibilidades.

Recordé cómo solía retar Beguin a los árabes, diciendo: "Vosotros, árabes, tenéis un problema con nosotros. Tenemos vuestras tierras. Tenéis una serie de derechos de los que habláis y estáis siempre exigiendo. ¿Cómo podéis recuperarlos sin sentaros a negociar con nosotros?".

Era una pregunta que Golda Meir había dirigido a los árabes antes de Beguin. Era una pregunta que todo el mundo repetía. Nuestra imagen, a los ojos del mundo, no era nada agradable. Exigíamos nuestra tierra, pero nos negábamos a pedírsela a quienes la estaban ocupando. Exigíamos nuestros derechos, pero nos negábamos a sentarnos con quienes nos los habían quitado.

Lo único que hacíamos, y lo único que todavía hoy siguen haciendo los árabes, era quedarnos en nuestras capitales y amenazar a Israel y a sus amigos. Todos los días oíamos a un dirigente árabe que amenazaba a los dirigentes israelíes, exigiéndoles que nos devolvieran las tierras ocupadas; "sino...". Luego dirigiría otra advertencia a Estados Unidos para que presionara a su protegido Israel; sino .... Habíamos hecho la guerra de octubre..., y Dios nos había dado la victoria. Gracias a ella nos hemos demostrado a nosotros mismos de lo que somos capaces y hemos recuperado la confianza en nuestra capacidad. ¿Por qué no dejar a un lado las consignas y pensar otra vez en cómo resolver el problema de una forma moderna que el mundo civilizado pueda comprender?.

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