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Tribuna:El proceso por la rebelión militar del 23 de febrero
Tribuna
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Estado de necesidad

El ámbito físico del proceso es un escenario en el que caben todas las improvisaciones e intoxicaciones. La última, filtrada por un general, reside en que el día 26 del presente mes esta historia se termina por la vía del Sol y Sombra del que nos viene desde hace semanas escribiendo el diario El Alcázar. A tenor de esta teoría contada subrepticiamente al calor de las confidencias familiares, el Sol (que se eleva por el este) correspondería a una Región Militar que pondría en breve pies en pared; y la Sombra a otra Capitanía (al oeste de la anterior) que la secundaría en la acción subversiva, en una tenaza militar sobre Madrid. Nueva inyección de tonterías sobre Campamento, y sobre esta sociedad, que no hay más remedio que estudiar en esta película abstrusa en la que todo es posible.El día, que se pensaba duro en función de un fin de semana terrorista que a todos nos tuvo con el alma en vilo, transcurrió a este respecto sin pena ni gloria. Pasaron comandantes por la mesita de los testigos hasta llegar al primero de los paisanos (las defensas han renunciado a varios deponentes) el periodista Juan Plá. Adujo que Carrés podía haber sabido de antemano las intenciones de Tejero, pero el caso es que en la declaración de Tejero ya quedaba Plá como supuesto sablista y moroso y no cabía esperar una declaración cariñosa desde este antiguo director de El Imparcial. Mala representación la de la prensa en este juicio. Uno de los periodistas que cubren esta causa se lamentaba hace unas fechas de la duración de la misma, que se solaparía con las elecciones andaluzas -"donde se puede ganar mucho dinero"-; acaso tanto como el que se puede estar repartiendo para favorecer la imagen de los implicados. En cualquier caso, uno de los importantes fracasos del periodismo investigativo español reside en este juicio del 23 de febrero. Nadie está contando lo que existió detrás del espejo.

Por lo demás cabe un relato detallado de la jornada de ayer de Campamento (que ustedes hallarán en páginas posteriores) pero no un análisis de este día, fuera de la consideración de estos justiciables como salvadores de una situación de la patria. En principio sería necesario reflexionar sobre el escaso apego que tantos príncipes de la milicia han demostrado por la institución monárquica a lo largo de nuestra Historia. No hay Rey perdido que no haya escuchacio previamente el canto de las sirenas de Ulises en forma de ruido de sables. En una visión retrospectiva de la larga lista de asonadas que cargamos a las espaldas, son legión los cuartelazos mero fruto de la vanidad personal, el egoísmo corporativo o la simpleza política, que se han envuelto en la manta de la defensa de la Corona para guarecerse de posteriores inclemencias.

Es un proceso, antes psicológico que político, que arranca del desmoronamiento del Ejército y del Estado tras la invasión napoleónica y el nacimiento de los caudillos populares. A partir de ahí nace el "problema militar" español y no hay jefe de partido o espadón de éxito que no aspire a salvar a la República o al Rey. Los "espadones" y los "bonitos" se convierten así en el paisaje disturbador de la política española. Y todo ello con una traslación mutua de los peores defectos -del Ejército a la sociedad y de esta hacia las Fuerzas Armadas- detectable en las aristas expeditivas de nuestra más reciente historia: desde la barbarie de nuestras guerras civiles al elevado número de generales que aquí se han pasado por las armas, pasando porque esta tierra ha generado dos invenciones moralmente contestadas desde niveles superiores de civilización: los campos de concentración (la isla de Cabrera, suplicio y miseria de franceses derrotados en Bailén) y las "aldeas estratégicas" inventadas por el general Weyler en Cuba para aislar a los rebeldes contra España y cruelmente copiadas y mejoradas por el general Westmoreland en la última guerra de Indochina. Una historia de crueldades, retiradas coloniales, perdida del élan y hasta del espíritu inspirador de Beau Geste, y ulterior intervencionismo interior en el supuesto inadmisible de que el fracaso militar es consecuencia de la corrupción e ineficacia civil.

Nada nuevo aunque en esto España fuera pionera. Por ese camino de Damasco han pasado los Ejércitos de Francia- humillados sucesivamente por Hitler, Ho Chi Minh y Ben Bella-, de Gran Bretaña -Mountbatten evitó una guerra de liberación india contra Londres dejando la escabechina a manos de hindúes y musulmanes- y hasta de Estados Unidos, curado en su retírada vietnamita por el precedente de un presidente mediocre como Truman que para los pies a un César como Mac Arthur, proclive a destruir la democracia americana.

Y un heredero de estos Ejército, en busca de su identidad perdida se sienta inquieto en el banquillo de terciopelo de Campamento: Jaime Milans, descendiente directo -precisamente- de un caudillo popular del XIX. No cabe interpretar su pensamiento, pero puede deducirse que no termina de creer que se encuentra encausado, sentado en un banquillo y a la es pera de la sentencia sobre sus mal dades civiles. Ya ha dado pruebas de ello; él y la mayoría de los jefes del Ejército que le acompañan en el trance. Se aferran, además de a su soberbia, a dos escarpias legales: obediencia debida a un superior y estado de necesidad. La su puesta obediencia golpista a un mandato real cae por su peso ante el simple comportamiento del Rey en la tarde y noche del 23 de febrero. Y lo del estado de necesidad es el mayor error de apreciación mili tar desde la carga de la brigada ligera en Balaciava. Lo del estado de necesidad no lo arguyeron ni los antifranquistas en su larga lucha contra la dictadura, por cuanto esgrimían valores de más alta cota de moralidad política. Pero no estaría de más, ahora que tan de moda está recordar los balances negros de la democracia, tirar de viejos dagerrotipos: miseria y hambre fisica, gasógeno y aislamiento internacional vergonzante, guerrilla urbana y rural durante años y con bajas de la Guardia Civil típicas de guerra, penicilina ob tenida de contrabando en los ba res de prostitución de Madrid, atentados directos contra los aparatos de la seguridad del Estado, garrote y fusil contra quienes disentían, tercermundismo, metílico, Redondela, Matesa, Ribadelago, inundaciones mortíferas en el Vallés, Valencia y Sevilla, pobreza cultural, desprecio exterior, sometimiento militar al Ejército estadounidense, accidente nuclear en Palomares, derrota táctica ante Marruecos en lfni, descolonización antiespañola en Guinea, salida del Sahara faltando a la pala bra de Estado dada al Polisario y a las Naciones Unidas, etc...

Es verdad que el terrorismo que ahora soportamos es intolerable; pero lo es esencialmente para unos millones de españolas y españoles que nada tuvieron que ver con los errores políticos que dieron pie a las barbaridades de hoy. Estos crímenes que ahora padecemos son recusados por la ciudadanía, pero no pueden ser traídos a cuento por los golpistas como estado de necesidad. No se trata de someter ahora a proceso a una determinada forma de régimen, sino a unos soldados perdidos que han jugado sus cartas contra el viento de la Historia. Es una tentación tan vieja como el hombre entregado al oficio de las armas y que no tiene por qué mover a compasión o comprensión legal. Tampoco a desprecio: nadie se solaza imaginando a estos soldados en pijama de rayas ni nadie pretende arrebatarles sus dignidades noblemente ganadas. Pero ya está bien de presentarles bajo esa luz artificiosa de mártires de los buenos deseos de la comunidad. Si hubieran ganado ya estarían mandando sin contemplación . Ahora han perdido y se ven sometidos a una ley clemente que les permite servirse de las libertades que querían derogar.

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Y si este juicio se termina bien, con grandeza para todas las partes implicadas -sociedad civil, milicia, encausados, defensores, fiscal, prensa- podríamos encontrarnos felizmente abocados a la desaparición del problema militar español, y a la dedicación de nuestros soldados al desafío tecnológico que tienen por delante y al olvido de la tentación interior como resultante de frustracciones históricas. La última ofensiva de ETA nada tiene que ver con este asunto, por más que la utilicen los jabalíes del juicio. El pacto del capó -que acabará injurídica e impolíticamente poniendo en la calle a los tenientes de la Guardia Civil- tampoco tiene roces con esta historia. Aquí no hay otro estado de necesidad que la mala suerte de un país que, ante sus problemas, ha de comprimirse en el escaso espacio que media entre la primera silla de Milans y la última -vacía- de Carrés. Eso sí que es un estado de necesidad. Y ese es el chantaje vacuo del que hemos de escapar.

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