Había poco que promocionar en la novillada de ayer
Plaza de Las Ventas. 12 de abrilNovillos de El Almendral, desiguales de trapío, mansos Miguel Abellán, Juan Gaona, Pelucho y Angel Cuenca, silencio. Antonio Amores, aplausos y pitos cuando saluda. Villalpando, palmas.
La empresa de Las Ventas, con muy buen criterio, dio ayer a seis novilleros la oportunidad de lucir su arte en la primera plaza del mundo, dentro de un plan de promoción que tanto piden, y sin duda necesitan, los que militan en el escalafón inferior de matadores. El balance, sin embargo, resultó desolador: había muy poco que promocionar.Salió el primer novillo, escurrido y con pecho de tabla, al que Miguel Abellán se esforzaba por ligarle los pases, y los dedos se nos hacían huéspedes. Pensábamos que la seriedad del coso exigía más esmerada presentación en las reses y que un novillero con deseos de abrirse camino debe aportar más generosa entrega, aunque el enemigo tenga genio, como era el caso.
Cuando salió el segundo novillo y lo recibío el segundo novillero ya estábamos arrepentidos de tanta exigencia: casi todo lo que sucedió en la tarde, a partir de ahí, fue peor. Algunas reses eran de tipo sardina y la mayoría no sólo mansas, sino amoruchadas; los espadas se mostraban demasiado inexpertos y precavidos si es que soñaron con comprarse un cortijo. Unas escalofriantes volteretas -que no cuentan, por lo que tienen de desagradables- y un par de banderillas de Orteguita, prendido con facilidad, apenas pudieron sacudirnos la modorra. De cualquier forma, a la altura de lo de Orteguita, ya eran casi las ocho y la fiesta había empezado a las 18.00 horas.
Dos horas no ya de derechazos y naturales -que es lo habitual en la neotauromaquia- sino de presumibles intentos de instrumentar derechazos y naturales, es mucho tiempo, y que nos perdonen los espadas, cuya buena voluntad se supone. A Juan Gaona y Villalpando les justifican un poco las dificultades de sus novillos, que eran inciertos, mientras a Pelucho no le justifica nada que fracasara con un chico, flojo y revoltosillo ejemplar. Angel Cuenca se midió con escaso ánimo y menos recursos a un moruchón aquerenciado en toriles. Antonio Amores toreó a la verónica, sacó algún pase limpio, pero se embarulló y no pudo dominar al más encastado ejemplar de la tarde.
Con frecuencia, polvareda de capea sustituía a lo que llamamos lidia y los picadores se esmeraban en destrozar las reses con sus puyazos alevosos atrás. Parecía que todos renunciaban a promocionarse. Lo de la promoción debió ser santa palabra para la cartelería.
Babelia
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