Lo que se devalúa
La crítica e información cultural, decía Blanchot, "tiene que ver con el rumor anónimo e impersonal, con la entente que se produce en las calles del mundo y que hace que todos sepan de qué va todo, aunque nadie sepa nada en particular". Pues bien, para saber de qué va todo, lo primero es descifrar los síntomas que nos permitan adivinar qué sube y qué baja, qué se revalúa y qué se está devaluando en el marco cultural. Aplicados, nuestros prospectores se dedican así al análisis y muestreo de títulos, ventas, críticas, titulares. En Estados Unidos han detectado que sube la literatura de sagas o biográfica y que sólo sobreviven los ensayos que tratan de cuestiones absolutamente cósmicas o universales (Cosmos, de Gean, por ejemplo, que cubre nada menos que 13.000 millones de historia del universo en forma popular), o absolutamente prácticas y particulares (los "how to" books: El libro para no decir que se esté en régimen, Guía de la vida de miss Piggie, Las zonas erógenas. Cómo resolver la crisis de los adultos, etcétera).Y no creo que haya que poseer tantos datos ni ser un lince para ver que en Europa y España misma lo que más claramente se está hoy devaluando son la narrativa experimental y el ensayo de ciencias humanas.
¿Por qué? Posiblemente por tratarse de dos típicos productos de una modernidad que creyó que podía hacerse ciencia de la literatura (con su textualidad, su significancia o cosas así) y literatura de la ciencia (con el estructuralismo sermológico o con el psicoanálisis lingüístico de I'Ecole del futuro perfecto). Que se podía, en otras palabras, narrar y analizar a un tiempo: describir y descubrir, dar una explicación, de las cosas que fuera a la vez una cura y una superación de las mismas.
Hoy se le pide a la literatura que narre cosas (y mejor si éstas tienen el plus de realidad que les da el ser clásicas, galácticas o colombianas) y se pide a las ciencias o las teorías que las expliquen. Lo que no satisface ya son aquellos discursos que decían desestructurar el yo o descubrir procesos sin sujeto, pero que se quedaban prudentemente en el ámbito de unas ciencias humanas hechas en proporciones variables de lingüística, historia social, psicoanálisis y otros pocos ingredientes. (Aviso a los editores: aunque no satisfagan estas obras, no debe olvidarse que muchos de sus autores son o serán profesores capaces de convertir sus textos en textos.) Puestos a desestructurar el objeto, parece pensarse; entonces hay que ir más al fondo, hasta pinchar hueso. Hay que llegar,por ejemplo, a una historia serial de procesos lentos donde la misma palabra revolución pierde todo sentido; hay que bajar no ya a la psicología profunda, sino a la misma biología; no ya a la sociología, sino al fundamento ecológico o evolutivo de la conducta. O bien..., o bien aprender a quedarse en la superficie -este difícil arte, según contaron Schiller y Wilde- para contar, lo más simple y eficicntemente posible, aquello que uno presencia, recuerda o siente.
Entre la literatura y la teoría, entre las ciencias duras y las narraciones blandas, se había formado recientemente una espesa capa de discursos tibios que parecían mediar entre ambos y que centraron por un tiempo la atención cultural. Hoy esta mediación tiende a disolverse y, para bien o para mal, las cosas vuelven a ser más claras. Pienso que para bien cuando imagino la cantidad de libros de semiología que no tendremos ya que leer. Pienso que para mal cuando se me ocurre que ello expresa en el ámbito específico de la cultura una crisis general de los elementos híbridos, complejos e intersticiales: la crisis, por ejemplo, de un ámbito social o civil cada día más emparedado y achicado entre el Estado y la vida privada: entre una administración hard y una intimidad soft.
Babelia
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