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Reportaje:

La saeta se pierde porque todo el mundo la canta igual, según el 'cantaor' Antonio Mairena

Historia de un siglo del 'cantar del pueblo andaluz'

La saeta, que hoy protagoniza la Semana Santa de Andalucía y de otros lugares de España, nació hace un siglo como compendio de una serie de cantes que dieron lugar a su forma actual, un cantar que Antonio Machado identificó con el grito apasionado de la fe de un pueblo: "¡Cantar del pueblo andaluz, / que todas las primaveras / anda pidiendo escaleras /para subir a la cruz!". Hoy la saeta se está perdiendo: "todo el mundo la canta igual", según Antonio Mairena, el mejor cantaor vivo de saetas.

¿Qué es la saeta? Todavía es casi un enigma. Algo sabemos sobre la saeta, pero no lo sabemos todo. Sabemos que la saeta flamenca, que es la realmente popular en nuestros días, la que se canta en las calles del Sur durante las procesiones semanasanteras, es relativamente moderna. Nació hace un siglo, como mucho. Y ni siquiera nació de parto propio, sino que es un híbrido que tomó los materiales existentes y los aflamencó metiéndolos por seguiriyas, por martinetes y hasta por soleares, por polos y por fandangos.Pero antes de ser flamenca la saeta ya tenía una historia. Quienes pretenden que esa historia es larga de muchos siglos, remontan su búsqueda hasta el siglo IX, cuando vino a España un famoso músico y poeta árabe llamado Ziryab, quien, dice Manfredi Cano, "había ido recopilando por los caminos de la frontera persa melodías que, según el señor Naluche, no eran ni más ni menos que seguiriyas, soleares, saetas, malagueñas y granadinas; el sabio Ziryab enseñó a los andaluces el cante grande, que hoy se canta en Pakistán tan bien como en los campos de Lucena". Como sabemos con toda seguridad que el cante flamenco no tiene una antigüedad mayor de doscientos años, obviamente lo que Ziryab trajo a nuestras tierras no fue este arte, sino quizá algún remoto antecedente hoy, difícil de individualizar.

Molina y Marinea, por su parte, dan fe de que ni los clásicos de los siglos XVI a XVIII ni los viajeros extranjeros que relataron sus impresiones sobre España en tiempos pasados hacen mención alguna de la saeta. Y niegan todo respaldo a la afirmación de Medina Azahara, quien escribe: "La saeta, la creación más grandiosa y genial de la música española, fue ejecutada por marranos. Es la oración que los conversos cantaban (para aumentar la poca confianza que puso la Iglesia en su cristiandad) o tuvieron que cantar, obligados, a Cristo o a la Virgen. Lo adrnirable de la saeta es que reúne en sí la máxima devoción (a Cristo) y la más terrible desesperación (del judío)... Nos gustaría poder afirmar que la saeta se cantaba ya en el siglo XIII", puntualizan Molina y Mairena. "Pero eso sería una broma fantástica. La saeta no es más que una derivación de la toná o una corrupción de salmodias litúrgicas católicas. Precisamente, la flamenca (la derivada de la toná) es la más nueva y, la única que se canta en calles y plazas. Las otras -simples narraciones evangélicas de inspiración histórica y objetiva- sólo se recitan, más que se cantan, en la intimidad, durante toda la Cuaresma, y en contadas localidades andaluzas".

Otra raíz de la saeta la buscan los arabistas en los almuédanos, oficio de cantores como se sabe, pues había que lanzar al aire los pregones convocando a la oración, introduciéndose en ellos oraciones versificadas que procuraban cantar de la rnancra más perfecta posible, porque entre los distintos barrios de una ciudad se establecía una competencia espontánea para ver cuál de ellos tenía el mejor almuédano. "Cuentan", escribe Durán Muñoz, "y lo he visto repetido en varios autores, que después de la victoria de los cristianos quedó olvidado este cante, hasta que en Sevilla, en ocasión en que llevaban a la dehesa de Tablada a los condenados en un auto de fe, la madre de uno de ellos, transida de dolor, cantó la canción de los almuédanos, y tal sentimiento, tal pena puso en ello, que, impresionado vivamente el pueblo, hizo que en ocasiones análogas se siguiera repitiendo hasta que arraigó y se transformó en la actual saeta. Hay autores, como Agustín Aguilar, que incluso citan el nombre del ajusticiado, Fernando de Granada; el de la mora que canta, Aixa la Macarena, a la que hace loca, y hasta la letra cantada".

Estas canciones de los almuédanos serían recogidas e influenciadas a su vez por los judíos, quienes las conservaron en algunas sinagogas como la de Kiev. Gil Benumeya declara haberlas oído recientemente en Túnez durante el Ramadán, "con tal parecido a las nuestras, que de no ser por las letras hubiera asegurado ser una clásica saeta de las llamadas de Puente Genil".

Origen religioso

El origen religioso de esta forma hoy flamenca parece descartado. Canto litúrgico colectivo, según Rafael Lafuente, que antiguamente se cantaba en el desfile de las procesiones acompañado por el canto coral de los propios fieles, que entonaban salmos. Larrea Palacín cree que la saeta es una supervivencia del rito de la fecundidad, realizado por el sacrificio violento y cristianizado actualmente en su elemento formal por haberse perdido su ideología primitiva. Caffarena también la relaciona con la remota música religiosa de la cristiandad, con un indudable aire orierital de tipo hebraleo. Mata Gómez cree haber descubierto que el beato fray Diego de Cádiz hacía cantar saetas a sus feligreses como canto de penitencia. José Carlos de Luna entiende que nacieron del resultado y la salmodia de los antiguos plantos inherentes a los duelos en todas las regiones de la Península, y la coyuntura para convertirse en canción popular la ofreció la Semana Santa.De estas saetas se conocen muchas variedades, gran parte de las cuales aún se conservan e incluso siguen cantándose o recitándose en el interior de templos, conventos u otros lugares apropiados durante estas fechas. Las más conocidas de éstas son seguramente las llamadas cuarteleras de Puente Genil, que hoy día alternan con las nuevas o flamencas. Suelen cantarse aquéllas en los lugares de reunión de las cofradías y corporaciones de figuras bíblicas llamados, cuarteles, donde los domingos de Cuaresma es ritual que los hermanos se reúnan a cenar. Ante la mesa cuartelera cantan esas saetas dialogadas, y al entrar la noche se verifica la subida a la ermita de Jesús Nazareno. "A altas horas de la noche", cuenta Eugenio Solís, "cuando vamos de regreso a casa, no es extraño que por una ventana abierta escapen los sones de un coro que entona la saeta colectiva Alondras y ruiseñores, o el cántico Viernes Santo, triste día, o bien una voz estentórea dé un viva a Pilatos o a María Cleofás".

Otras saetas populares no flamencas son las que se cantaban en Arcos de la Frontera, hoy casi perdidas, acompañadas por instrumentos rudimentarios de viento, generalmente construidos por los mismos cantaores, y que eran un canto liso y llano -aunque a veces también lo hicieran en un estilo florido y difícil-, de acento religiosamente popular.

Pero a finales del siglo pasado estas formas de saetas, o la mayoría de ellas, estaban ya en plena decadencia. Quiñones cuenta que todavía alcanzó a escuchar en Cádiz "un neto ejemplo de la primitiva, llana, sosa y casi desaparecida saeta no flamenca, que parecía más bien, una plegaria cantada", y Luna las califica como "amasadas con almíbar y entre mimos y suspiros de monjitas candorosas", o bien, "ñoñas y frías, ya casi olvidadas o, por lo menos, justificada mente inestimables", o bien, "pobres de estilo y de ejecución monótona y cansina".

Flamenquización

Esta radical transformación no dejó de ser contestada desde diversos puntos de vista. Joaquín Turina, por ejemplo, pensaba que la saeta dejó de ser auténtica cuando los cantaores profesionales la tomaron del pueblo y la vendieron a tanto la copla, y ya el Jueves Santo de 1928 escribió en El Debate un artículo titulado La evolución de la saeta, en el que decía: "El profesional no habla ya con la imagen; trata más bien de lucirse". Larrea califica de bochornoso el espectáculo que a veces ofrecen estos cantaores rivalizando en alarde de virtuosismos.Aunque Rossy atribuye la creación de la saeta moderna a Manuel Centeno, parece seguro que ya a finales del siglo pasado Enrique el Mellizo y sus hijos hacían este cante por seguiriyas en Cádiz. Nos cuenta Quiñones cómo en las madrugadas de los viernes santos, en los cuatro balcones de la casa que habitó la familia en la esquina de las calles del Mirador y Botica, el Mellizo viejo y sus tres hijos -Carlota, Hermosilla y Antonio- retenían el paso del Nazareno interminablemente, "con todo el barrio comprimido en un estrecho ángulo urbano desde muchas horas antes y otros saeteros anónimos alternando espontáneamente con el formidable cuarteto de las alturas". Conociendo cuánto a Enrique le emocionaban los cantos religiosos, y que con frecuencia se metía en una iglesia quizá vacía a oírlos, no extraña que estas coplas populares de profundo y elemental sentimiento religioso le conmovieran hasta el punto de darles su propia versión flamenca. Aunque el hecho de que había ya otros saeteros anónimos que les daban la réplica, indican que el género tenía entonces una cierta popularidad. En cualquier caso, el primer nombre importante en la historia de la saeta flamenca es el del Mellizo.

La edad de oro de la saeta hubo de ser breve, y se corresponde con el primer tercio de nuestro siglo, cuando estaban en su apogeo grandes saeteros como el ya citado Centeno, Manuel Torre, Vallejo, Pastora y Tomás Pavón, el Gloria, Macandé... Después vino la crisis marcada por el operismo flamenco, para resurgir la saeta fundamentalmente con Caracol y Mairena. Hoy, nuevamente, la saeta se halla en horas bajas. Hay muchos saeteros, pero desconocen las formas más valiosas del género, muchas de las cuales se han perdido o están a punto de desaparecer, registrándose en cambio una monotonía y una mediocridad aplastantes en la mayoría de ellos.

El más genial

Torre fue sin duda el más genial saetero de todos los tiempos. "¿Cómo fueron", se pregunta Ricardo Molina, "aquellas saetas espeluznantes de Manuel Torre? Hay quien dice que la costumbre sevillana de mover rítmicamente los pasos, pero sin avanzar, procede de una saeta del gran cantaor sevillano-jerezano. Cuéntase que el capataz de los costaleros dio orden de seguir marchando en el momento en que Manuel Torre empezaba a cantar una saeta. Los costaleros, obedientes al mandato, alzaron sobre sus hombros al paso, pero no avanzaron, limitándose a moverlo rítmicamente hasta que Manuel Torre cantó lo que quiso. Dicen que a partir de aquel episodio se generalizó la costumbre de mecer los pasos. No sé si la historia es historia o cuento. A mí me merece pleno crédito y la encuentro perfectamente verosímil".En otra ocasión, en Sevilla, una mañana de Viernes Santo en que Manuel se encontraba en el balcón del ganadero Miura, al aparecer en la calle el paso de La Sentencia, recibió a la imagen con la que Manuel Barrios califica como "la mejor saeta que se ha cantado en Sevilla". Y sigue escribiendo Barrios: "Cuando cierra el pellizco del último ay, la gente que asiste, pasmada, al acontecimiento, no aplaude, novitorea. Todos sacan los pañuelos, en silencio, y la plaza de la Encarnación se convierte en un inmenso aletear de palomas blancas que piden una nueva saeta a aquel hombre fabuloso a quien un gitanillo, que le acompaña, dice, señalando a don Enrique Miura:

-Fíjate, primo, con la mala uva que se gasta criando toros, y ahí lo tienes, que me lo has hecho llorar.

"Era una de las dos veces, históricas, en que lloró el famosísimo ganadeto. La otra, cuando se enteró de que Juan Belmonte había cogido el pitón de uno de sus toros por la cepa".

Semana Santa, tiempo de saetas.

-Se están perdiendo, se están perdiendo... -me decía Mairena-. Ahora todo el mundo las canta igual.

Y había una profunda tristeza en la voz del mejor cantaor de saetas vivo.

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