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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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'Dar más vida a la vejez', lema del Día Mundial de la Salud

La celebración, hoy día 7 de abril, del Día Mundial de la Salud supone la puesta en escena de una jornada para la reflexión colectiva. La idea central del doctor Mahler y del grupo de expertos que asesora al presidente de la Organización Mundial de la Salud ha sido orientar a todas las voces que se alzaron en torno a la salud en una fijación sobre los aspectos sanitarios de la tercera edad. El lema "Dar más vida a la vejez" no centra -en absoluto- el verdadero problema de la salud mundial.

Es evidente que los problemas de salud no son los mismos en todas las zonas del planeta. Es cierto, sin embargo, y no dudamos de las buenas intenciones del director general de la Salud al pretender concienciarnos sobre esa específica etapa de la vida. Pero no se nos debe escapar el enfoque para la concienciación de una sociedad mundial mejor el hecho de que hay buen número de países desarrollados (situados en el hemisferio norte preferentemente) y cantidad de pueblos subdesarrollados (en la zona del planeta) que configuran unas diferencias económicas, industriales y culturales. Estos factores se traducen en una distinta disponibilidad de los recursos tecnológicos y científicos que permiten, a quienes los poseen, un mejoramiento de la salud y el bienestar social. Este hecho que se ha venido en llamar "tensión Norte-Sur" se manifiesta también en el índice de natalidad, de mortalidad y -por supuesto- de supervivencia de los pueblos.Por tanto, presentar ante el mundo una preocupación exagerada por la tercera edad, aun siendo un aspecto muy valorable, no es un problema de todos los humanos. Algunos no llegan a esa tercera edad. El Tercer Mundo, gran parte de los países no alineados y algunos en vías de desarrollo presentan alarmantes índices de mortalidad prenatal, natal y posnatal. Los países que superan las condiciones medianamente aceptables para unos índices de mortalidad infantil estadísticamente buenos no consiguen a sus adultos estar bien nutridos y alimentados. Por el contrario, cuando los índices calóricos rebasan las condiciones de desnutrición se ven abocados por falta de higiene a extremos opuestos. En ese caso, y en la mayoría de los países desarrollados, las obesidades, hipertensiones y una excesiva nutrición ven destinadas a sociedades enteras a una vejez plena de alteraciones metabólicas (diabetes), arterioesclerosis, alteraciones vasculares, hipertensión, etcétera.

El problema del mundo es muy distinto al de la tercera edad. Es posible que las presiones de ciertas empresas multinacionales dedicadas a la producción farmacéutica de ciertos medicamentos útiles para la geriatría hayan influido directa o indirectamente en esa concienciación. La crisis económica del mundo actual precisa la apertura a nuevos colectivos de consumo, pero ése es un problema exclusivamente de un tercio del planeta. El "más vale prevenir" que nos martillea Ramón Sánchez Ocaña en una televisión que no le merece, hubiera sido más útil para enfocar este día para todos. Para una vejez más sana habría sido más coherente una llamada al sentimiento de responsabilidad colectiva en torno a una juventud y madurez más equilibrada. Los viejos de hoy son los adultos de ayer y los jóvenes de anteayer.

Al mundo en general hay que ofrecerle las posibilidades de una salud para todos en los años 2000. Hay que atajar el peligro del cáncer y los tóxicos, encontrar esa política integrada abierta a nuevos horizontes que transforme las ventajas industriales, derivadas de las constantes innovaciones, en pro del bien común.

Se debe afrontar el reto socioecológico y los peligros del desarrollo de energías nucleares. Hay que hacer comparaciones de las diferentes tendencias ambientales para propiciar sistemas de reserva biosféricas y hay que procurar, en definitiva, dar un trabajo, según sus condiciones, a todos los parados, para lo cual se están realizando estudios que contemplan jubilaciones más tempranas. Y, en fin, hay que luchar por la salud desde las perspectivas que cada sociedad en particular pueda fomentar.

La sociedad industrial

El acceso al actual tipo de sociedad ha traído consigo un trascendental cambio de valores. La salud, de ser el privilegio de unos pocos, ha pasado a ser un derecho y una necesidad para todos. La medicina ha abandonado su antigua concepción de ciencia exacta para irse convirtiendo en una ciencia social que se ocupa del hombre y de cómo éste se adapta al medio, tanto físico como social y cultural. Pero este entorno no es inmutable. El hombre está modificando la naturaleza y el ambiente, sin conocer cabalmente la biología humana y social, y, además, sin tener en cuenta ni la psicología ni la sociología. Son unas modificaciones que se justifican por la necesidad de un desarrollo industrial que, del modo en que ha sido llevado a cabo, provoca serios conflictos entre el nivel de vida y la salud. Desajustes entre la sociedad y la biología por los que tenemos que pagar un precio. El precio de la sociedad industrial.

Quienes primero sufren las consecuencias de los conflictos provocados son, lógicamente, las clases menos favorecidas. Menos eufemísticamente, los pobres. La desnutrición, la falta de adaptación social y las deficiencias en vivienda e higiene, síntomas claros de pobreza, provocan unos riesgos de deficiente crecimiento y madurez física y mental, invalidez, fallecimiento y contracción de enfermedades hasta veinte veces superiores de los que tienen las clases de mayor nivel de vida.

Pero además de las connotaciones a nivel global, el "impuesto industrial" también lo pagamos todos y cada uno de nosotros en el ámbito individual. En primer lugar, en el propio puesto de trabajo. Un sistema que nos conceptúa como factores de producción y consumo nos convierte en máquinas. Se impide el, ya de por sí, difícil desarrollo de potencialidades y se provoca la insatisfacción de las exigencias físicas y psicológicas de la ocupación, del ambiente de trabajo y del grupo ocupacional. El maquinismo transforma así un derecho en una continua fuente de problemas sanitarios . En segundo término, las consecuencias psicológicas de la aceleración del proceso de madurez biológica en la adolescencia, las derivadas de la comprensión de la edad activa y de la desocupación, conforman un mapa nada halagüeño de las secuelas inducidas del proceso industrial.

La sociedad industrial y el Estado-providencia nacido de ella han puesto en marcha mecanismos con el fin de eliminar o disminuir parcialmente algunos de los conflictos provocados. Así nace, en Alemania y en el siglo XIX, la Seguridad Social. Su idea inicial, progresista, intentaba combatir la inflación y ayudar a la vejez, sobre todo la de la clase más baja. En principio fue aceptada. Evitaba tensiones sociales y su coste de financiación no era, todavía, grande.

El fracaso de la Seguridad Social

El optimismo nacido de la implantación y progresivo aumento de la cobertura en las prestaciones de la Seguridad Social ocultaba los problemas engendrados por la tremenda magnitud que iba alcanzando. Estos se pueden resumir en dos: 1. Los ingresos por cotizaciones, un impuesto suplementario del Estado para financiar sus gastos y subvenciones del Gobierno se mantenían casi constantes. 2. Los costes de mantenimiento y explotación del gigantesco entramado se elevaban constante y progresivamente. Se llegaron así a producir verdaderos problemas de cashflow en algunos sectores de atención.

Hay, sin embargo, una serie de problemas que son, socialmente, más importantes. El hecho de que la infraestructura hospitalaria quede sobrepasada provoca, entre otras, dos consecuencias fundamentales. En primer lugar, insuficiencia en la cobertura de gastos por prestación, las pensiones por jubilación y viudedad, gastos por cuidados médicos, etcétera... son, cada vez, más pequeños en términos relativos. En segundo lugar, la Seguridad Social adolece de falta de flexibilidad para adaptarse a la dinámica social siempre cambiante; los problemas nacidos en la época posdesarrollista -colosal aumento de la cifra de parados, jubilación anticipada, reducción de jornada laboral, mayor tiempo de ocio, brusco descenso del grado de participación de la mujer en el trabajo y otros- no han encontrado todavía respuesta-

El futuro, pues, se presenta oscuro. Proporcionar solidez financiera, lo que a veces puede ir en contra de objetivos concretos de política económica, y acabar con la tradicional ineficacia de la Seguridad Social deben ser los objetivos prioritarios. Por todo ello, el objetivo final debe consistir en impedir que los originarios beneficios sociales se conviertan en perjuicos para todos.

La situación económica, el trabajo, el ocio, la vivienda, la convivencia y la soledad, la salud y la enfermedad son -entre otros- los problemas con los que se enfrenta el hombre de la tercera edad. Hasta hace relativamente poco tiempo, en la mayor parte del mundo no existían jubilados, porque toda persona, en la medida de sus fuerzas, tenía una función. Por el contrario, hoy, el retiro precipita a los adultos de 60 y 65 años a la vejez y, rico o pobre, el jubilado se convierte en un ser "dependiente" de los demás. En España hay más de cuatro millones de ancianos (aproximadamente el 12% de la población española), de los cuales, el 85% percibe unas pensiones que no llegan al salario mínimo interprofesional. Despojado así de su estado, de su identidad, se ve abocado a desarrollar una patología particular, que va desde pequeñas subidas de tensión a la depresión grave, el alcoholismo o el suicidio.

La lucha

A pesar de la importancia del colectivo geriátrico, creemos que la salud en el medio laboral debería ser prioritaria. Pero la irresponsabilidad empresarial se ve desgraciadamente apoyada por la pasividad reivindicativa del sector laboral. Tan sólo un ligero despertar del letargo se vislumbraba en el 32º Congreso de la UGT, en el que se apoyaba la creación de un servicio nacional de la salud. La política de la UGT en materia de salud laboral se marcaba fines concretos, entre ellos destacaba el objetivo básico de la "participación real de los trabajadores en el control de la salud, higiene y seguridad en el trabajo". Este criterio es consustancial, pero la gestión obrera, el control de los trabajadores y el desarrollo de estos criterios no son suficientes. La asistencia inmediata al trabajador debe llevarse a la praxis sin olvidar procurar su extensión a los medios de vida y al hábitat de los propios trabajadores.

Las alteraciones causadas por el medio laboral y las condiciones de trabajo no se limitan exclusivamente a las esferas biológicas, orgánicas y fisiológicas. La patología contempla, a su vez, la esfera psíquica. La vida cotidiana de los obreros no excluye un contenido pleno de trastornos psíquicos consecuentes a sus conflictos sociales.

La incidencia de las neurosis en todos sus tipos y variedades de alcoholismo crónico, los trastornos del carácter, los problemas de inadaptabilidad, las consecuencias dramáticas inherentes al paro, y así un conjunto de factores que propician enfrentamientos en el medio familiar. Desde esa perspectiva hay que enjuiciar, para ser objetivos, el alto índice de delincuencia juvenil que se manifiesta precisamente en los barrios obreros.

Como los obreros participan en la continuidad de estos problemas, sería muy conveniente que no cayeran en la trampa social que fomenta el individualismo y la competitividad sin límites. Entre las grandes soluciones, de las que no deben excluirse las técnicas, es imprescindible encarar el problema estimulando el espíritu que tradicionalmente la clase obrera ha llevado consigo desde sus orígenes como tal: la solidaridad y el colectivismo.

El hombre seguirá balanceando sus principios entre la dignidad y la libertad, pero la clase obrera, si consigue liberarse, nos libera a todos.

es médico y periodista.

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