ETA quiso comenzar lspáster una ofensiva guerrillera
A principios de febrero de 1980, ETA Militar cometía uno de sus más sangrientos atentados. Seis guardias civiles caían acribillados a balazos cerca del caserío de Ispaster, en Vizcaya. Pero no se trataba sólo de un asesinato múltiple. ETA intentaba con aquel acto dar un salto en su estrategia, cambiar su forma de lucha y su imagen. Para ello escogió la zona más adecuada.
Declararse experto en relación con cualquiera de las ramas de ETA es un empeño meritorio que se quiebra de forma intermitente por la constatación de que se está ordenando un rompecabezas diseñado por una mente desconocedora de las sutiles diferencias que hay entre un plano y una esfera.Alberto cumple a las mil maravillas su función. Y la expone en forma de párrafo largo, desprovisto de las pausas respiratorias que se disfrazan de comas al pasar a la escritura.
Se apasiona al contemplar el paisaje de su país. Deja,, impúdico, que su papel de guía comanche (él mismo se ha adjudicado el nombre) se desboque hasta trocarse en una divertida amalgama de guía turístico napolitano y joven lector del manual de materialismo dialéctico de Marta Harnecker. Pero se niega a aceptar la nueva definición de su papel y reclama con más fuerza el primer apelativo. Es una imagen de resistencia a la domesticación y suficientemente descriptiva de la esencial misión que cumple. El hombre blanco que viaja por el territorio no podrá moverse sin él, será incapaz de penetrar el pacífico muro de la autosuficiencia cultural del kasero o el arrantzale.
La carretera, abandonada ya la autopista de Bilbao a Behovia (y sufrido el asalto de las más caras tarifas viales de Europa), se vuelve infernal. Docenas de curvas prolongan la longitud de cada kilómetro, y la lluvia cae alternativamente en forma de mansa empapadura o intrépido aguacero, haciendo de la conducción un obligado ejercicio de esfuerzo concentrado. El paisaje es entonces percibido sólo a través del colorido lenguaje del acompañante.
-Hay una luz especial, fíjate- y subraya el especial para que te des exacta cuenta de que no es una luz cualquiera.
El atardecer prematuro del invierno se filtra a través de las espesas capas de nubes. Y entonces se realza aún más el agresivo tono verde de la hierba empapada de los prados, que de cuando en cuando interrumpen las masas de abetos y eucaliptos.
A la mitad de una recta larga, de unos cien metros, donde se espesa el bosque, te ordena detenerte a la derecha de la estrecha calzada.
-Aquí, pum, pum -dice asumiendo el lenguaje propio de su función, con las manos colocadas en forma de fusil y el ojo izquierdo cerrado para hacer puntería.
Es un fugaz rasgo de humor. La cara se le pone fúnebre con el recuerdo y te hace bajar del coche para continuar con la explicación:
-Se colocaron en las laderas, entre los árboles, y los acribillaron a balazos. Tenían todas las ventajas y pudieron hacerlo a conciencia. Varias horas después de la matanza se olía un aroma dulzón y raro: era la sangre. Fue una carnicería espantosa.
Su charla se puebla de imágenes siniestras y reconstruye los cadáveres arracimados, los impactos de las balas, el reventado vientre del etarra que iba vestido con un chaleco antibalas de mejor factura que los de la Guardia Civil, los Land Rover echados a la cuneta, los rastros de sangre que la lluvia tardó en borrar.
Toca de nuevo el turno al aguacero y hay que subir al coche. Allí se concluye por el momento la explicación. Los guardias venían de Lequeitio y caía la misma lluvia, sólo que la luz se filtraba desde el lado contrario porque era el amanecer.
Arboles e idiosincrasia
Hasta Lequeitio hay sólo cuatro kilómetros. Las masas de eucaliptos y de abetos dejan adivinar a trechos la presencia del mar. Enormes nidos de procesionaria algodonan las copas de los árboles. "Vamos a tener este año orugas para exportar". Los árboles fueron plantados el siglo pasado, no son los eucaliptos fruto de las últimas fiebres devastadoras del suelo, sino de una decisión más antigua e igualmente devastadora. E informa también el guía de que hay una seria decisión de los más tradicionales retrógrados aborígenes para proponer la eliminación de los abetos y la repoblación a base de hayas y robles, que son árboles propios del país, los que mejor expresan su idiosincrasia.
Al acabar un repecho se puede hacer una pequeña desviación en el camino y contemplar la imagen del pueblo desde un accidentado prado salpicado por montones de heno. El olor a hierba mojada se vuelve allí casi empalagoso. Las campanas de la iglesia de Lequeitio, construida en el siglo XIV, dejan oír el rumor del mar, y es una estampa casi de sueño la visión de la bahía, con la isla de San Nicolás protegiendo la embocadura del puerto y sirviendo de refugio a un puñado de cabras que no se sabe de quién son ni por qué han sustituido en la posesión de la isla a los religiosos que habitaban lo que es hoy un convento en ruinas.
La empinada pendiente es como un curso de sociología que no deja escapar el acompañante. En la parte de arriba se habla el eusquera campesino, y en la parte de abajo, el de los pescadores, los arrantzales. Conviven las dos comunidades practicando cada una su lengua, y es una labor de chinos la de conseguir que se infiltre poco a poco el eusquera batua (unificado) que hubieron de fabricar, hace apenas dos décadas, los que se apercibieron de que así no había manera de reclamar el legítimo derecho a expresarse en la forma que a uno le es propia.
A la mitad de la cuesta, en medio de la villa, el batzoki, la casa del pueblo inventada con singular éxito por los discípulos políticos de Sabino Arana, se yergue, imponente, para demostrar quién manda allí. Se puede disfrutar de una buena comida a precios módicos sin poseer el carné de militante del PNV, para que nadie diga que se practica el sectarismo. Es como un símbolo de lo que los peneuvistas quisieron hacer de su partido: el fiel representante del ser vasco, la concreción política de la raza. Y en Lequeitio, como en Ondárroa, como en muchos de los pueblos de la costa, es casi una realidad el sueño integrador, totalizador, de los que hoy sostienen a Arzallus, el hombre que ha modernizado el partido.
Ningún reparo
La tía de Alberto deshoja los días en su piso repleto de muebles de skay y adornos exóticos, a la espera de que su marido vuelva de uno de los largos periplos marineros que le ocupan la mitad del año. Está satisfecha porque su hijo podrá colocarse en un empleo dependiente del Gobierno vasco. Ha sabido hace dos días, por un amigo de su marido, que nadie ha puesto ningún reparo a la propuesta de empleo, después de que un cartel con el nombre del hijo estuviera expuesto, durante un plazo de una semana, a la entrada del batzoki, por si alguien tenía alguna cosa que decir al respecto.
En Eibar, un sobrino tuvo peor suerte. A principios de los años setenta militó en un partido de la izquierda radical. Y los representantes locales del PNV le han vetado para un puesto de ingeniero.
En el paseo marítimo hay que pararse a tomar unos potes. De cuando en cuando, la tentación de asomarse, al precio de empaparse otra vez la cabeza, para contemplar las tres playas, la sutil línea de piedras que une la isla con la más próxima al puerto, y la docena de barcos que hacen pesca de bajura y que, en muy pocos días, abandonarán el puerto para dirigirse a la anchoa. Las limitaciones francesas a la pesca obligan a dirigirse hacia Asturias para interceptarlas en el camino. Se pesca menos así, pero se pesca, y en el pueblo se sigue respirando dinero porque la crisis de la industria no afecta apenas a nadie. No es lo de antes, pero se aguanta bien.
Sigue la sociología a brazo partido con la historia. Se mezclan los restos prehistóricos que hay en el monte, donde las tres cruces, con las casas de veraneo donde venían los de Madrid, donde siguen viniendo los vascos del PNV de Bilbao y donde se presume que volverán los de Madrid. En un caserón vivió la emperatriz Cita, la madre de Sissí, y
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Alberto dice que Lequeitio es de los pueblos menos conflictivos de la zona, que ha habido muy pocos líos. Que el caserío, autosuficiente por un lado, y la pesca de bajura, por otro, no dan mucho juego a la lucha de clases.
Hay una breve incursión al mirador de Santa Catalina, a la vera de la serrería repleta de montones de maderos apilados. Desde allí, cuando los d:ías son claros, se puede ver toda la costa, la isla de Santa Clara, al lado del Igueldo, el ratón de Guetaria; incluso se llega a percibir la fronda de Las Landas, que repoblara Napoleón Bonaparte.
La estrategia del engaño
La salida, al día siguiente, con destino a Ondárroa, trae con brutalidad el recuerdo de la matanza. Los carteles indicadores de las carreteras están borrados. No se puede distinguir ninguno de los nombres. Sólo quedan los guarismos que señalan los kilómetros que faltan para llegar a lugares ignorados.
-Esto lo hicieron con la ambiciosa intención de confundir a las fuerzas de ocupación, una estrategia de engaño como la que utilizaron los alemanes en la batalla de Las Ardenas. La idea de ETA Militar era iniciar en esta zona una ofensiva guerrillera de mayor calibre. Estaba bien pensado, porque los bosques, los montes, los caseríos, les daban una capacidad de movimiento muy grande. Contaban además con que la población de toda el área es muy nacionalista, que se moverían como pez en el agua.
Se sonroja con la utilización del tópico del pez en el agua y se vuelve a concentrar en la contemplación del paisaje. La costa, cuando aparece, es abrupta, cortada casi a pico, a pesar de que los árboles disimulan en parte la brusquedad de la caída. Cada curva es una nueva emoción de colorido, de belleza que se pone en la garganta, hasta que los adjetivos se agotan y los comentarios huelgan porque no son más que la repetición de los utilizados en la curva anterior. Se decide, pues, el guía a alardear de sus conocimientos y a aventurar tímidas hipótesis de las que él mismo desconfía. Pero los datos son los datos:
-Hicieron lo de Ispáster y una acción similar en Orio. Pero, a pesar de las bajas que causaron a la Guardia Civil, tuvieron también ellos bastantes muertos. Dos en cada una de las acciones. No les resultó barata la experiencia.
Conocían bien la zona. El etarra que quedó muerto al lado de los seis guardias civiles era natural de Ondárroa. El que apareció al día siguiente en Ermúa era de Eibar.
-En el fondo era una operación de prestigio, algo así como un experimento de envergadura mezclado con una tarea de relaciones públicas. El tiro en la nuca a un policía, el asesinato de un persianero o de un zapatero porque son amigos de un guardia civil, la salvajada contra un guardia retirado, no son acciones de prestigio. Son atentados claramente terroristas. Pasar al campo, con la movilización de bastante gente, podía haberles dado un carácter guerrillero que les gustaba más. Parecen acciones de guerra abierta.
Hay que emplear casi media hora en cubrir los catorce kilómetros hasta Ondárroa, que aparece, casi de golpe, con su arquitectura híbrida, la ría rebosante de suciedad por culpa de la lluvia que todo lo revuelve, y su orgullosa flota, una de las cuatro primeras en la pesca de altura.
Cóctel ondarrés
Ondárroa es la culminación de las ambiciones teorizadoras de un manual. Sus 12.000 habitantes viven a un tiempo con intensidad los enfrentamientos de clase y los conflictos nacionales. Hay la tradición nacionalista que se enfrenta abiertamente a la presencia del poder central, encarnado por las Fuerzas de Orden Público, y hay la confrontación periódica de los marineros asalariados con los patronos pesqueros.
En Ondárroa, los guardias civiles viven en un castillo situado en la carretera principal. Es una edificación que para sí la hubiera querido el inventor del kitsch. Piedra disfrazada de cartón piedra, cuartel vestido de palacio medieval, casa de pisos camuflada de mansión de los horrores.
Carmen, que ha hecho el viaje en silencio, cuenta cómo una amiga suya pidió ayuda a uno de los habitantes de la casa-cuartel porque la seguía un borracho. El guardia insistió en acompañarla hasta su casa. La chica no pedía tanto. El guardia le explicó que era su primera oportunidad en muchos meses de cruzar unas palabras con una joven. Y cuenta también cómo otro guardia quiso que en una tienda le hablaran en eusquera para ir cogiendo el tonillo, y cómo desde entonces nadie habló eusquera en su presencia.
Los guardias van a un solo bar del pueblo. Lo regenta un carlista de los de don Sixto. A veces, a algún bar de los que han puesto los gallegos que se retiraban de la mar.
Cerca del cuartel, una pintada. ("La habrá hecho Kepa".) Es un mensaje escueto: "Que se vayan".
En la acera de enfrente, un poco más arriba, por la carretera que conduce a Motrico, hay una discoteca llamada El 34. El dueño era miembro de Herri Batasuna, un conspicuo militante del más furibundo abertzalismo. Un día, unos individuos de paisano le acribillaron a balazos. Alberto recuerda la admirable precisión de los disparos y la no menos admirable ceremonia que se celebró en torno a su cadáver:
-Lo dejaron desnudo, y lo limpiaron bien para que cada uno de los orificios producidos por las balas se pudiera distinguir con nitidez. Luego se completó el rito con el paseo del cuerpo, para una más eficaz provocación de la rabia del pueblo.
Barcos y 'chiquitos'
Hay muchos gallegos en Ondárroa. Vinieron hace quince o veinte años para enrolarse en la flota como marineros, cuando la pesca estaba en su época de mayor apogeo. Algunos de ellos ahorraban con escrupuloso celo para poner un bar y quitarse de las faenas marineras. Algunos de éstos quisieron subir el precio de los txikitos. Y se vivió en el pueblo una insólita huelga de bares que llevó a más de un propietario a la ruina.
Desde entonces, el vaso de vino es más barato en la zona que en todo el resto del país. Seis pesetas puede costar un txikito. Vino a precios políticos para no soliviantar a las cuadrillas.
Para los emigrantes gallegos se trataba de Eldorado. Tuvieron que sudarlo, porque se recuerdan pocas huelgas más duras que las de los marineros de Ondárroa. Pero, cuando empezó a haber televisores en color en las tiendas del pueblo había lista de espera para conseguir un aparato. Y las huelgas siguen cada año. Los gallegos se afilian a Comisiones Obreras, pero también a los sindicatos nacionalistas, como ELA-STV. Se han ido integrando en la vida local después de un complejo proceso que incluye huelgas de pescadores y huelgas de chiquiteros.
Se rememoran mejor estas historias en el obligado paseo por los bares, donde la clientela observa, presa de un extraño hechizo, los programas de la televisión francesa, que hacen brincar a los aparatos en una interminable danza de rayas y saltos de imagein.
Luego, inevitable, el puerto hasta la punta del espigón. Un cartel ocupa varios metros de la defensa. En él aparece un hombre: retorciéndose, prendido por una alambrada de espino, y debajo reza: "Extradiziorik ez". Los retratos del etarra José Arregui se distribuyen por todas partes con numerosas Illamadas contra la tortura. Enfrente, al otro lado de la bocana del puerto, ya en Guipúzcoa, un caserío propiedad de José María de Areilza recuerda que los alrededores de Ondárroa están entre los más impresionantes parajes del País Vasco. Más carteles con fotografías de muerte y consignas antirrepresivas, y un pez muerto que Carmen devuelve al mar. Hay una última visión plácida de un barco que vuelve al resguardo antes de que Alberto se explaye de nuevo.
Mierda de gallina
-La tensión ha bajado mucho -dice-, porque la Guardia Civil no interviene últimamente cuando hay manifestación. Es una politica inteligente para calmar los ánimos. Porque aquí había ya una espiral infernal, el perfecto caldo de cultivo para ETA. En Ondárroa ha habido más etarras que en casi ningún otro sitio, no sólo por el nacionalismo, sino también porque durante muchos años sólo se ha aplicado la represión para cualquier problema que surgiera.
A la irracionalidad le corresponde el absurdo. Un día comenzó a saber a mierda de gallina todo el agua de Ondárroa. Hubo grandes manifestaciones contra Sanidad y contra el Gobierno. La protesta encendió un duro enfrentamiento con el poder. Los del KAS encabezaron la lucha, reprimida muchas veces por la Guardia Civil. Hubo una investigación y se descubrió que el olor y el sabor se debían a que había unas filtraciones procedentes de una granja de gallinas de unos militantes destacados entre los que organizaban la protesta.
La vuelta a Lequeitio, desde donde salieron los seis guardias civiles muertos en Ispáster, sirve para recapitular. Es la última oportunidad de Alberto para cerrar su teoria:
-Ahora hay más posibilidades que nunca para pacificar este país, para que del laboratorio de Ondárroa salgan otros productos químicos.
Le ha gustado la metáfora y la repite para sí. Luego vuelve a jugar sobre el terreno:
-Es un sitio perfecto para la guerrilla en el campo. Pero quizá les faltó la decisión de morir. Los de ETA también tuvieron muchas bajas.
La radio informa del asesinato de dos policias y una joven en Sestao. Sobre Ispáster vuelve a caer una espesa lluvia.
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