García Ponce: "Los libros sólo provocan malos pensamientos"
El narrador mexicano habla de su última novela publicada en España
La obra de Juan García Ponce (Mérida, Yucatán, 1932), aunque parcialmente publicada en España, no obtuvo entre nosotros un marcado reconocimiento hasta que su autor fue galardonado, en marzo del pasado año, con el Premio Anagrama de ensayo. Ahora acaba de aparecer, editada por Bruguera en dos volúmenes, su última novela, Crónica de la intervención. En ella circulan el amor, el erotismo, la muerte, la locura y la identidad. Temas suficientes para que, como dice el novelista mexicano acerca de los libros, este texto provoque malos pensamientos.
Sentado en su silla de ruedas, sabedor sereno de la enfermedad galopante e incurable que en su cuerpo habita, Juan García Ponce mira por derecho, no renuncia a la picardía de una lucidez a prueba de fuego, enternece con la insolencia puntual y asusta justo lo necesario mediante sus decires más neutros o bondadosos. Anima a la cordial pelea, huye de lo chirriante a un tiempo, y tiene a la amistad sosegada. En su casa de la ciudad de México hay un blanco silencio, animado con fotos, libros y pinturas.Hay, además, la tentación de un provisional balance.
Pregunta. Su última novela, Crónica de la intervención, es la undécima que ha escrito. Asimismo, ha publicado muchos relatos, ensayos sobre literatura, crítica de artes plásticas, teatro... ¿Cómo ve desde el presente todo ese recorrido?
Respuesta. Lo que más me agrada de mi recorrido es que resulta circular. Yo empecé públicamente con una obra de teatro. Luego abandoné dicho género o él me abandonó a mí. Volví, pues, a mi primer amor, que era escribir cuentos. Luego hice novelas, algo en lo que en un principio nunca había pensado. Al mismo tiempo, por exigencias culturales del momento mexicano, escribí ensayos sobre los escritores que me interesaban, más extranjeros que nacionales. Luego, en fin, hice crítica de pintura por mero amor a los pintores que eran mis amigos, por admiración hacia su obra y por el hecho de que no existía crítica en México. Como ves, mi obra ha sido, en parte, producto de la voluntad, y en parte, producto de las circunstancias. Pero siempre ha sido un acto de absoluta libertad. Nunca he escrito más que sobre lo que me gusta. Ahora he vuelto al teatro. En total he escrito 37 libros. Es una obra abundante, sí, edificada sobre la bae de que he ido trabajando en tantas cosas a la vez que no he tenido nunca tiempo para dejar de escribir.
P. ¿Puede evocar el origen de su más reciente novela?
R. Esta novela tiene un origen muy antiguo. Yo empecé a planear una novela larga hacia 1963, al regresar de los dos años que pasé en Nueva York. Pero se quedó en bocetos, me sentía incapaz de hacerla. Finalmente, la novela cristalizó como forma cuando aquí ocurrió el horror de 1968, porque me di cuenta de que eso podía ser el pivote central, la base sobre la que se asentarían todos los temas recurrentes que aparecen a lo largo de toda mi obra: el amor, el erotismo, la muerte, la locura y la identidad. Como habrás observado, la novela tiene muchos personajes y está escrita en muchos estilos. A la par, todo acontece en un tiempo muy impreciso.
Un lector paciente y un autor hábil
P. En algunos pasajes escabrosos, escritos con lenguaje localista, cabe preguntarse si el lector español no tendrá dificultades de entendimiento. ¿Le preocupan esas barreras eventuales del lenguaje?
R. Me doy cuenta del riesgo que se corre con eso. Es nuestra gran ventaja y nuestra terrible desventaja: que el español se hable en un ámbito tan vasto. Pero yo creo que todo es comprensible cuando el autor es hábil y el lector tiene un poco de paciencia. Uno tiene la obligación, cuando se escribe ficción, de emplear un lenguaje local. No pienso lo mismo cuando se traduce. Por ejemplo, me irritan las traducciones españolas por el exceso de vanidad, con respecto a usurpar la soberanía del idioma. No hay derecho a que un personaje de Virginia Wolf diga que no tiene ni una perra en el bolsillo. ¡No hay derecho! Pero en las novelas propias es distinto, máxime en las zonas más eróticas, cuando el lenguaje ha de ser espontáneo.
P. ¿De qué escritores mexicanos contemporáneos se siente próximo?
R. En especial, de mis compañeros de generación. Luego admiro profundamente a Juan Rulfo, aunque no me siento cerca de su obra en cuanto a material temático. Admiro a Juan José Arreola.
P. ¿Ninguna proximidad con Carlos Fuentes?
R. Ninguna. A mí me gusta la literatura.
P. ¿Le interesa algún autor español?
R. Muchos. Me interesan Juan Benet y Luis Goytisolo. Me interesa la poesía. Soy un fanático de los poetas que ustedes expulsaron al final de la guerra civil...
P. El ustedes va más allá de mis pecados.
R. Era una broma. Después de la generación del 27 me parece que la poesía española vuelve a ser demasiado tradicional, a pesar de los esfuerzos de gente influida por Cernuda, como Gil de Biedma o Valente, por hacer una poesía menos pomposa.
P. ¿Han modificado su propia escritura las numerosas traducciones que ha hecho?
R. No. Pero sí las numerosas lecturas. He ido adquiriendo otras costumbres y otros puntos de vista a través de un espantoso vicio de lectura. Yo soy un lector voraz desde los seis años, desde que mi abuela creía que los libros eran el mejor remedio contra los malos pensamientos. La pobre no se daba cuenta de que los libros sólo provocan malos pensamientos. La novela más erótica que he leído sigue siendo todavía Los tres mosqueteros.
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