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SEXTO FESTEJO DE LA FERIA DE VALENCIA

Toros astifinos, al fin

Plaza de Valencia. 19 de marzo. Sexto festejo fallero.Cinco toros de Salvador Domecq, correctos de presencia, bien armados, que dieron juego. Cuarto, sobrero de Torrealta, serio y astifino, manejable, en sustitución de un Domecq devuelto por cojo. Todos flojos.

Dámaso González: estocada caída (oreja). Media atravesada, trasera y baja (oreja y clamorosa petición de otra). Pepín J¡ménez: pinchazo bajísimo y estocada baja (vuelta). Pinchazo y estocada delantera desprendida (pitos). El Soro: estocada trasera . caída (aplausos y saludos). Estocada sin puntilla (oreja).

ENVIADO ESPECIAL

La inhabilitación por afeitado empieza a traer cola de la buena. Algunos ganaderos venían diciendo que se ven tantos toros "aparentemente" afeitados porque los hay astigordos y son muchos. Pues, por lo que hemos podido comprobar en Valencia, donde al fin salen astifinos, no deben ser tantos.

El asta natural del toro es como se vio ayer en varios de los ejemplares de Salvador Domecq y en el sobrero de Torrealta. Tiene longitud, no excesiva en ningún sentido -salvo los excepcionales cornalones o cornicortos-, curvatura natural en progresiva disminución hacia el extremo, y punta.

Estábamos acostumbrados a otra cosa: al toro cornicorto, astigordo y romo que, según ganaderos, viene así de malito de la dehesa, por automutilación contra las piedras, la arena, los árboles. Por la fantasía que provoca en el hombre: la soledad del campo, también, sospechamos. Lo que podría ser excepción pretenden presentarlo como regla. Pero he aquí que la autoridad inhabilita a los presuntos defraudadores, impide que uno de ellos lidie sus toros en Castellón y surge el prodigio: las astas de los toros ya no merman en sus roces con piedras, tierra, árboles, sino al revés: crecen, relucen, se afilan. Es el milagro de la multiplicación de los peces y los panes, pero con cuernos.

Ahora que esta batalla del afeitado va por buen camino, sería conveniente hacer la guerra a otras corruptelas. La primera de todas, aquella por la cual los toros salen del toril fieros y, tras la primera galopada, se ponen a morir. Algo pasa aquí. Los mismos que fantasearon lo del toro astigordo, justifican en la consanguinidad el derrumbamiento de las reses. Pero la causa es distinta a la consanguinidad. La causa está en las mismas mentes defraudadoras que ejecutan el afeitado, en la picaresca, y la autoridad tiene que abrir una línea de investigación y vigilancia para acabar con esto.

Con toros en puntas, como se han visto en Valencia, tenemos una fiesta mucho mejor que en temporadas anteriores. Pronto sabremos qué toreros se atreven con ellos. De momento hemos apuntado en la lista a Dámaso González. Dámaso se pasó a milímetros de los muslos, de la faja, por donde quiso, las astas en punta del Domecq y las agujas que lucía el sobrero de Torrealta. Dámaso fabricó ayer dos faenas para la galería, al margen de cualquier ortodoxia, sin el menor sentido de la estética, pero aguantó las embestidas con escalofriante impavidez, obligó al toro a que girara a su alrededor en unos inverosímiles recorridos de arabesco y puso al público en pie con sus angustiosos alardes. Dámaso González, una vez más, alcanzó en Valencia un triunfo de auténtico alboroto.

El Soro pierde cartel, pese a la oreja

El Soro, en cambio, perdió algo del cartel que tiene conquistado en esta plaza, pese a la oreja que consiguió cortarle al sexto de la tarde. Tiene un mérito indudable y valor contrastado, pero continúa siendo un torpe muletero, con podo sentido del dominio, no mayor del temple y acaso nulo del arte. Se arrimó en su primero, que era bronco y acobardado en la querencia de chiqueros, pero no pudo dominarle y la segunda mitad del trasteo consistió en una suma de pases embarullados por todos los terrenos de la plaza.

El sexto tenía recorrido y le hizo una faena encimista, violenta, escasamente ligada, con demasiados alardes y ningún reposo. Los paisanos le aclamaron, más acentuadamente cuando hacía los péndulos y se colocaba de rodillas frente al testuz, y por supuesto cuando cobró un superior estoconazo, pero quedó demasiado evidente que El Soro, ídolo aquí, no puede funcionar por ahí si no perfecciona su técnica. Con las banderillas estuvo muy desigual; lo mismo clavaba arriba, que en un brazuelo, que en ningún sitio, y además sin reunir.

Al novilísimo segundo de la tarde, Pepin Jiménez no supo templarle las suaves embestidas, lo cual es grave. Quizá sea igualmente grave la desconfianza que mostró en el quinto, el cual parecía manejable y lo convirtió en gazapón. La incapacidad de Pepín Jiménez para fijar y cuadrar a este toro, tuvo ribetes de desastre. El público se enfadó con él. El mismo sentido común se tiene que enfadar con un torerillo joven, en el primer año de alternativa, que fracasa sin excusas en una feria importante. No parecía el mismo de la temporada anterior.

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