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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Los catedráticos y la LAU

¿Me permites unas pequeñas puntualizaciones a vuestro editorial de hoy?En primer término debo aclarar que yo no he sido el promotor del escrito de los catedráticos ni tampoco el primero que lo firmó, sino probablemente el último, y que no he solicitado a nadie su firma; no obstante lo cual, me ha sorprendido que la Prensa me haga figurar en primer lugar y como inspirador y cabeza del mismo. Es una precisión obligada, aunque la supongo ya inútil.

VLiestro editorial me decepciona: insiste en plantear todo el tema de la reforma universitaria como un problema de lucha de clases entre catedráticos (que se limitarían a disfrutar de formidables privilegios. acompañados de abstencionismo y, de un incumplimiento general de sus deberes) y PNN (que hacen lo mismo que aquéllos, si aquéllos cumpliesen, claro). La conclusión a ese planteamiento parece lógica y del más puro sabor democrático: igualemos a todos y suprimamos esa división injustificable; si los catedráticos se oponen a algo tan obvio es, haciendo un fácil juicio de intenciones, puro egoísmo y gremialismo. Por debajo de la brillante prosa, esa es la tesis de vuestro editorial.

Ahora bien, ese planteamiento es ridículo y nadie con una mínima experiencia universitaria, española o extranjera, puede aceptar que ése sea el problema, o uno de los principales problemas, y menos un problema con relevancia en la autonomía de la universidad, que parece que es lo que se trata de regular. El tema de los PNN es complejo y no fácil de resumir. Me permito sólo sugerirte que pienses en la noticia que publica hoy la Prensa: por unanimidad, el Congreso ha decidido ayer crear la nueva Universidad de Castilla-La Mancha. Desde octubre, como es habitual en estos casos (y escandaloso), comenzarán a funcionar varias facultades y escuelas sin un solo (o con uno, si acaso) profesor profesional. Los cuadros nuevos se nutrirán con unos centenares de nuevos y entusiastas PNN buscados a lazo; es fácil imaginar qué nivel científico tendrán la mayoría. Pero no hay que preocuparse: si llegan a tiempo, las transitorias de la famosa LAU les harán permanentes, iguales a los fantasmas que somos los catedráticos. ¿Habrá mejorado algo la universidad, su autonomía será más efectiva, los estudiantes de Castilla-La Mancha mejor servidos, la democracia progresará? Ese es el problema.

No es verdad que un PNN que da una clase haga todo lo preciso para ser profesor universitario. Un profeso¿ universitario no es alguien que da una clase, recitando un manual: es quien hace ciencia y es capaz de hacer ciencia y de formar científicos. Los denostados catedráticos pretenden ser esto, aunque es más que obvio que todos no llegamos ahí; hemos pretendido llegar, tenemos al menos ese sistema de valores, nuestra selección se ha hecho desde ese criterio. Sin ciencia no hay universidad. Yo lo he aprendido de mis maestros, pues he tenido la fortuna de encontrarlos. Federico de Castro, Joaquín Garrigues, Luis Jordana de Pozas (en quienes nunca acerté a ver privilegiados, sino servidores) me lo han enseñado, y a esa enseñanza intento seguir fiel. La enseñanza universitaria es crítica no porque sea contestataria,

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sino porque se práctica desde el espíritu científico, que es un espíritu crítico. Formar un científico es difícil; adquirir el hábito científico, más aún. No puede pretenderse con seriedad declarar científicos (i.e., profesores, universitarios) por ley y hacerlo por categorías generales, al margen de cualquier proceso selectivo. Eso es todo.

Ayer hablaba con un profesor extranjero, un gran profesor, que, como le habían llegado rumores de la polémica universitaria, me pidió aclaraciones. No sin rubor, le expliqué lo que la LAU pretende, lo que pretenden las huelgas de PNN y de adjuntos (i que la ley les declare a todos, varios miles, habilitados para catedráticos!), la posición -incómoda- que habíamos tomado algunos como un deber. Se quedó asombrado y me dijo algo muy grave: si en las universidades europeas se supiesen los criterios que intentan establecerse, España como país, y por supuesto su universidad, serían automáticamente descalificados. Nada menos. Pues, en efecto, ¿en qué modelos civilizados se inspiran esos extraños modelos?

Como profesor que soy desde hace muchos años, yo he tenido y tengo contacto constante con los PNN que trabajan conmigo. Yo ni he sentido ese enfrentamiento que vuestro editorial eleva a clave del problema ni tengo con ellos otra cosa que confianza recíproca y afecto. Creo que lo mejor que por ellos puedo hacer es ayudarles a ser científicos, a perfeccionarse, a superarme a mí pronto -lo cual es muy fácil-. Con algunos lo he conseguido, y es mi mayor orgullo. Estoy seguro que me despreciarían si pensasen que mi obligación para con ellos era sólo la de ofrecerles una sinecura permanente que les dispensase de hacer tesis doctorales o trabajos y, en general, de la exigencia intelectual y del progreso personal y científico.

Si hemos adoptado públicamente una postura, que a quienes tenemos radical vocación privada nos es profundamente incómoda, es porque nos sentimos depositarios de una tradición, la de la universidad española, tan trabajosamente formada y tan insuficientemente contra la rutina y la vulgaridad; la tradición que quiere hacer de ella un instrumento de ciencia y de progreso, la de Giner, la de Cajal, la de Menéndez Pidal, la de Ortega y Marañón, la de la Junta de Ampliación de Estudios, la de Ramón Carande, a quien acabamos de celebrar por algo más que por ser muy simpático. Sé muy bien que yo, en primer término, y muchos de los firmantes de ese escrito, somos indignos representantes de ese ideal, pero sentimos vivamente, no obstante, que por nuestro país y por nosotros mismos tenemos que ser radicalmente fieles a él./

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