El 'primo de La Coruña', el amigo y el coronel
El fiscal y las defensas han interrogado al general de división Luis Torres Rojas, capitán de navío Camilo Menéndez Vives y coronel San Martín. Tres secuencias:Torres Rojas narra a la Sala una historia de cuarto de banderas ocurrida en junio de 1979 cuando la división acorazada estaba bajo su mando. Tras el asesinato por ETA militar del general Gómez Hortigüela y los coroneles Laso y Avalos (a más de un mecánico militarizado), Torres escucha en el despacho del Capitán General de Madrid una conversación telefónica de éste con el ministro de Defensa, Rodríguez Sahagún. Por lo oído deduce que un general y un coronel (este perteneciente a la Acorazada) se encuentran seriamente amenazados de muerte y que el Gobierno se dispone a adoptar medidas especiales para la protección de sus personas. Regresa a su cuartel general de El Pardo y cita en su despacho a sus generales de brigada y jefes de cuerpo de la Brunete, lo cuenta todo y ante la bandera y un Cristo se juramentan para, si el coronel era asesinado, buscar un duelo personal en el que hallar venganza. El coronel, emocionado, llora y confiesa que tiene más valor esta medida que toda la protección ofrecida por el Gobierno.
El efecto dramático estaba siendo conseguido. La atención de la sala era total ante esta historia que nos retrotaía a Custer y su séptimo de caballería (no mecanizada) o a los manuales de duelistas caballerescos del XIX. El Presidente retiró la palabra al interrogado cuando éste empezaba a ilustrarnos sobre como comunicó el juramento de la Acorazada al capitán general y a Rodríguez Sahagún, a quien no le gustó nada la iniciativa en el supuesto de que el Gobierno tenía otros medios para enfrentarse a las amenazas terroristas.
El capitán de navío Camilo Menéndez, en su tono de bonhomía, proclive a la lágrima en cuanto rememora sus lances de amistad, como extraído de una estampa no menos caballeresca que su antecesor en la mesita de los testigos, nos deparó chascarrillos sobre su supuesto ligue la noche del 23 de febrero con Carmen Echave -la doctora que atendió a algunos diputados secuestrados y a la que se refiere con galanura; un diario llegó a gastar al marino esta pequeña broma-, afirmó su monarquismo -"desde antes que Felipe González y Santiago Carrillo"defendió con voz acongojada rectitud de su amigo Tejero -"era incapaz, allí, de derramar una gota de sangre y eso lo diferencia de un terrorista con todos los respetos para el señor Areilza". Llega al llanto contenido, la voz quebrada, cuando afirma su amistad ya para toda la vida con los oficiales de la Acorazada procesados.
Numerosas defensas, al renunciar a su turno de preguntas sobre este hombre, se explayan felicitándole por su lección de honor", "dignidad","virilidad", "hombría de bien"... Los mayores elogios personales deparados hasta ahora en esta causa en la que tan escasos favores se han hecho a conductas auténticamente reglas. Todo un canto a la emotividad -aquí nadie le da importancia a este marino con una hoja de servicios de simple desobediente- en detrlmento de las potencias del alma.
El coronel San Martín, cuyo interrogatorio proseguirá el lunes, perdió sus papeles. Con una voz tronante que no oculta su nerviosismo, siempre respetuoso pero sin ocultar una indignación desbocada, intentó convencer a sus juzgadores, con alusiones repetidas a la providencia, de que retrasó información sobre el golpe a su general, Juste, por despecho de los hados. La historia de las camisas blancas y la fiesta de la Brigada Paracaidista de Alcalá de Henares es llamada de nuevo a escena por enésima vez. El general Juste tenía interés, desde días antes, en asistir a la celebración paracaidista, por cuanto una unidad mecanizada bajo su mando iba a entregar a los paracas un mapa de Ifni dibujado por el heroicamente muerto en aquella guerra secreta, Ortiz de Zárate. Pero se olvida de la camisa blanca y fajín de general, obligados en la recepción de gala militar. San Martín desea fervientemente aprovechar la oportunidad para chequear con el general Alfonso Armada (asistente a la fiesta) la información que sobre el golpe le ha facilitado Pardo Zancada la noche anterior. Tampoco luce camisa blanca. Cuarenta minutos en la puerta esperando que la íntendencia facilite camisas y corbatas adecuadas para, finalmente, seguir camino de Zaragoza sin atreverse a hablar con Armada. Es sabido que por un clavo se perdió una herradura, por una herradura se perdió un caballo y por un caballo se perdió un caballero, pero se hace muy cuesta arriba suponer que el exjefe de los servicios de información del almirante Carrero se ha perdido en esta causa por una camisa.
Son tres secuencias que retratan la sesión de ayer. García Carrés ausente en la tarde; y el capitán Gómez Iglesias (encausado) rellenando crucigramas. Aquí se me ocurre escribir lo de Romanones cuando exclamó eso de "qué tropa".
El agravio corriparativo entre el Ejército y Guardia Civil que parecen querer azuzar algunas defensas en esta causa, saltó ayer de la mano del defensor teniente coronel De Meer. Con la adhesión del letrado Ortiz renuncia al interrogatorio del general Torres Rojas, pero ruega se le permita exponer una cuestión urgente ajena al interrogatorio. Expectación y miradas de preocupación entre algunos asistentes a la vista. El Presidente relega la exposición solicitada para el final de las preguntas al general. Finalmente, De Meer pide que el Tribunal, en función de los artículos 680 y 681 del Código de Justicia Militar, ponga en libertad a los tenientes de la Guardia Civil procesados en esta causa, dado que están exentos de responsabilidad -como los tenientes de la columna de la Acorazada de Pardo Zancada- a tenor de las capitulaciones de rendición de Tejero. El Presidente estima que no es el momento procesal para tal consideración y da por terminado el incidente con el apoyo del fiscal.
Sobre este agravio comparativo -tenientes de la Acorazada, tenientes de la Guardia Civil- venían insistiendo día a día las defensas. Algunos letrados han preguntado reiteradamente por la explicación del interés que se tuvo aquella noche en sacar del Congreso a Pardo Zancada y sus PM de la Brunete y no se puso, según ellos, el mismo érifasis en hacer lo propio con Tejero y sus guardias.
Por lo demás, recuperando el hilo cronológicode las declaraciones de ayer, el general Torres Rojas hizo buena sil biografia de voluntario en una bandera de Falange, oficial en un tabor de regulares y veinte años con los paracaidistas (a los sesenta aún saltaba) antes de mandar brevemente una división blindada. Cuida mucho su preparación física. Por dos veces llevó su declaración al borde del mitin castrense, como si la mesa de los deponentes fuese un arengario. Recordó su orden a los generales de la Acorazada de circular con el banderín desplegado en sus automóviles, contraviniendo consejos gubernamentales de seguridad -"es un deshonor entrar en un acuartelamiento sin el banderín-"; una mujer inicia un aplauso y el Presidente interrumpe al interrogado. Posteriormente el Presidente recordó su facultad para desalojar la Sala, a cuenta de las risas generalizadas que provocaba la intervención de Camilo Menéndez.
Incapaz de explicar razonablemente su presencia en la Acorazada la tarde del 23 de febrero, se aferra a que esperaba allí órdenes de Milans, en el convencimiento de que no se iba a producir ni un golpe ni un alzamiento, sino "un apoyo a lo deseado por Su Majestad en cumplimiento del mandato constitucional; lo repito: cumplimiento del mandato constitucional en su artículo octavo". Admite haber argüido un pretexto ante su Capitán General para venir a Madrid -la excusa del notario- por cuanto en la reunión del 18 de enero en Madrid Milans había exigido secreto a los conspiradores ("perseguiré hasta la muerte a quien hable de esto") dado que todo el plan debería quedar congelado hasta un posterior acuerdo entre el Capitán General de Valencia y el general Armada.
Torres Rojas, por supuesto, prefiere "no haber existido" a devenir en delator y se niega a identificar a los asistentes, aún desconocidos, a la tenida golpista presidida por Milans en el piso madrileño de su ayudante. Sí recuerda una frase de Milans: "en una o dos horas el golpe tiene que estar resuelto", lo que le indujo a pensar en su fracaso avanzada la tarde del 23. El carácter incruento que los conspiradores pretendían dar a su asonada le lleva a argumentar que aquella no era tal sino un cumplimiento constitucional, según una teoría histórica que tiene por imposibles los golpes de Estado sin víctimas. Olvida el 25 de abril portugués.
Ramón Hermosilla, defensor de Armada, le arranca una declaración favorable a su defendido: escuchó comentar la tarde de autos en el despacho del general Juste que Armada desautorizaba a quien utilizara su nombre y el del Rey. El general Juste, entonces al frente de la Acorazada y testigo de esta causa, sigue apareciendo como el hombre que quiere quedar bien con todos, que manda su división aunque no le satisfacen sus propias órdenes y -sin presión de nadie- acaba diciendo ese "bueno, pues adelante", que pone a sus tropas en un tris de ocupar Madrid. El primo de La Coruña (así identificaban los conjurados a Torres Rojas) admitió en varias ocasiones su atípica obediencia a Milans y sus desconexiones y enganos con su jefe natural.
Camilo Menéndez Vives se empeñó en relatar que cuando se redactaba el documento de rendición de los ocupantes del Congreso y aun se ofrecía a estos la posibilidad de un avión para marchar al extranjero, él afirmó que lo más lejos que estaba dispuesto a irse era a Azuqueca de Henares, provincia de Guadalajara.
Declaraciones de este porte y encendidas defensas del correctísimo y caballeresco comportamiento de los guardias que secuestraron al Congreso, lo echaron al suelo, dispararon en el hemiciclo, zarandearon al vicepresidente del Gobierno, etcétera, restaron fuerza o interés a su afirmación de que Tejero le confesó su indignación por la oferta de Armada, que integraba a Felipe González y Enrique Múgica en su hipotético gobierno. El defensor de Armada, no obstante, se cuidó de recordar a la sala que tal afirmación la hace el marino por vez primera.
Más interés tiene su declaración -que ha pasado como inadvertida- de como tuvo conocimiento del asalto al Congreso: haciendo tiempo en una cafetería para visitar a las siete de la tarde al teniente general de Santiago (codefensor del coronel Ibáñez Inglés).
El coronel San Martín continuará el lunes contestando las preguntas del fiscal (suave, persistente, muy hábil, con voz casi sofrónica); ayer en el mal papel descrito al comienzo de esta crónica, se autopresentó como un jefe de Estado, Mayor que retrasa información a su general por un prurito de tenerla más completa. Admite que corrió su riesgo jugando en una operación que sabía mal diseñada y que su mejor baza hubiera sido contárselo todo al general Juste a las nueve de la mañana del día 23 de febrero o darse de baja y no acompañarle camino de la fiesta de los paracas y de las maniobras de Zaragoza. Quiso apurar la información y se encontró cogido en esta frondosidad de despropósitos y torpezas. El coronel puede el lunes mejorar su posición, pero por el momento encuentra una notoria falla en el argumento exculpatorio de las camisas.
En la tarde del jueves José Antonio Girón se acercó a las puertas utilizadas por los visitantes de los procesados solicitando ver al teniente general Milans del Bosch. Fue recibido.
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