¿Volver al pueblo?; no, gracias
Nada más lejos de la realidad. El éxodo del campo a la ciudad continúa, lo que quiere decir asimismo que prosigue la pérdida de puestos de trabajo en la agricultura (lo que hace descender el porcentaje de población activa agraria), y esto aun cuando (oficialmente al menos) no se creen nuevos puestos de trabajo en la industria y pocos o insuficientes en los servicios, pese a la recuperación del boom turístico, que este año será mayor a causa de los Mundiales de fútbol, que sí creará puestos temporales de trabajo.El caso o casos aislados de pepes o juanes que toman a sus familias, venden el piso comprado a plazos (si pueden encontrar un comprador) en los arrabales ciudadanos y regresan al pueblo a es cardar cebollinos tras haber pasa do en la ciudad -trabajando en la industria o los servicios quince o veinte años- es pura anécdota. Cierta, sin duda, pero intrascendente. Las estadísticas poblacionales son menos llamativas -no tienen color, aroma ni sabor humano visible-, pero bajo su capa de guarismos, porcentajes, cifras y números -aparentemente fríos datos- no resulta nada difícil comprender que esas cifras y números hablan de mujeres, hombres, niños y ancianos, y nos acercan mucho más a la realidad (pese a los fallos que puedan contener) que queremos alcanzar o examinar.
Lo cierto es que, pese a la profunda y ya eterna crisis económica que venimos padeciendo desde 1972/1973, al frenazo y marcha atrás experimentado por nuestras regiones industrializadas y al cierre prácticamente total de las fronteras de los países europeos para nuestros emigrantes, el éxodo del campo a la ciudad, el adiós a la agricultura y la emigración no han cesado. Ha sufrido una mengua, una desaceleración, y sostiene un ritmo más lento, pero de una lentitud sorprendentemente rápida e importante -valga la aparente contradicción o paradoja- si tenemos presente la profundidad de la crisis socioeconómica en que vivimos.
Dieciocho provincias perdieron población entre 1950 y 1960
De 1950 a 1960, dieciocho provincias españolas perdieron población. De 1960 a 1970 (los años del éxodo masivo, de la sangría migratoria a borbotones) fueron veintitrés las provincias que perdieron población de forma absoluta. Pues bien, de 1970 a 1981 han sido veinte las provincias que padecieron esa pérdida poblacional. Y si consideramos los años en que la crisis económica ha sido más fuerte -de 1975 a 1981-, las provincias que continúan perdiendo población absoluta se redujeron a trece, si bien en las otras siete sus índices de crecimiento indican que también expulsaron población, ya que sus aumentos poblacionales fueron inferiores a su natural crecimiento vegetativo. Por ejemplo, Córdoba aumentó su censo tan sólo en un 0,43%; Huesca, en un 0,42; Las Palmas, en un 0,92, etcétera, cuando la media nacional de crecimiento fue, en ése período, del 4,64%. Lo más grave del caso es que han seguido siendo las provincias -y las regiones- que vienen soportando los más altos índices de emigración desde 1950 (y muchas de ellas ya francamente convertidas en desiertos poblacionales) las que de forma más acusada han seguido arrojando población agraria: así Lugo y Orense, León y Zamora, Cáceres y Badajoz, Soria, Segovia y Avila, Cuenca, Ciudad Real, Albacete y Teruel.
Que son los municipios y comarcas netamente agrícolas los causantes de estas migraciones y pérdidas poblacionales nos lo demuestran las estadísticas siguientes: en 1960 había 8.156 municipios menores de 5.000 habitantes (que son los más neta y totalmente agrícolas y rurales). En 1970 se redujeron en 520. Pues bien, desde 1970 a 1981 descendieron otros 705 municipios. Es decir, hoy sólo quedan 6.931 municipios menores de 5.000 habitantes. En contrapartida, los núcleos superiores a 50.000 habitantes y menores de 100.000, que eran 35 en 1960, pasaron a 36 (uno más tan sólo) en 1970, y a 54 en 1981. Los municipios de 100.000 a 500.000 habitantes, que eran veintitrés en 1960, aumentaron en uno, tan sólo, en la década, pero desde 1970 a 1981 dieron un salto hasta ser 44 en la actualidad. Y los mayores de 500.000 habitantes, que pasaron de tres a cuatro entre 1960 y 1970, eran ya seis en 1981: a Madrid, Barcelona, Sevilla y Valencia se han unido ya Málaga y Zaragoza.
El campesino no se agarra a su terruño
¿Qué demuestran todas estas cifras y datos?: hechos muy claros. En primer lugar, que es incierto -como también se ha escrito repetidamente en estos años críticos- que el campesino se agarre como lapa a su terruño. Los jóvenes huyen. En segundo lugar, se pone de manifiesto el incremento de población experimentado desde 1970 a 1981 por las poblaciones medianas (de hasta 50.000 habitantes), pero ya urbanas y muy escasamente influidas o dependientes de la agricultura.
Este punto contrasta con lo sucedido en la década de 1960 a 1970, en que las villas, ciudades o capitales de provincia de tipo medio eran saltadas por los emigrantes que buscaron su ubicación en el extranjero en las grandes capitales españolas, mientras que ahora son esas ciudades-medias un escalón, descansillo o alto en el camino de la emigración.
En tercer lugar, estamos ante el hecho del crecimiento de las grandes urbes, pero de forma mucho más ralentizada que en la anterior década, y debido, de manera significada, al propio crecimiento vegetativo de sus poblaciones.
Objetivo final: 'alcanzar la ciudadanía'
El paro, el desempleo, la bartdada de pedigüeños, el invento de nuevas o exóticas profesiones, la picaresca para ganarse el pan son, en las grandes ciudades, cada día más visibles (y esto sin hablar del componente del aumento de los delitos). Pero la realidad está ahí. Pese a la cruda existencia ciudadana impuesta por la crisis económica, el común pueblerino y aldeano, prefiere convertirse en el común ciudadano. Y una vez alcanzada la ciudadanía (que realmente comporta hasta en el mismo lenguaje aspectos peyorativos y de menosprecio para el habitante rural, villano, aldeano, pueblerino o paleto), nadie -salvo mínimas excepciones- renuncia a ella.
Eduardo Barrenechea es periodista.
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