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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Jaruzelski, en Moscú

LA VISITA de Jaruzelski a Moscú hay que tomarla como un espectáculo a falta de lo imposible: conocer el fondo de las conversaciones y de los posibles acuerdos. El espectáculo es una escenografía de primer orden con la cual los soviéticos quieren subrayar la importancia del hecho y significar que Polonia es el hijo pródigo que vuelve destrozado por las aventuras del mundo exterior. Hay que suponer que los diálogos habrán sido más difíciles: que Jaruzelski trató de obtener el máximo de libertades posibles para su país -la coincidencia de unas relativas medidas de liberalización dentro de la ley marcial con el viaje a la URSS tratan de indicar esta posición- y que la URSS querrá conseguir a su vez el máximo de seguridades. Habría que interpretar también la especial mención al Ejército soviético, hecha por Jaruzelski a su llegada como una valoración de la instancia a la que se dirige. Los dirigentes, polacos siguen manteniendo públicamente la tesis de que su intervención ha sido una salida de última hora, un recurso inevitable para evitar "un baño de sangre", sin que precisen demasiado quién ensangrentaría Polonia. Tratan de convertirse en héroes de tragedia que tienen que alzarse contra sus propios principios y dejar que se les condene moralmente, hasta por sus propias familias, con tal de cumplir un deber patriótico designado por el destino. La entrevista de Oriana Fallaci con Mieczyslaw Rakowski, quien continuamente pide que se le crea, da este tono trágico al suceso histórico, este aspecto de personajes desgarrados.El hecho es que Polonia iba por unos caminos de libertad y que sus propios militares la han yugulado, y los pretextos del "`estado de necesidad" no pueden cundir, no deben hacerlo. Pero no menos desgarradora debe ser la situación de algunos de los dirigentes de Solidaridad, que pueden hacer examen de conciencia y considerar si no han ido más allá de los límites de lo permitido por los acuerdos de Yalta. Al menos pueden tener en su amargura actual el consuelo de haber estado junto a unos valores morales que todavía forman la gran parte teórica de nuestra civilización.

En cuanto a la idea de que entre las dos fuerzas -militares y sindicatos- ahora adversas han desmoronado el partido comunista y le han quitado el poder, no es suficiente. Es enormemente interesante desde un punto de vista histórico, en el sentido de que en Polonia, por primera vez en un régimen comunista, ha habido una sublevación obrera (no se podía decir lo mismo de Checoslovaquia o de Hungría, que presentaron otras características) y, también por primera vez, un Ejército ha asumido el papel dirigente imponiéndose al partido. Habría que pensar si no ha sido el desmoronamiento general del comunismo en el mundo y su incapacidad para encontrar una salida en las naciones en que gobierna lo que ha dado lugar , primero, a la constitución de Solidaridad, y segundo, a la toma de poder de los militares. Esta condición hace pensar en un futuro posible dentro de la Europa del Este: un futuro más militar que comunista, que no sería, en gran parte, sino la consolidación del presente.

De poco servirá, empero, la caída de las dictaduras comunistas si se sustituyen por dictaduras militares; los polacos pasan ahora por la amargura de verse de nuevo triturados por un poder que no comparten, comprenden ni desean. Lo que Jaruzelski puede haber intentado en Moscú es la posibilidad de dar un rostro humano a su golpe de fuerza: aunque lo consiga, y no parece fácil, no es suficiente.

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