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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Visita crítica al Museo del Prado

Se acaban de abrir al público en el Museo del Prado más de una docena de las antiguas salas del mediodía de la planta baja, dedicadas ahora íntegramente a la pintura flamenca del siglo XVII, después de haber llevado a cabo en ellas complicadas y costosas obras de climatización, iluminación, seguridad y depuración del aire.El resultado no puede por menos que calificarse de bueno, al menos en parte, y sólo queda desear que las mismas obras se concluyan en el resto del edificio en menos tiempo que el que éstas han tardado.

Ahora bien, una primera pregunta que surge de la contemplación de estas salas es si se ha pensado en que no hay celadores suficientes para cuidar de ellas sin abandonar las otras y si estamos dispuestos a renovar periódicamente las telas que se han puesto en las paredes cada tres o cuatro años para evitar que lo que hoy es limpieza y esplendor en poco tiempo se asemeje al resto del museo, donde brillan como dos de sus notas más características la suciedad y la mala iluminación. Suponemos que sí.

Pero, junto al aplauso para quienes han dirigido los trabajos, y para los sectores de la Administración, Ministerio de Cultura y, antes , el Ministerio de Educación, que más empeño han puesto en su logro, hay que lanzar nuevamente una llamada de atención a estos mismos sectores, y a toda la opinión pública, para que no olviden que lo conseguido es una mínima parte de la tarea a realizar.

Existen grandes y graves problemas, que fueron en su día desvelados, y aún continúan vigentes, por el entonces subdirector del museo, don Alfonso E. Pérez Sánchez, en unas magistrales conferencias pronunciadas en la sede de la Fundación Juan March en el mes de marzo de 1976, posteriormente recogidas y publicadas en el libro Pasado, presente y futuro del Museo del Prado.

Tiempo y dinero

Pero, al lado de estas importantes tareas, casi principios de actuación, cuya consecución requerirá mucho tiempo, dinero, preparación y esfuerzo por parte de todos, subsisten en el Prado una serie de problemas aislados, fáciles de subsanar, que constituyen el fin de este artículo.

En primer lugar, está toda la cuestión de las publicaciones, imprescindibles para un museo de esta categoría. Sucede, por ejemplo, que el último boletín del museo publicado ha sido el correspondiente al segundo cuatrimestre de 1981, lo que significa que está saliendo con un retraso de casi un año, y en él, en un prólogo firmado por el anterior director del museo, don José M. Pita Andrade, se anuncia la próxima aparición de los dos volúmenes de dibujos italianos pertenecientes a la colección del Prado, y de los que es autora doña Manuela Mena. Pues bien, en el día de hoy, dichos catálogos no han visto la luz pública. No hace falta explicar la importancia de los mismos, por cuanto el museo carece propiamente de un catálogo de sus fondos crítico y exhaustivo, siendo su realización una verdadera y urgente necesidad, y porque además vendrían a ampliar los ya existentes dedicados a los dibujos españoles.

Todo esto resulta más difícil de explicar cuando se acaba de subir el precio de las entradas a doscientas pesetas, lo que, como se recordará, fue una de las causas que provocó el portazo del anterior director, habida cuenta además que, como es de todos conocido, la mayor parte de los visitantes de la pinacoteca son ciudadanos extranjeros que no se benefician del derecho de entrada gratuita que tienen muchos españoles, y por tanto, los ingresos del museo se han multiplicado.

Escasos fondos

Otra de las publicaciones que se pueden adquirir en el propio museo es un pequeño catálogo donde de forma breve se hace un estudio con reproducciones de las obras adquiridas en los tres últimos años. Estas pinturas fueron expuestas a principios del verano pasado en el central del Casón del Buen Retiro, antes de que en él se instalara el Guernica, de Picasso.

La mayoría eran piezas de un interés secundario, dignas, eso sí, de un buen museo de provincias, pero que desgraciadamente son las únicas que hoy pueden adquirirse, dados los escasos fondos de que se dispone. Dentro de estas limitaciones es de justicia reconocer que los conservadores del Prado hacen milagros con esos ridículos fondos, impropios de un país cuasi desarrollado. No es posible comprar más y mejor por menos dinero.

Otras, en cambio -las menos-, son destacadas piezas del arte español, entre las que es necesario subrayar el Salvador bendiciendo, de Zurbarán, y el Retrato de Josette, de Juan Gris. Por ello fueron inmediatamente colgadas de las paredes de la pinacoteca, pudiendo ser admiradas por los visitantes.

Sin embargo, avergüenza tener que decirlo, varias de ellas, a pesar de que fueron entregadas al museo hace muchos meses, aún no han sido pagadas a sus anteriores propietarios. Posiblemente ello es debido a los largos y complejos trámites burocráticos que la falta de autonomía del museo conlleva, pues no hay indicios de que se pretenda dejar sin pagar las referidas adquisiciones.

Extraña que esto ocurra tratándose de pequeñas sumas, lo que es más lamentable, y porque además se está originando en. el mercado del arte y en la opinión pública una pérdida del crédito que hasta ahora ha tenido el Prado.

Así, está empezando a surgir un nuevo fenómeno, que consiste en que los propietarios de obras de arte destacadas que desean desprenderse de ellas, en vez de ofrecérselas directamente al museo como antiguamente, lo hacen ahora por intermediarios, gente avezada, a menudo al servicio de multicionales del arte, que impone condiciones, exige garantías y puntualidad en los pagos y, sobre todo, cobra sustanciosas comisiones, que lógicamente encarecen los precios, y que se podrían evitar si la intervención de la Administración fuese seria y eficaz, o si el propio museo pudiera tratar directamente con los propietarios.

Tema diferente, aunque igualmente importante, es el relativo a las atribuciones erróneas de las telas y tablas de la colección. No se pretende con este: artículo enmendar la plana a nadie, pues cuanto aquí se dice es de sobra conocido por los especialistas. Se trata más bien de corregir un pecado motivado por la vanidad o el falso prestigio, que aqueja a todos los grandes y pequeños museos, que consiste en atribuir obras de escaso valor a grandes maestros de la historia del arte.

Por ello no estaría mal proceder a algunas rectificaciones, especialmente cuando hay un acuerdo universal sobre su incorrecta atribución, como en el caso del falso Autorretrato, de Rembrandt, o el falso Cima de Conegliano, del legado Pablo Bosch. Tampoco se entiende la exhibición de una obra tan deteriorada y discutida como La adoración de los Reyes Magos, bajo el nombre de P. Brueghel el Viejo, sabiéndose que el original está en el Museo Real de Bruselas, y ésta no es sino una copia en muy mal estado realizada por P. Brueghel el Joven (Matías Díaz Padrón: Catálogo de la pintura flamenca del siglo XVII).

Para terminar, me gustaría señalar el mal estado de conservación de algunos lienzos. Público es el deterioro que sufren obras como Las hilanderas, de Velázquez, o El jardín de las delicias, del Bosco; muy poco lo es, en cambio, el caso del cuadro de Zurbarán La visión de San Pedro Nolasco, que se halla sin barniz en la mayor parte de su superficie, salvo dos finas franjas en los lados derecho y superior, dando la impresión de que se empezó a limpiar, y luego, por causas desconocidas, se paró la tarea, dejándola inacabada.

Todavía es inás misterioso lo ocurrido con la gran tabla central del retablo de La vida de la Virgen y San Francisco, de Nicolás Francés, que fue retirada de su emplazamiento hace ya unos cuantos años, colocándose en su lugar el cartel En restauración, sin que se sepan las razones de tal dilatado período de restauración. Esperemos que no sea lo que nos tememos, y la dirección del museo pueda dar una explicación que demuestre que estos temores eran infundados.

Algunos de estos deterioros podrían evitarse o limitarse con la colocación de protectores delante de los cuadros más populares, aunque, eso sí, cuidando bien la estética de los rnismos, y especialmente en el caso de las mesas de piedras duras, verdaderas joyas, continuamente manoseadas por los turistas, que en ocasiones se han llevado pequeños trozos de las mismas, a pesar de la vigilancia a que las someten los celadores.

En el deseo y la confianza de que alguno de estos problemas sea pronto solucionado estamos hoy muchos de los visitantes asiduos del Museo del Prado.

Juan Ignacio Samperio es abogado.

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