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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La visita de Hassan II

"MARRUECOS Y España son dos naciones condenadas a entenderse", dice con frecuencia el rey Hassan II, que está ahora en España en lo que protocolariamente se llama "visita privada"; es decir, que no anula ni embarga la "visita oficial" prevista para más adelante. Visita privada que le conduce directamente al Rey de España en una entrevista personal, dispuesta con rapidez y sin más tiempo para anunciarla que el mismo día del viaje. No es, evidentemente, un descanso ni una cortesía. Marruecos tiene en estos mismos momentos clavado el aguijón del Sahara en un doble frente: el de la guerra y el diplomático, en el que acaba de sufrir la derrota de ver a la República Arabe Saharaui Democrática prácticamente reconocida por la Organización para la Unidad Africana, en un acto que Hassan II no vacila en denominar "atraco y bandidaje jurídico". Pero Hassan II se beneficia de algo que puede ser más efectivo en su problema: la inclusión por Estados, Unidos de la guerra del Sahara en el abanico de los actos perpetrados por el comunismo y por la ayuda directa de la Unión Soviética.Después de sucesivas visitas de Haig y Weinberger a Marruecos, Estados Unidos ha emitido la idea de que el tipo de armamento y de sostén logístico a las fuerzas saharauis sólo puede proceder de la URSS. La consecuencia ha sido la reanudación oficial de las bases americanas en Marruecos, bases que en realidad nunca fueron desmanteladas ni siquiera dejaron de funcionar. No es extraño que Hassan II pueda ver en España una política general de asuntos exteriores en la que la forma de occidentalismo adoptada es la que emana de Washington, más que la que se trata de fraguar en Europa, y que este hecho le parezca decisivo para que las dos naciones "condenadas a entenderse" lo hagan en este punto, en el que de antaño la política española es escurridiza y pesa en ella la sombra del aguamanil de Pilatos.

Próxima a consumarse la entrada de España en la OTAN, Hassan II puede entender también que nuestro país puede ser valedor ante ese organismo político-militar, a cuya ayuda aspira desde hace tiempo, sobre todo desde que encuentra resistencia en los otros países árabes y africanos. No le falta lógica. Si la guerra del Sahara deja de ser definida como una guerra de independencia de ese país, muerto al nacer y ocupado por su poderoso vecino, sino como una parte del enfrentamiento con el comunismo internacional, y concretamente con la URSS, podría interesarse por el tema con más razones que, por ejemplo, por el de Afganistán. No es tampoco extraño que visite directamente al Rey de España. Un monarca absoluto como lo es Hassan II, mediante los retoques a los usos de la Constitución que estableció su padre, Mohammed V, no puede comprender fácilmente que otro rey no tenga los mismos poderes que él tiene en su país; pero, por lo menos, no ignora que su interlocutor trasladará el protocolo de sus conversaciones al presidente del Gobierno.

Es evidente que el amplio contencioso entre España y Marruecos va mucho más allá que esa cuestión, que hiere de lleno a la monarquía alauí en sí misma: desde el tema del triángulo del Estrecho -Gibraltar-Ceuta-Meli¡la-, que sí afecta muy especialmente a la OTAN, hasta la cuestión pesquera hay un cúmulo de problemas que hacen que no siempre se cumpla la condena al entendimiento mutuo y que no han podido resolverse en numerosas visitas privadas y oficiales, y no sólo entre los dos jefes de Estado. Incluso en el plano de la diplomacia cotidiana sucede que desde hace un año Marruecos no tiene embajador en España por el mero hecho de haber dado un nuevo destino a quien ejercía aquí el cargo representativo y no haber provisto nunca la vacante. Parece que el rey de Marruecos trajo ayer en su cartera el nombre del nuevo embajador para presentarlo como una prueba de la nueva voluntad marroquí de mejorar sus relaciones con España y de obtener a cambio, por lo menos, la ayuda que necesita para cubrir la enorme herida de la guerra en el Sahara, una guerra que, como todas, se inició como un fastuoso espectáculo de ampliación del viejo imperio al salir del colonialismo -la marcha verde fue, sobre todo, un gran espectáculo- que invertía su viejo papel hasta el punto de poder ejercer él mismo su colonialismo, y tal fervor hubo entonces que el propio monarca no dejó de asumir un protagonismo personal que hoy le pesa como un plomo. La guerra se ha convertido en una pesadilla de exacción de impuestos y leva de hombres en un país con estructura de gran pobreza, y tiene cada vez más las características de una de esas guerras que no se pueden perder ni ganar, pero que van desmoronando gravemente a quien las conduce.

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