Un gran pedagogo
En el principio fue Stanislavsky. En el Teatro de Arte de Moscú creó una manera de interpretar, una forma distinta de ver el teatro y una teoría y una práctica del actor que resumía en una frase que ese actor debía asimilar como si fuese un credo: "Lo que es importante para mí no es la verdad exterior, sino la verdad dentro de mí. La verdad de mi actitud hacia cualquier objeto del escenario, hacia mis compañeros que representan otros papeles en la obra y hacia sus sentimientos y pensamientos". Stanislavsky fue a Estados Unidos con El jardín de los cerezos y encendió una hoguera de vocaciones. Una de ellas la del joven Strasberg que tenía entonces -1923- 21 años. Era un judío austriaco que había emigrado con su familia y que estudiaba arte dramático. En 1925 dirigió por primera vez, ya iluminado por Stanislavsky; en 1930 fundó el Group Theatre y en 1948 se integró en el ya mítico Actors Studio. Todo en él era el método; no uno de los métodos posibles, sino El Método, el único imaginable. Concentraba en él las enseñanzas de Stanislavsky.Cuentan las malas lenguas que una de sus discípulas acudió en peregrinación a Moscú cuando Stanislavsky moría. El maestro aún tenía suficiente ánimo como para escuchar las explicaciones que su llorosa visitante le daba acerca de como funcionaba El Método en Nueva York: y solo pudo comentar: "¡Dios mío, Dios mío, qué han hecho ustedes conmigo!" y expiró. Como la protagonista y relatora de esta historia fundó después una academia rival de la de Strasberg, caben toda clase de sospechas acerca de su veracidad.
La verdad es que el propio Stanislavsky nunca fue demasiado claro en sus explicaciones -las más fecundas están en su libro Un actor se prepara- pero en la práctica del teatro fue deslumbrante. Lo mismo puede decirse hoy de Strasberg. El Método en sus manos fue primero una norma de selección para aspirantes a actores; luego un adiestramiento para los ya seleccionados sobre la base de la interiorización de la verosimilitud; un adiestramiento conseguido por la improvisación más que por la mera trasmisión de técnicas. Nombres como los de Marlon Brando, James Dean y Paul Newman garantizan que, por lo menos, la capacidad de selección entre muchos aspirantes funcionó bien, aunque los detractores han podido decir que se han producido más actores de cine, donde la forma de expresión es distinta, que de teatro, lo cual no es exactamente cierto. Hay que pensar que uno de los fundadores del Actors Studio fue Elia Kazan, especialmente volcado hacia el cine, aunque durante mucho años interpretó y dirigió teatro; pero que se llevó al cine a los discípulos más aventajados.
Probablemente la realidad es que Strasberg era un gran pedagogo, un gran director como lo fue Stanislavsky y que lograron sus éxitos gracias sobre todo a sus propias capacidades individuales, convertidas después en teoría. La diseminación de El Método a través de cursillos o escuelas ha causado a veces en discípulos no preparados suficientemente más confusión que beneficio. Como cualquier dogma, como cualquier entronización de una teoría.
Las visitas del hijo de Strasberg a Madrid, las de algunos actores y directores españoles al estudio de Nueva York han servido más bien para complementar algunos talentos ya formados que para inventarse algunos nuevos. El resumen que se puede hacer de los 81 años de vida de Lee Strasberg es que él mismo fue un gran creador de teatro, un pedagogo excepcional y que, probablemente, sus capacidades mueren con él.
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