La infanta
Hay que tener el corazón muy republicano, Infanta Elena, para que se le suba a uno a la cabeza por una infanta. Mas pienso que esta infanta rubia, Elena de España (y casi de Troya, por la que iba a liarse aquí hace un año), es el lujo mínimo (se es rubia gratis) de una Monarquía sin lujos, de una democracia discretísimamente corregida de monarquismo, de una transición sin meninas ni pintores áulicos, salvo la foto que Alberto Schommer le ha hecho al Rey, Juan Carlos para los nuevos billetes de 5.000, en los que el Monarca escribe: «Para la corona y para los demás órganos del Estado, todas las aspiraciones son legítimas y, todas deben, en beneficio de la comunidad, limitarse recíprocamente».Esto de meterle ética al billetaje, democracia al «sucio dinero», es asimismo una manera de corregir la motivación fruitiva de un billete y aquello del «dinero llama dinero». Nuestra infanta rubia ha lucido, en la boda de María Astrid, esa manera elegante, esa elegancia natural para ceñirse el echarpe, más el oro modesto de su pelo, ornato mínimo de un país pobre donde a Ramón Irigoyen, becado por el Ministerio de Cultura le niegan ahora la mitad de la beca los mismos que se la concedieron: Torrente, Tovar, Matías Vallés, etcétera, «por la baja calidad del trabajo presentado», dejando al escritor en la media tostada, como en «la Edad de Plata» que estudia José Carlos Mainer en su último libro (1902/39), Edad de España, cultural y creadora, que nuestros genios e ingenios fraguaron a base de «café con media», porque la otra media quedaba para el Tesoro público, como ahora la beca de Iriioyen. Infanta de oro sencillo frente a la complicación administrativa, que «el hombre es la fuente que busca», como dijo Mallarmé, o sea que lleva la riqueza en sí mismo. El socialista Jaime Blanco le ha dicho al señor Hormaechea, alcalde de Santander, con palabras mías:
-Como dice Umbral, usted es un alcalde intelectualmente pedáneo.
Entre la España pedánea y la España faraónica de los 40/40, he aquí la España cotidiana, infanta y rubia, que adelanta una adolescente hacia Europa como rehén de la luz y de la entidad reconquistada. Luis Calvo me elogiaba la otra noche por la tele, según me cuentan, y esto, más que vanidad personal, supone para mí el velazqueño gesto de «la España de plata» inclinánclose a escuchar la España en calderilla de ahora mismo, que quiere ser, siquiera, de oro popular, como el pelo en melodía de una infanta o una dependienta. Le han concedido a este periódico el premio Joaquín Costa de periodismo, y pienso que el regeneracionismo aragonés y voluntarioso de aquel hombre se ha traducido hoy a transicionalismo democrático, social y parlamentarlo bajo una corona que nadie se pone. Grau bantos me hice un retrato como dibujado en el agua (es casi como verme en un estanque) y me pregunto, ante el espejo del papel, quién es este republicano de familia que escribe poemas en prosa sobre el rollo monárquico: infante, yo, cuando rubio y cuando niño, de la otra España que ya está en ésta. A los mutilados de la República, como mi amigo Del Campo, les cuentan las falanges perdidas de una mano, después de medio siglo (era guitarrista), y a quinientas pesetas la falange, le salen 1.500 de mensualidad.
La Caja de Pensiones ha traído a Madrid una gran retrospectiva de Anglada Camarasa. Anglada pintó a Alfonso XIII, en la juventud de ambos, con los colores contradictorios y elocuentes del parnasianismo, del simbolismo, y una nieta borbónica, Elena, es símbolo ahora rubio de este afán de volver a la gran época, de traer hasta nosotros los años en que España, como hoy, era infanta en Europa. Infanta España de la cultura y la modernidad.
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