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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Polonia la televisión

SERÍA DIFÍCIL describir la sensación de vergüenza ajena y de impotencia popular que han debido sufrir, como nosotros sufrimos, millones de televidentes de todo el mundo occidental ante el lamentable programa que en apoyo de Polonia bombardeó los hogares en la noche del domingo. Si desde el punto de vista profesional el programa fue toda una chapuza, desde el punto de vista político resultó una broma histriónica, en la que, para desgracia de cuantos creen en las instituciones democráticas, quedaron envueltos muchos de los respetables líderes en los que el mundo tiene hoy puestas una parte de sus ilusiones y de sus esperanzas. Esta sensación de vergüenza tuvo que trocarse además en la de indignación cuando apareció en las pantallas la imagen del primer ministro turco protestando por la violación de los acuerdos de Helsinki en Polonia. La dictadura turca es tanto o más ominosa que la polaca, ha encerrado en sus cárceles a tantos o más intelectuales, profesionales, líderes sindicales y políticos de su país. Ha condenado a muerte, fusilado, exiliado y vejado a igual o mayor número de víctimas que el régimen militar polaco. Y, en definitiva, merece igual o más grande reprobación que cualquier otro régimen Ele este género. Más grande, como decimos, si cabe, si se tiene en cuenta que Turquía pertenece a la OTAN y que aventura ser un aliado de los países defensores de la libertad y la democracia. A este respecto, es digna de elogio la actitud del primer ministro holandés, el democristiano Andreas Van Agt, que se negó a colaborar en el programa.Pero no es sólo eso. No es sólo la contemplación del cinismo aplicado soezmente a la propaganda, ni la de la pobreza de imaginación y la sumisión a intereses ajenos, en el caso de España, que sometió a la tortura del programita en cuestión -a la hora de mejor audiencia en un domingo- a todos los telespectadores (apenas tres o cuatro países europeos hicieron una cosa igual, y los demás, entre ellos Francia, Gran Bretaña y Alemania Occidental, se limitaron a resúmenes o trozos de la emisión o realizaron sus propios programas). Lo que fundamentalmente llama de forma poderosa a la preocupación de las personas es la necesidad de poner controles y límites a las invasiones del poder también mediante los medios de comunicación y no sólo por los tanques. La emisión del domingo pro Polonia constituyó un auténtico abuso, un desprecio a la soberanía popular y una burla a los impuestos de los contribuyentes en aquellos países en los que, como el nuestro, la Televisión, además de mala, es única, monopolista, estatal y sólo nominalmente autónoma del poder. La contemplación del espectáculo -que Polonia sea Polonia- nos hacía añorar a los españoles que España fuera España y que la decisión unilateral de un Gobierno y un director general no nos volviera a someter a los caprichos del presidente Reagan o a los suyos propios. Daba vergüenza escuchar las frases de loa a la Voz de América y a Radio Liberty que los presentadores profirieron durante el espacio televisado en directo, con. los costes sufragados por los fondos públicos de Estados Unidos. Quienes durante siglos han creído en la libre información y en la independencia de los medios de comunicación como un método de lucha contra la manipulación y la propaganda tuvieron que verse el domingo, humillados por la utilización abusiva de ésta desde un país que en verdad ha sido ejemplo admirable de la libertad de Prensa. La primera enmienda de la Constitución americana, que la garantiza, fue, en su más profundo y serio contenido, vulnerada por la Administración Reagan y exportada en su vulneración a medio orbe. Todo fue manipulación en el programa. Y ni siquiera el Papa se salvó de ella.

La emisión ha sido, en cualquier caso, un alucinante ejemplo de hasta dónde puede llegarse en el control de la opinión pública a través de las ondas. La sensación de que llegará el día en el que el adoctrinamiento televisivo será un enemigo para la libertad tan grande como la bomba atómica era inevitable. Los españolitos que contemplaban el programa se podían imaginar sin mucho esfuerzo al mundo sometido al imperialismo soviético mirando y escuchando un espacio de semejante género y pobreza mental, pero de opuesto significado ideológico. Y mientras esto sucedía, no sólo en Turquía, en Afganistán, en El Salvador, en Guatemala, en Argentina, en Chile, en Bolivia, en Albania, en Mongolia, en Vietnam, en China, en Suráfrica, en Brasil, en Cuba, en tantos y tantos países, los derechos humanos de millones de personas son pisoteados sin que nadie ponga un Charlton Heston a llorar lágrimas de cocodrilo sobre su cadáver. El mundo entero fue víctima de un chantaje que ya comenzó en Yalta, y de la irrisión vergonzante por la contemplación de unos políticos incapacitados de crear y sólo dispuestos a reprimir. El programa fue todo un ejemplo chabacano y vulgar de cómo hacer la guerra fría desde las candilejas. La guerra fría es sólo una forma más de la guerra caliente. Y la peor manera de ayudar al pueblo polaco.

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