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Ramón J. Sender, la virtud de un hombre de carácter

No se hace ningún favor a un hombre, una vez muerto, cuando se escribe acerca de su persona un panegírico excepcional, hablando de sus virtudes excelsas, y esto porque difícilmente en un hombre de carácter se encuentra siempre la virtud a ultranza. Así que, como creo que otros se ocuparán de la vertiente de los valores que la sociedad considera positivos, por mi parte me gustaría mencionar Y hacer hincapié en los más conflictivos y diversos, huyendo naturalmente de cualquier maniqueísmo, de cualquier crítica o consideración moral.Cuando hace unos años llegó a Aragón, su tierra patria, puesto que nació en Chalamera (Huesca), lo hizo bastante a lo Borges, si se tiene en cuenta que en la guerra civil habían matado a su hermano -antiguo alcalde de la capital oscense- y a su esposa legítima. Le había traído al país una entidad bancaria -creo que Bankunion- y a la sazón es posible que los espíritus más progresistas le exigieran unas declaraciones en el medio de la política -acaso demasiado sublimada- que, naturalmente, no hizo; por este lado no habría nada que comentar, si no hubiera sido porque el silencio más absoluto, es decir, la falta de toda denuncia, parecía que llevaba implícita la falta de condena a un régimen que marginaba toda libertad de pensa miento escrito. Sus declaracione estaban llenas de inquina anticomunista, nada más. Lo que significa que no excluía el tema más interesante de un determinado totalitarismo, es que excluía el otro. A su lado iba una señora que actuaba en el plano de relaciones públicas, y lo hacía muy bien hasta cierto punto -Luz Wats-, que tomaba notas del viaje, de los aconteceres y anécdotas que tuvieron lugar a lo largo del mismo, de las otras cuestiones más prácticas y materiales.

Espíritu vital

Lo que caracterizaba a su persona era su espíritu vital, capaz de hacer frente a cualquier acontecimiento, a pesar de su enfermedad asmática, que combatía con pequeños tragos de whisky. En sus palabras se mezclaban constantemente Jung y los arquetipos. Se declaraba defensor de la humanidad, y ciertamente lo era. Conmigo, personalmente, habló mucho. Había tenido la suerte de que me concediera el premio de periodismo que lleva su nombre: Ramón J. Sender, en el castillo de Calatorao, con televisión incluida. Se me había advertido de la terrible antipatía empecinada que tenía hacia don Miguel de Unamuno, aún así, -y acaso por inexperiencia-, en ese gran salón de la fortaleza medieval inicié una conversacion, a su modo de ver, tan inadecuada que llovieron sobre mi persona humilde exabruptos más que elocuentes.

Lo mismo sucedió al exponer que mi obra preferida entre las suyas era Siete domingos rojos, que a su modo de ver consideraba entre las peores, ¿por qué? Según me explicaron posteriormente, era atacado por la crítica de una degradación literaria, es decir que prefería siempre lo nuevo a lo antiguo, lo que podría significar que el mayor enemigo del Sender viejo fuera el escritor joven.

Trabajador nato

Cuando posteriormente fue a ver a Camilo José Cela las cosas transcurrieron del modo más normal y lógico. La hospitalidad del escritor, residente en la capital mallorquina, fue rechazada a las pocas horas. No podía haber sucedido de otra forma. Se fue en seguida a un hotel y se cayó por una escalera. Regresó a Aragón. Ya no estaba dispuesto, esta vez con razón, a hacer ninguna declaración política. No habló de Camilo J. Cela ni de nada. Escribía solamente a unos niveles que asustaba a todos.

Era un trabajador nato, con el tremendo oficio que provenía de su figura insigne. En el homenaje de Chalamera le ganó la emoción. En la comida patrocinada por el Ayuntamiento de ese humilde pueblo había una mujer arrinconada y muy distante, era su hermana. No se llevaban bien desde hacía años. Hace poco escribió su hijo una carta a EL PAÍS pidiendo noticias de su madre a la persona que le hubiera conocido. ¿Como su mismo padre no se las daba? Todo ello no deja de ser de poca importancia frente a una obra, tremendamente extensa, que está por revisar en los años futuros. Ojalá se haga en los años más próximos, en los que están por venir, por personas realmente serias y coherentes.

Gabriel García Badell es escritor, cuatro veces finalista del premio Nadal, Premio Ciudad de Barbastro 1981.

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