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Las grutas arqueológicas asturianas se pierden por falta de protección

En 1976, en el pueblo asturiano de San Roque del Acebal el grupo espeleológico Polifemo descubrió, «después de mucho gatear», una amplia gruta de una gran belleza, donde aparecían por todos los sitios formaciones en perfecto estado. A esta cueva, inédita hasta entonces, la bautizaron con el nombre de La Raíz, debido a la presencia de una enorme raíz petrificada que colgaba del techo. Sin embargo, cuatro años después, cuando el mismo . grupo volvió a la gruta, la raíz había desaparecido.Cuando el grupo espeleológico Polifemo penetró en esta gruta a través de dos galerías que se bifurcaban en forma de Y, llegaron a una sala donde les llamó la atención una formación particularmente rara. «Era algo», dicen, «que descendía desde el techo incrustándose en el suelo tras haber recorrido unos dos metros, y de forma muy ramificada. Pronto nos dimos cuenta que era la raíz de un árbol que había podido atravesar el techo de la cueva, quizá a través de alguna griega, y que el agua que se había filtrado, cargada de sales, la había petrificado». Pero lo más curioso es que cuando el grupo de espeleólogos asturianos salió al exterior vio que el árbol ya no existía, aunque había dejado su raíz petrificada bajo la tierra como prueba de su vida.

Otro descubrimiento que les llamó la atención fue la aparición de restos de huesos en dos lugares distintos de la cueva. « Los restos no eran demasiado antiguos, porque no estaban petrificados. Posiblemente fueran de algún rumiante; pero lo que no nos explicábamos era cómo habían llegado hasta allí, porque la cueva ni siquiera presenta un curso de agua que los hubiera podido meter desde fuera».

Cuatro años después, en septiembre de 1980, cuando el grupo Polifemo volvió a su cueva se quedó sorprendido al ver que sólo quedaba una raíz lateral, de dimensiones un poco más pequeñas que la principal, que había desaparecido. «Al principio nos quedamos con cierta duda, pero una vez que consultamos los archivos de las fotos que teníamos vimos que la prueba era evidente: se habían llevado de cuajo parte de la raíz».

El caso no era nuevo, ya que en sus diversos descubrimientos por la región asturiana este grupo de espeleólogos ha podido ver cómo por incultura, unas veces, o por gamberrada, otras, las gentes que entran en las cuevas descubiertas no hacen más que dejar sus recuerdos, muchas veces de mal gusto, o llevarse lo primero que encuentran. «En este caso», dice el grupo, «era un problema de ignorancia. Los que se llevaron la raíz no sabían que estas formaciones, sin la humedad y la luz de la cueva, pierden toda su belleza en el exterior y acaban deshidratándose y perdiendo todo el brillo de sus cristales».

Pero el hecho de que ocurran casos como este a veces se debe a la falta de protección de estas grutas, algunas de ellas de gran valor arqueológico. Lo mejor sería cerrar las cuevas de importancia, pero esto plantea grandes dificultades económicas y técnicas, y otras de índole administrativa, como el discutir quién debe llevar el control sobre la gruta. Esto es lo que se debería haber hecho con la gruta de Las Herrerías, descubierta en 1912, y que contiene pinturas prehistóricas.

Esta cavidad, de fácil acceso, se ha convertido con el tiempo en una gruta repleta de pintadas, donde precisamente la! pinturas prehistóricas han sido raspadas, sin dejar apenas un vestigio. «Para nosotros», dice el grupo Polifemo, «la conservación de las cuevas es un tema de gran importancia, donde, desgraciadamente, no contamos con ayudas».

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