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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Miseria política de la colza

EL ENVENENAMIENTO de más de quince mil españoles por aceite de colza adulterado está extrayendo hasta la superficie. buena parte de la desidia administrativa, la mezquindad política y la insolidaridad social que aún señorean en este país. Los cerca de 250 muertos que lleva cobrado el tóxico están siguiendo ese camino inexorable que a veces toman las tragedias para convertirse en estadísticas; a ocho meses del comienzo del drama aún se ignora el agente real que lo origina y nuevas familias caen enfermas con los mismos síntomas de la fatal enfermedad sin haber consumido el aceite de colza manipulado. Expertos clínicos anuncian sorpresas sobre el verdadero causante del problema, y existen deudos de los fallecidos con problemas burocráticos para cobrar las indemnizaciones que palien su miseria. Ahora, cuando la comisión mixta Congreso-Senado investiga el envenenamiento, una filtración de origen partidista revela el informe de la comisión clínica del Ministerio de Sanidad (con fecha del mes pasado) sobre el sombrío panorama del síndrome tóxico: prolongación de la enfermedad, previsible recaída de los enfermos desorganización -sanitaria e investigativa, incapacidad, ignorancia.

Los paños calientes del Ministerio de Sanidad ante la publicación tardía de tal informe no vienen sino a confirmar la ausencia de un enfoque político, por parte de todos, del problema del envenenamiento masivo. Los esquemas bajo los que se planteó el pleno del Congreso de septiembre se repiten sin propósito de enmienda: el Gobierno se justifica y la oposición busca rentabilidad política. No es de extrañar el sentimiento de abandono y depresión en que se hunden los enfermos.

L as perspectivas, harto probables, del descubrimiento de un agente tóxico ajeno a las anilinas y anilinas aromáticas que desnaturalizaron el aceite de colza añadirá, de producirse, nuevos elementos de indignación ciudadana y obligará a plantearse no solo la política sanitaria y de consumo sino el mismo tema de los peligros inherentes al los aceites de semillas, hoy omnipresentes en nuestra dieta de grasas. Cabe asimismo preguntarse cómo sectores de la industria alimenticia mundial han podido comercializar para consumo humano un aceite como el de colza obtenido por los canadienses en la segunda guerra mundial para ayudar al esfuerzo bélico. Las transformaciones que los ingenieros genéticos introdujeron posteriormente en las semillas de colza para adaptar su aceite al consumo doméstico es sabido que no garantizan totalmente la bondad de esta grasa ante ulteriores manipulaciones aparentemente inofensivas o recalentamientos excesivos.

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La política de grasas, la mano de obra del olivar, el cumplimiento del código alimentario, la vigilancia sanitaria de los alimentos, la ejemplificación de los castigos a quienes buscan fortuna rápida a costa de la salud de sus conciudadanos, están sobre el tapete. El esfuerzo común, económico y organizativo, para detener esta tragedia, aprender la lección y compensar a las víctimas, debería unir a unos españoles aparentemente más preocupados por los prolegómenos del mundial de fútbol que por este auténtico desastre nacional.

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