Música en conserva de Thomas Dolby
Hay conciertos muy extraños. Como los que ofreció el inglés Thomas Dolby en la sala Rock-Ola, de Madrid, el viernes y el sábado. La gracia del directo parece residir en la contemplación de unos músicos que allí mismo, frente a todos, se lanzan a la renovada aventura de la creación, no por más ensayada menos sujeta a imprevistos. Y el público capta esa vibración.Thomas Dolby, chico rubio, con gafas, apareció sentado en una silla de ruedas (luego se levantaría), rodeado de proyecciones, de películas y de artefactos electrónicos. Al principio resultaba sorprendente verle tan solo, pero pronto comenzó a sonar la música. Una música que venía de alguna cinta magnetofónica repleta de ritmos sintetizadores, guitarras y ocasionales vientos. Sobre ella, nuestro héroe ¿cantaba? (en la cinta también había voces), y en ocasiones incluso ponía sus manos sobre uno de los teclados que tenía por allí desparramados.
Poco a poco llegaba a dudarse de que en realidad estuviera haciendo algo diferente de lo que un buen día se le ocurrió en casa. La gente comenzó a mosquearse. Las canciones eran buenas (incluso hizo alguna de Bacharach o Joni Mitchell);el sonido, evidentemente, era estupendo, y la única queja venía precisamente de que allí no estaba sucediendo nada. ¿O sí?
La cuestión, se plantea diferente en Thomas Dolby que en Rocío Jurado, que también usa play-back. Mientras que en el caso de la segunda el play-back representa un simple oportunismo ahorrativo, en el de Dolby. llegar con una cinta y ponerla es una extensión en principio lógica de la música electrónica.
No nos puso el disco, sino algo especialmente preparado para la ocasión y que, al igual que muchos conciertos de música contemporánea, no puede ser reproducido en vivo. La cuestión no radica en que el músico tenga más o menos cara dura, sino en el interés que pueda despertar algo que intuimos previsible e inmutable.