Los átomos y la raza
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Ya ha transcurrido más de un siglo desde que, en el otoño de 1872, Phileas Fogg y su fiel Picaporte dieron la vuelta al mundo en ochenta días. Quisiera rememorar ahora tan sólo una de las etapas de su viaje para lo que más adelante se verá. Se trata de la travesía que, a comienzos de un frío diciembre, realizaron en tren por Estados Unidos de América, ocean to ocean, esto es, del Pacífico al Atlántico. Más concretamente, de la estación de Oakland, San Francisco, a Nueva York, puntos que se hallan separados por la friolera de no menos de 3.786 millas o, en números redondos, 6.100 kilómetros. Habida cuenta de que la travesía exigía unos siete días, transbordos incluidos, la velocidad media de aquel tren decimonónico habría de estipularse en torno a los cuarenta kilómetro s/hora. A comienzos de diciembre de 1981, el expreso Madrid-Gijón se arrastra a una velocidad media algo por encima de los cuarenta kilómetros/hora. Tal diferencia habrá de parecernos nimia y aun inexistente tan pronto reparemos en que nuestro tren no tiene que detenerse durante horas para dejar paso a un interminable desfile de bisontes, no debe atravesar el deteriorado puente de Medicine-Bow (que se derrumbó al paso del convoy en una época en la que Superman no estaba con nosotros para hacer de raíl), ni debe enfrentarse a una horda de salvajes pieles rojas de la nación Sioux. La razón de ese adelanto de un siglo debe achacarse, dicho sea con palabras de Jules Verne, a "esa actividad americana que no es papelera ni oficinesca".Todo esto viene a cuento de la reciente incorporación de la tecnología atómica americana a nuestro país. Muchas y muy sensibles son las críticas ecológicas, económicas, morales y políticas a la implantación de centrales eléctricas de energía nuclear, por lo que no las voy a repetir. Sí añadiré, en cambio, un argumento nuevo, derivado de la reflexión sobre la peculiaridad hispana, a modo de consideración a fortiori, esperando que mitigue y module la importación nuclear.
Sabido es que acá entre nosotros, cargados de valores espirituales, la máquina, es para el hombre, y no el hombre para la máquina. Es algo que se puede ver claramente, si se me permite la digresión, en el recurso a los ordenadores o argumentum ad ordinatorem que hacen los funcionarios de hogaño. Muchos somos los que en alguna ocasión hemos recibido una nómina equivocada hemos visto cómo se nos pasaba a cobro un impuesto con algún cero de más, observando con zozobra que al acudir a reclamar a la ventanilla correspondiente, el funcionario, arrobando el rostro y gravitando los ojos al alto, señalaba: "No se puede hacer nada, esto ahora va por computadora". Ya no hay que volver mañana ni pedir audiencia al funcionario de rango superior: el responsable se ha ido a los cielos de la inexorable necesidad. El argumentum ad ordinatorem es en cierto modo un argumento teológico, más escondido y arbitrario que el pedrisco o la sequía. El profesor Gustavo Bueno ha puesto el origen del Olimpo en la cuadra o en la manada, situando el actual venero de lo numinoso en los extraterrestres. Quizá los computadores debieran encontrar también un hueco en. su teoría.
Valga lo dicho hasta aquí como ilustración del uso y eficiencia que cobran en nuestro solar los adelantos gestados allende nuestras fronteras, sin que quepa considerar como excepción a la energía nuclear. Y valga también como invitación a reflexionar con ocasión de la solicitud hecha por el Gobierno vasco en el sentido de establecer controles populares sobre la cen
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