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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Cumpleaños feliz

LEONIDAS BREZNEV celebra este fin de semana su 75 cumpleaños con una recepción a la que están invitados los grandes dirigentes del comunismo en el mundo. No todos asistirán, ni todos los que asistan soplarán con mucho entusiasmo para ayudarle a apagar las velas de la tarta imperial. Estamos lejos de los grandes tiempos de la Internacional, y aun de los de su sombra final, la Kominform. El campo comunista está lleno de recelos, querellas, divisiones y subdivisiones, y la URSS ha dejado de ser el faro, la guía; a menos que su fuerza lo exija. Como esta vez en Polonia, la anterior en Afganistán.Breznev es ahora como un robot con las piezas soldadas, un Buda casi inmóvil, cansado, que representa, probablemente con un sacrificio personal, su papel de personaje imprescindible. No deja de ser curioso que en un mundo juvenil, donde la agilidad y la prontitud de reflejos están premiados, en una época en la que la edad avanzada está castigada con el peyorativo senilidad, que ha sustituido al meliorativo senatorial con el que antes se admiraba y reconocía la experiencia y el sosiego, rijan y se enfrenten, cada uno a la cabeza de su imperio, dos ancianos mal disimulados: Reagan, 70 años, y Breznev, 75. Uno con sus fantasmas de la guerra fría, de los tiempos de la hegemonía atómica, de la imagen de McCarthy; el otro, con los suyos de la guerra civil y el hambre rusa -tenía once años cuando la Revolución- y el espectro de Stálin. En los dos casos, es el tirón conservador, el miedo de unos grupos sociales dominantes a lo que pueda venir, a la pérdida de privilegios. Los falsos jóvenes suelen ser más intrépidos que los verdaderos. No nos gusta su dirección.

Breznev, en efecto, llegó al poder para sujetar la línea de cierto liberalismo que trataba de abrir Alexei Kosiguin para reimplantar unos dogmas conservadores en los que podía verse un intento de regreso al estalinismo de una forma moderada y prudente; después de borrar a Malenkov, de desmontar la apertura parlanchina y cambiante de Jruschov, que había ido demasiado lejos en el XXII Congreso, los otros países del Pacto de Varsovia creían que para ellos también había llegado la desestalinización. Despidió hacia arriba a Nicolai Podgorny, detuvo a Alexandr Chelepin y a Mijail Suslov, y recuperó toda la fuerza del puesto de secretario general que se había perdido en los intentos de dirección colectiva o colegiada. Prácticamente volvió a los tiempos del secretario general vitalicio: como Stalin, como Lenin.

Lo que probablemente no ha recuperado es la misma densidad de poder. Ni lo tiene hoy su país como en los mejores tiempos, ni lo tiene el comunismo; ni probablemente lo tiene el partido en sí mismo dentro de la URSS. Es muy probable que la mayor parte del poder en la Unión Soviética corresponda hoy al Ejército, y es pensable que la mayoría de los movimientos en política exterior estén inspirados, dirigidos, controlados por los militares. Lo que queda hoy de la Unión Soviética, del Estado que inventó Lenin y que hipertrofió Stalin, es una formidable máquina de guerra. Desde el momento de la quiebra ideológica del comunismo internacional, desde que el espíritu inicial de la Revolución quedó congelado, desde que el desafio occidental -sobre todo, de Estados Unidos; y, sobre todo, de Reagan- se hace omnipresente y forma un evidente cerco, es la situación militar y la capacidad de defensa y ataque (dos términos naturalmente confundidos entre sí, y sólo distinguibles según las conveniencias de la semántica de la propaganda política) la que prevalece. No se puede dejar de pensar, aunque sólo sea una especulación, que la toma del poder por los militares en Polonia -que, se diga lo que se diga, no es por ahora demasiado respetuosa con el partido ni habla de restablecerle en su papel dirigente-, haya sido sugerida por los militares soviéticos. Dentro de esta imaginación no es imprevisible que en un momento dado los militares soviéticos, si el futuro lo recomienda, tomaran el mando visible de la URSS.

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La celebración del cumpleaños de Breznev representa otro regreso: el del culto a la personalidad. Rodeado de la pompa y esplendor del comunismo mundial, en los salones del Kremlin, Breznev aparece como la enorme, indiscutible, fuerza de irradiación que tuvieron un día sus ilustres predecesores. Pero la escenografía no puede ocultar demasiado que Breznev es una figura de cartón piedra. La momia de Lenin sigue en el mausoleo tle la plaza Roja, la de Stalin, junto a las murallas del Kremlin.

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