Sin víctimas
El pabellón presentaba un aspecto como el de sus mejores tiempos. La cancha repleta de gentes que levantaban el puño con constancia rítmica. Las gradas -esas terribles gradas- abarrotadas de un público fiel. Los bares de las esquinas amontonando latas de cerveza en progresión geométrica. Los pasillos predestinados a convertirse en lodazales y los miembros de la Policía Nacional paseando con calma y estupefacción.Poco antes de iniciarse el concierto, las colas para entrar en la grisácea construcción discurrían por ente el pequeño zoco de tabaco y bocadillos de chorizo. Cacheos individuales, « ¡Las entradas en la mano! », algún gorila y las primeras miradas opacas de la noche. La chica que vendía las camisetas de las figuras no daba abasto. Se agotaron. Música de ambiente con AC DC, sin duda el grupo que tomó la antorcha de las pistolas sexuales. Mucho cuero. Mucho barrio periférico, es el heavy. Hoy la noche no permite concesiones o, en todo caso, las únicas son las del aparato digestivo. Todavía no salieron los teloneros y ya surgen los primeros vómitos. «Esto es el caballo", matiza el experto. La enfermería, cerrada a cal y canto. Comienza el concierto. Aullidos, puños en alto, saltos y una atmósfera próxima a lo irrespirable. En el bar venden unas 2.500 latas de cerveza. Hay dos bares y no se cuentan los cubatas. Intermedio. Los vómitos comienzan a ser paisaje. Suena el Godsave the queen y la cancha se convierte en jaula.
Alguien lleva un parche en un ojo, pero ya no se sabe si es un homenaje a Nicholas Ray o un accidente de moto. La madereira, según Makoki, pasea por los pantanos y preserva el orden. La ley se cumple a rajatabla, sobre todo la ley de la gravedad. Hace tiempo que salieron los estibadores del ritmo y el índice de caídas aumentó considerablemente. El pabellón rebosa humo. Los lavabos parecen exteriores de Apocalypse now y los chicos del escenario comienzan la batalla final.
Babelia
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