El sector público y el Gobierno
EL NUEVO vicepresidente económico, que goza de la estrecha confianza personal de Leopoldo Calvo Sotelo, acaba de inscribir en su currículo una hazaña digna de los mejores tiempos del anterior régimen. La destitución de Antonio Santillana, de profesión economista, como presidente del Banco Hipotecario no se fundamenta en una gestión deficiente, y menos aún irregular, del cesado sino en una venganza político-personal por su abandono de UCD y su adhesión al grupo Acción Democrática, dirigido por Francisco Fernández Ordóñez. Y el posible nombramiento de Jesús Sancho Rof, de profesión físico, para sustituirle en ese puesto también parece menos inspirado en la competencia técnica del beneficiario que en el deseo de proporcionarle un saneado retiro a un político temporalmente en desgracia como consecuencia de sus errores como ministro de Sanidad para hacer frente a la mortal intoxicación causada por los aceites adulterados.Realmente no hay por dónde agarrar, ni siquiera con pinzas, esta doble decisión. La circunstancia de que sea la presidencia de un banco situado en el área estatal el instrumento utilizado por Juan Antonio García Diez para realizar un ajuste de cuentas con un adversario y para dar empleo a un ex ministro en paro forzoso es lo que confiere su dimensión pública a un asunto que, de otro modo, tan sólo serviría para ilustrar la conocida regla de que las luchas políticas son tanto más enconadas cuanto más afines son los contendientes, y el también consabido principio de que la mala conciencia suele ser compensada con la prodigalidad en favor de la víctima.
La salida de UCD de Francisco Fernández Ordóñez y otros parlamentarios y militantes, entre ellos Antonio Santillana, derribó los palos del sombrajo ideológico de la socialdemocracia bajo el que se había refugiado hasta ahora el actual vicepresidente económico. El detalle de que la familia socialdemócrata ocupe dentro del centrismo posiciones medibles por el mismo rasero que el suarismo y el martinvillismo indica la degradación terminológica y la falsificación de contenidos semánticos que está alcanzando en nuestra vida pública el lenguaje de los políticos. La socialdemocracia, para bien o para mal, es algo muy distinto de la absurda significación que le pretenden atribuir un puñado de funcionarios.
El secreto a voces de que la socialdemocracia de UCD cabalgaba desnuda a horcajadas del poder se ha convertido en un hecho incontestable tras la salida de Francisco Fernández Ordóñez, Luis González Seara y su grupo. Por esa razón, la maniobra para enjaezar el segundo Gobierno de Leopoldo Calvo Sotelo con los vistosos arneses de la socialdemocracia residual sólo ha sido creída por los muy ingenuos o aplaudida por los muy cínicos.
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