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Tiempo de legislar a gusto de los malos toreros

El nuevo reglamento será, según nuestras noticias, resultante de la fusión del reglamento antiguo, con las conclusiones que se obtuvieron en las reuniones para su reforma hace dos años y con las propuestas de UCD. De ahí al pastel hay un paso; pastel que sería del gusto de los malos toreros.El criterio dominante es redactar un nuevo reglamento corto, sencillo y realista en el sentido de que «se vaya a cumplir». Es decir, que si los profesionales han venido incumpliendo reiteradamente un artículo, se modifica o se suprime, y se acabó el problema.

En tal sentido, el reglamento que nos espera puede contener importantes novedades, a saber: se suprimirá el artículo que ordena a los peones correr los toros a una mano, pues casi ninguno lo hace; las banderillas serán dos palos o dos fallas si a bien viene, pues es raro el matador que emplea las reglamentarias; se podrá citar o llamar la atención a las reses desde el callejón; en el tercio de varas, donde habrá los puyazos que el lidiador estime convenientes (uno, por ejemplo), matadores y cuadrillas se colocarán a la izquierda del picador, como está mandado, o a su aire; el espada de turno pedirá permiso al presidente para matar su primer toro, en lugar de brindárselo, según es preceptivo; las faenas durarán lo que el cuerpo aguante, pues a lo mejor los avisos coartan la libertad de expresión; estoqueada la res, los peones podrán marearla a su sabor; los toros pesarán lo que pesen, etcétera.

Presiones

A tal extremo llegó la presión de los profesionales (toreros, cómicos, contratistas de caballos, mozos de espada) en las reuniones para la reforma del reglamento, que se produjeron anécdotas sabrosísimas. Por ejemplo, cuando a propuesta del crítico Alfonso Navalón se sometió a votación separar a cuatro metros las rayas concéntricas que marcan la distancia entre toro y caballo para la suerte de varas, los profesionales votaron en bloque en contra de la modificación, y ganaron. Entre esos votos estaban el de Agapito, el puntillero de Las Ventas. El veterinario Antonio Sánchez-Belda preguntó entonces: «¿Se puede saber qué le importa a Agapito si los toros se pican de lejos o de cerca?». Y éste respondió: « ¡A mí me importa muchísimo! ».

La actualización de la cuantía de las sanciones se discutía en otra ocasión, y para determinada infracción se fijó la cantidad de 3.000 pesetas. Protestaron los toreros, que proponían mil, y siguió un largo tira y afloja, hasta que uno de ellos, elevando su voz sobre la discusión general de los reunidos, ofreció su solución: «Señor presidente, ¿por qué no lo dejamos en 1.250 pesetitas?».

Que se llegara a consultar a los presuntos infractores qué multa les parecía bien para cuando infringieran la norma ya es dato suficientemente significativo sobre la seriedad de aquellas reuniones donde únicamente los veterinarios, los presidentes de las corridas, los críticos, los aficionados y a veces también los ganaderos dijeron cosas sensatas. Pero la parte profesional era más numerosa y ganaba siempre en las votaciones.

«El toreo no es una partida de ajedrez, señores», clamaba un banderillero; «dejemos que cada artista haga con su toro lo que crea conveniente». Y un matador medio retirado: «Suprímanse las sanciones, pues no somos delincuentes, y además son anticonstitucionales». Y un picador: «Los aficionados, los críticos y los ganaderos quieren que piquemos con un mondadientes y sobre un caballo cubierto con una papel de fumar». Y otro subalterno: «¿Qué es eso de que hay que correr los toros a una mano, si a muy pocos se les puede torear así?».

Muchos de los profesionales presentes respiraban por la herida de la escasa torería y pretendían convertir el reglamento en un coladero. Y así puede ser si el Ministerio del Interior les ha hecho caso.

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