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Crítica:MUSICA CLASICA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El violinista Comellas y el director Lauret estrenan la "Oda" de Angel Oliver

El estreno de la Oda, de Angel Oliver; la presencia del violinista Gonçal Comellas y el director Benito Lauret, y la audición de El príncipe de madera, de Bartok, hacían del último programa de la Orquesta Nacional algo tan interesante como infrecuente. Consignemos, para empezar, que el violinista catalán, el director levantino y el compositor aragonés fueron recibidos con largos aplausos por el público de los viernes o, para ser más exactos, de los neoviernes del Real.Oliver, 44 años, aparece, en todas y cada una de sus obras, como un autor responsable. Este sentido de la responsabilidad se acusa en la autoexigencia, en el análisis de las intenciones y en el sumo cuidado de la realización. Oliver escribe muy bien, teniendo siempre en cuenta que la música es, por lo pronto, un fenómeno sonoro, significante, y que su validez reside en la capacidad de establecer comunicación con el auditorio. A partir de aquí, en, Oliver funciona el instinto y la inteligencia,y aún diría que más la razón que la corazonada.

Orquesta Nacional

Director: Benito Laurel. Violinista: Gonpal Comellas. Obras de Oliver, Bruchy Bartok. Teatro Real. 27 de noviembre

Su Oda, escrita por encargo de la Nacional, revalida y condensa experiencias anteriores, sea Riflessi, sea Omicrón 73, por citar dos grandes triunfos madrileños del compositor. Desde una abstracción de procedimientos anteriores, yo diría que una liberación de la mínima atadura a nada que signifique sistema, la Oda sirve a una poética y a una estructura.

Una y otra son ceñidas, justas y sencillas, tanto como precisaba la expresión de un contenido depurado e intenso, voluntariamente comedido en cuanto a expansión lírica.

Benito Lauret y los profesores de la Orquesta Nacional sirvieron un estreno claro, concienzudo, seguro, muestra de la capacidad y la ética de la agrupación y su director invitado.

El arte de Gonçal Comellas seduce desde el primer momento. Se trata de un violinista de notables recursos, pero, sobre todo, de un músico de extraordinarias calidades, que recuerdan el pensamiento y el estilo de Menuhin, de Stern o de Grumiaux: transparencia de sonido, elegante fraseo y aliento lírico que jamás bordea el exceso.

Un intérprete clásico

Es Comellas un intérprete clásico: se atiene a las normas y las crea. Su versión del prebralinisiano Concierto en sol menor, de Max Bruch, hito sin duda en el repertorio tardorromántico, fue preciosa y de unaemocionante veracidad, que valió al solista catalán grandes ovaciones.

Benito Lauret nos dio una de las partituras menos favorecidas por los directores entre las de Bela Bartok: El príncipe de madera, sobre argumento de Bela Balazs, que en 1917 mudó la actitud del público de Budapest frente al compositor.

Cinco años posterior al Castillo de Barba Azul, del que recoge parte de su sentido mágico -esa maravillosa evocación del «bosque animados»-, y tres años anterior al violento Mandarín maravilloso, El príncipe de madera puede funcionar en la obra bartokiana como El sombrero de tres picos en la de nuestro Falla, con sus reflejos strawinskianos y ravelianos incluidos.

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