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Rafael de Paula describe la geometría del toreo

Entrevista con el polémico artista gitano

El toro de ilusión pasa por aquí y por allí. Paza, mejor, y vuelve, y se va a la cadera, y de la cadera derecha a la izquierda, y la palma de la mano lo guía, y tú piensas que si fuera así, caramba, dónde estaría el señor Soto -en los carteles, Rafael de Paula-; nunca más abajo de la gloria. Sólo falta que el público ruja y estalle en palmas de son, aunque seguramente en la nube del artista ese público existe también y está rugiendo y ha estallado en palmas de son. Cuando despierta son las tantas. Se nos han hecho las tantas hablando de toros.La pregunta sin intención (o a lo mejor la llevaba, quién sabe) había sido: dicen de usted que codillea. Y respondió: « ¿Qué, que yo codilleo? Tiene gracia. ¿Que codilleo? Es gracioso eso. Codilleo, codilleo, ¿y qué es codillear? Pero vamos a ver: ¿qué es torear? Si yo codilleara, me cogerían los toros. Al toro, mire, se le presenta la muleta así y se le llama aquí y se le lleva allá. Yo podría llevarlo lejos, porque sé mandar, tengo recursos y además brazo y estatura para dejarlo en la otra parte de la plaza, ¿me entiende? Pero eso no es torear. Al toro hay que llevarlo detrás de la cadera. El toreo no es en línea recta, sino en circunferencia. Circunferencia es el ruedo y circunferencia es el recorrido del toro tal como yo lo entiendo. Y bueno, a lo mejor doblo el brazo para hacerlo, ¿qué quiere que le diga? Lo encuentro tan irrelevante que apenas merece comentario».

Apenas merece comentario, pero estuvo un cuarto de hora explicándolo, en la teoría y en la práctica, con su geometría, que le obligó a rebullir por medio sofá. Y ya que estábamos, le pregunté por qué coge la muleta como si fuera una garrota. Y también encajó la acusación: «No siempre, ¿eh?, no siempre cojo el estoquillador de la muleta como si fuera... ¿una garrota dice?, tiene gracia. Recuerdo que en la crónica que me hizo de una corrida en Sevilla lo decía, y tenía usted razón, pues ese día, en efecto, agarré el engaño como si fuera un palo. Pero pocas veces más lo he hecho. Lo que pasa es que yo presento la muleta de frente, la sujeto con los dedos de la mano para abajo y, al doblar éstos, puede parecer que la agarro de mala manera. No; la muleta, plana, de frente, para el cite». Y cita.

Luego, cuando embarca, observas con asombro que esa mano vuelve la palma para arriba, como si imaginara que trae en ella al toro, y luego lo despide detrás de la cadera. ¡Detrás de la cadera siempre, en pura interpretación cireunferencial de la suerte! Pero de lo que se trataba con la entrevista era de entender el toreo de Rafael de Paula, el por qué de un arte cicatero que, cuando aparece, se muestra sublime, y a esas alturas ya lo tenías comprendido -o, al menos, lo esencial- y apenas hacía falta continuar la entrevista, pues el objetivo estaba cumplido. Pero, nada más que por enredar, le habías expuesto delicadamente otra cuestión: da la sensación, torero, que a veces no se acopla con los toros porque, empeñado en crear arte, olvida la técnica, o acaso no está muy puesto en ella.

'Sin técnica no se puede torear'

Y aquí Rafael de Paula -Rafael Soto en el mundo- niega de plano: «Sin técnica no se puede torear. La técnica, como el valor (¡ay, señor, qué mención tan inquietante en el artista gitano) son indispensables para hacer el toreo. Tienes que conocer el toro, el manejo de los engaños y las suertes. Y luego has de tener el valor suficiente para ejecutarlas. A partir de aquí vendrá la inspiración. Otra cosa es que yo quiera crear siempre arte. Es algo impalpable, muy difícil de explicar. Te sientes ajeno a todo, instrumentas los pases con musicalidad y poesía, pones el alma por encima de la inteligencia».«En realidad es que yo coloco el arte por encima de la técnica, en efecto, lo cual no quiere decir que me olvide de ésta. Le pondré un ejemplo: el pintor tiene una técnica, que plasma mediante la utilización de pinceles. Pero, de repente, le viene un soplo de inspiración, rechaza los pinceles, moja el dedo pulgar en el color, garabatea en el lienzo; el que lo está mirando dirá que se ha vuelto loco, pero cuando acabe le habrá resultado una creación artística. Lo mismo sucede en el toreo, que sobre técnica debe tener embrujo y poesía, pues sin ellas sería una cosa más».

Hay una acotación marginal del propio artista, que es la siguiente: «Lo cual no quiere decir que carezcan de mérito los gladiadores del toreo; pero me entiende, ¿verdad?». ¿Qué es el miedo, Paula? «Es una preocupación grande que te embarga. Tengo miedo antes del paseíllo y creo que a todos los toreros nos pasa lo mismo. Es miedo físico, pero es sobre todo miedo a lo desconocido, donde se mezclan todas las imprevisiones que van aparejadas al toro, al público y al propio estado de ánimo, porque no siempre sale uno igual al ruedo. En las vísperas de corrida frecuentemente lo paso mal, me encuentro desasosegado y apenas puedo dormir. Pero tengo comprobado que cuando duermo bien y las horas antes del festejo me noto relajado, me suelen salir las cosas bien delante del toro».

'¿Supersticioso?: No diría yo que no; lo normal'

¿Es usted supersticioso? «No diría yo que no; lo normal. Por ejemplo, cuando veo a un jorobado, es una cosa que me satisface. Digo: "¡Hombre, un jorobado, qué alegría!". Y si veo a uno con mal de ojo, me pongo malo. Un sombrero encima de la cama, tampoco lo soporto». ¿Y eso por qué, hombre? «Es una cosa fea, ¡puaf!, un sombrero encima de la cama. Los sombreros deben estar en la cabeza o en la percha».El caso es que a Rafael de Paula, tan arrellanado en el sofá, como si nada ocurriera, la procesión le va por dentro. Apenas quiere hablar de ello, pero la realidad es que tiene una rodilla seriamente lesionada y posiblemente se tendrá que operar. Uno de sus íntimos amigos nos decía que es auténticamente un inválido; de ahí que parezca que no puede con los toros: «Su temporada», añadía, «ha sido un auténtico martirio. El día que toreó mano a mano con Antoñete en Madrid salió medio drogado, a fuerza de calmantes. Su inferioridad física, que no ha trascendido al público, es muy preocupante, y la operación será inevitable».

«Algo de eso hay», nos dice el torero cuando le preguntamos, pero no quiere seguir por ahí. Prefiere hablar de toros y de toreo. De cómo ha evolucionado desde que tomó la alternativa en 1968, por ejemplo. Sí, es consciente de que la lánguida carrera profesional que seguía dio un giro radical únicamente por un quite: el que hizo en Las Ventas la tarde de su confirmación de alternativa. «Y lo curioso es», explica, «que entonces yo no toreaba bien con el capote, tenía muchos defectos; debió de ser por esa carga de embrujo que surgió de repente, lo que hablábamos antes de que el arte está por encima de la técnica. Y además ocurrió en Madrid, la plaza que da y quita, lo cual fue mi suerte».

'La buena tarde está por venir'

¿Su peor tarde? Y contesta: «Demasiadas». ¿La mejor? «Quizá en Vista Alegre, pero la buena está por venir». ¿Las broncas? «Una cosa amarga». Pero ya estará acostumbrado -y confesamos que nuestro comentario no deja de ser mordaz- «Pues no estoy acostumbrado», responde con gesto muy severo. «Yo salgo todas las tardes a hacer el toreo, y cuando no lo consigo, sufro una enorme decepción y un gran disgusto, que en algunos casos me han durado muchos días. Además, cuando eres veterano se te acrecienta el sentido de la responsabilidad, siempre intentas perfeccionarte, quisieras estar bien cada tarde. Esto no es un juego y no puede tomarse a la ligera». Broncas, «demasiadas». Pero las redime el arte. Rafael de Paula es ese torero geómetra y creador, que con sólo dos lances hechos de embrujo y poesía puede llevar toda una plaza hasta la locura. Y hay pocos así, naturalmente.

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