Sueño y realidad del Ayuntamiento de Madrid
Cuando, hace apenas tres años, nos convocaron a los madrileños a las urnas para elegir nueva Corporación municipal, el despliegue de promesas fue tan impresionante que creo llegaron a hacernos pensar en la transformación de nuestro Madrid, en un nuevo paraíso terrenal en el que las nubes negras de la polución eran sustituidas por un cielo diáfano, cuajado de palomas y gorriones de canto celestial; que los espacios abiertos en los que los estercoleros tomaban cuerpo pasaban a ser zonas verdes de recreo, con unas arboledas que envidiaría el propio Hight Park, donde podríamos disfrutar con nuestros hijos; que las casas de cultura se reproducían como gusanos ' de seda; que los centros asistenciales eran santuarios de curación milagrosa; que nuestro aprendiz de río se convertía en un discurrir cristalino donde la especie salmónida efectuaba saltos malabares. Al contemplar aquellos murales de naïf, uno forzosamente tenía que cerrar los ojos para no deslumbrarse ante tanta belleza.La realidad, transcurrido el tiempo, nos hace despertar del sueño y permite ver que nada de lo prometido se materializa, que todo sigue igual. ¿Digo igual? Perdón, peor. Porque, amén del rosario de compromisos incumplidos, el bolsillo de los madrileños encoge como si hubiera sido metido en jabón: los impuestos aumentan o separen de forma alarmante otros nuevos que engrosen las arcas del Ayuntamiento; las sanciones de circulación triplican su cuantía; el estacionamiento del vehículo en la mayoría de las vías públicas resulta tan oneroso que es más barato meterlo en un aparcamiento particular, y mucha gente, señor alcalde, necesita el coche para trabajar. Me pregunto cuándo pondrán ustedes en marcha el impuesto peatonal.
Creo que como no sean las maratones, el día de la bicicleta, esporádicos actos culturales o el excepcional espectáculo de la carrera de camas por General Mola, importante, lo que se dice importante, no han hecho nada.
Cuando ven la luz determinadas denuncias realizadas por un teniente de alcalde por irregularidades en la concesión de un concurso, la solución es ponerle en la calle, en lo que yo llamo depuración democrática.
Ustedes pueden seguir exprimiendo la naranja, pero no olviden que cuando se acabe el zumo aquélla reventará y la pulpa salpicará sus ojos.
Pueden tener la seguridad de que la mayoría de los madrileños se sienten engañados, que los eslóganes y lindos murales ya no sirven, pues vivimos de realidades. El tiempo vuela y las próximas elecciones están ahí; éstas darán o quitarán razones. Tal vez entonces comprendan el porqué de la pitada al señor alcalde en la plaza de toros el Día de la Hispanidad; tal vez entonces entiendan el malestar de estos ciudadanos, sin distinción de ideologías, que no creían ni por asomo lo que están viendo; tal vez entonces acierten a ver lo negativo de su gestión.
Cuando, entre la rebeldía y la pena, contemplo la nube negra que preside el techo de Madrid, me pregunto si esa será también una muestra de protesta ante el desatino de la gestión municipal y el castigo para los que ahí los pusimos./ .
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