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Parabienes a la oposición

Con la mayor sorpresa he recibido, señores de la oposición, la favorable acogida que ustedes han dispensado a las sugerencias que por este mismo medio de comunicación les envié hace cosa de un mes. No crean ustedes que por haberla silenciado (y me imagino que un cúmulo de razones les obliga a ello) su pronta respuesta ha caído en saco roto. Ni mucho menos; en estos buenos momentos (y digo buenos, porque así se lo deben parecer a Robles Piquer, portavoz de una considerable opinión) una parte nada desdeñable del electorado está al tanto de las intenciones de ustedes y en buena medida aprueba su decisión de no cruzar los candelabros sobre el abatido, artificioso e inmortal cuerpo del Drácula centrista. Es lo que yo decía: no siempre hay que oponerse...En una aportación anterior me atreví a afirmar que el talón de Aquiles de toda oposición es su apetito de convertirse en Gobierno en un futuro no lejano. Ah, si ese futuro fuese lejano, no habría más que hablar; se acabarían la estrategia, los pactos, la cautela. ¿Qué no haría una oposición liberada del compromiso de ganar las próximas elecciones? Pero como consecuencia de ese afán, la oposición debe ser considerada- como el estado eventual -algo así como la lactancia, la época estudiantil o el celibato- que unos cuantos meritorios, en espera de su titulación, deben aprovechar para prepararse para una condición futura muy diferente: la de gobernantes. ¿Y se puede -me pregunto- ejercer una cosa tan seria como la oposición, desde una condición meritoria y provisional? La oposición no es lo mismo que la preparación del futuro gobernante y, aunque ambas funciones estén muy íntimamente relacionadas, no puedo por menos de pensar que la primera se llevaría a cabo con mucha mayor pureza, profesionalidad y desinterés si no estuviera lastrada por la segunda. Por eso yo aspiro a ver un día una oposición formada por oponentes puros, verdaderos profesionales de la réplica, con una decidida vocación a la contra y sin el menor apego a los programas legislativos; sin la menor Ilusión por trocar el sillón rojo por el azul, tan sólo decididos a ejercer la censura, a buscar el fallo y el abuso, el despropósito, la corrupción, el desafuero y la incompetencia. ¡Menuda labor! Algo así como el ministerio fiscal de la política, al cual no veo (aunque a escondidas la padezca) ejerciendo su cometido con una permanente añoranza por la condición de reo. Parafraseando a Saint Just es preciso partir del axioma de que todo Gobierno es culpable; de lo que sea, pero culpable.

A poco que ustedes reconozcan sus limitaciones -y a la vista de cómo va el mundo- deberán comprender que el día que alcancen el poder serán culpables; aunque sólo sea por haber desarrollado un programa legislativo, una cosa que sólo cunde entre cabezas sensatas, muy bien preparadas, con una formación técnica a poder ser. Los programas electorales son otra cosa; realizados con acierto pueden conducir a la pérdida de unas elecciones, resultado que bien justifica un poco de esmero en su confección. Pero los programas legislativos, no; se tienen que cumplir en todo o en parte; si no se cumplen, aun cuando sea por culpa del Gobierno, se suelen ganar las próximas elecciones a fin de cumplirlos en la siguiente legislatura; si se cumplen -y entonces siempre la culpa es del Gobierno- se suelen perder las elecciones. No en balde los programas legislativos están desarrollados por gente con gran experiencia administrativa, de talante moderado, que goza de una eficiente preparación técnica. Por eso, una oposición consciente de su papel no debe participar nunca en la ejecución de un programa legislativo; apurando la doctrina, no debe tampoco, en una democracia estable, matar a un Gobierno, sino dejar que se muera. Nada llena tanto como unos buenos funerales.

¿Me equivoco al presumir que, en líneas generales, ese es su tácito programa, señores de la oposición? A lo que yo colijo, ese es el sentimiento general del público que extrae sus consecuencias al considerar la impasibilidad con que ustedes observan la gresca arrabalera que se traen los del centro. Se diría que no les afecta, que no va con ustedes, que se trata tan sólo de una trifulca de los vecinos del primero (acompañada de otra de la misma índole en el cuarto) ante cuyo rellano desfilan ustedes apresuradamente y con las cejas arqueadas, en busca de la paz de la calle. Semejante actitud se justifica (en público) con argumentos extraídos de la alta política que, sin duda, sirven para disfrazar el muñeco, pero que destruyen toda la grandeza del proyecto. Se dice, por ejemplo, que no estando ustedes preparados para formar Gobierno no pueden permitir la caída del actual. Yo afirmo, a la vista de la preparación demostrada por la cohorte centrista, que están ustedes de sobra preparados, incluso en exceso, me atrevo a añadir. Pues, ¿qué preparación se necesita para tener mala fortuna? ¿Qué dotes hay que tener para provocar un accidente? ¿Qué cabeza no sabe decidir sobre esas "complejas cuestiones" a espaldas del electorado? ¿Qué arte es preciso para hacer cundir la desunión en el propio partido? ¿Qué estatura de estadista hay que medir para convertir en crisis de Gobierno una gresca entre socios? ¿No es bien cierto, señores de la oposición, que se encuentran ustedes perfectamente preparados para todo ello?

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También se dice, en círculos más sosegados, que este país no puede soportar en el momento actual una Administración y un programa de izquierdas. Y bien: un programa de izquierdas es siempre difícil de soportar, pero ¿qué no puede soportar este país? Si de algo sirve echar la vista atrás es para saber que este país (incluido Robles Piquer) lo puede soportar todo (incluso a Robles Piquer en un puesto de cierta responsabilidad), y no sólo un programa de izquierdas, sino hasta un programa monofísita, si por ventura esa clase de hereje quisiera hacernos uno. En apoyo de la tesis del rechazo cuasi orgánico de este país a ciertas opciones políticas, se dice siempre por ahí: "Porque el Ejército, porque la banca...", y por lo general no se termina la frase, no sólo por prudencia, sino también para que la insinuación, por aquello de que lo desconocido es lo más terrible, sea capaz de introducir una masa de temor que la frase completa, de ser formulada, no puede igualar. ¿Pues qué haría la banca con un Gobierno de izquierdas? Ya se sabe: todo menos perder dinero, y no parece demostrado que para alcanzar tan noble propósito necesite conspirar, obstaculizar o derrocar, cosas todas bastante costosas. En ocasiones -aunque bastante raras, estando como está en manos de hombres con gran preparación técnica-, para lograr aquello, le basta con invertir. Porque inventar no es lo suyo.

Pero como quiera que sea, a corto o largo plazo, me congratulo de que -como ahora se dice- hayan ustedes aparcado la ambición de formar Gobierno, tras asestar un simple puntillazo que podría acabar con el actual. Supongo que eso de aparcar quiere decir que, en cualquier momento, pueden decidir ponerla en marcha, y eso, como pueden fácilmente comprender, es lo que me apena. Si de verdad quieren ustedes el poder, momento como éste encontrarán pocos; la ocasión la pintan calva (sotela, y perdonen un chiste tan pobre como irreprimible), pero a la vista de la mesura, de la prudencia, casi del recogimiento (como podría decir Robles Piquer) con que lo están tratando me permito augurar que por ahora no lo desean, por miedo al rechazo o al desgaste, por su falta de preparación, por la necesidad de preparar las elecciones de 1983 o por la sombra que arroja ese funesto campeonato de fútbol; por lo que sea, ya se ve que no se deciden ustedes a conquistar el poder, solución lo más plausible entre todas, aun cuando suponga un inmediato endurecimiento político propiciado por la facción centrista que salga triunfante. Tan bien como yo saben ustedes que la facción, estimulada por la victoria en su propio partido, saldrá crecida y con el monopolio del poder, y la opinión tratará de imponerse al país para ganar las elecciones de 1983. ¡Están listos! Ganarán las elecciones de 1983 y tal vez las siguientes, y las siguientes, y seguirán arrastrando su artificiosa vida nocturna hasta que uno de ustedes se decida a cruzar los candelabros sobre su desmayada frente. Aunque sólo sea para cambiar, para ver qué pasará, para contemplar cómo el céfiro mañanero esparce por las baldosas las cenizas del viejo conde. Lo único que temo es que entonces, en virtud de la larga lucha que ennoblece al hombre, será una vez más un aristócrata -de nuevo cuño- el que ocupe su puesto.

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