La esperanza de la libertad
El 14 de noviembre de 1831 moría en Berlín, víctima del cólera. Hegel. Se cumplen ahora, pues, 150 años de su muerte. Este dato cronológico da ocasión y motivo para hacer algunas reflexiones sobre una vida y una obra que todavía dejan profundas huellas y enseñanzas en nuestro tiempo. Tal vez sea interesante, al hilo de unas reflexiones ocasionales, destacar un especial sentido de su filosofía para nuestra concreta sociedad española y para su clase intelectual.Dos lecciones, entre otras, dejó Hegel como hombre y como filósofo, que en definitiva se confunden y se entrelazan: las lecciones de su enorme coraje Filosófico y humano para, en medio de guerras, enfermedades y miserias personales de una historia concreta y circunstanciada, mantener la esperanza en el espíritu humano y especialmente en el trabajo filosófico.
Cuando en los primeros días de enero de 1801 Hegel viaja a Jena, donde iba a conseguir una plaza de profesor universitario gracias a los buenos oficios de sus amigos Scheling y Goethe, llevaba ya sobre sus espaldas el peso de muchos dramas. Todavía debían resonar en sus oídos aquellas duras palabras que Goethe confió a Schiller sobre la necesidad de ayudar a Hegel en la técnica de la retórica por las dificultades que tenía de comunicar sus ideas, a pesar de su profundidad intelectual. Y además estaban los males sociales de su época. Hegel había vivido la guerra en el Francfort de 1796, y ahora Jena estaba atronada y rodeada por los cañones franceses. Su gran amigo Hólderlin había entrado por entonces en una definitiva y mortal locura. Y su querida Cristina Fischer había quedado embarazada. Y su hermana estaba gravemente enferma. En esas circunstancias, el coraje y genio filosófico de Hegel producen hacia 1806 una de sus más grandes obras, La fenomenología del espíritu.
La actitud personal de Hegel es reflejo de su convicción filosófica. Es decir, en medio de una historia, hecha de sangre y de dramas personales, Hegel siguió construyendo un sistema que trataba precisamente de explicar ese devenir dialéctico, contradictorio, en el que lo natural y lo sustancial se entrecruzan, lo racional y lo real se determinan mutuamente. Pero en esa historia de lo acaecido estaba inmersa la historia de lo racional en sí y del caminar hacia la plenitud del espíritu. Esa historia concreta no es la única historia, pues la verdadera historia es ante todo y sobre todo «el progreso en la conciencia de la libertad».
Desarrollo de la libertad
Hegel no se dejó, pues, arrastrar por los hechos, muchas veces dramáticos, que configuraban su existencia inmediata, sino que trabajó e insistió en la necesidad de elevarse para comprender el auténtico destino de la historia, esto es, el desarrollo de la libertad. Y este trabajo estaba principalmente en manos de la filosofía. «La única idea que aporta la filosofía», escribió, «es esta simple idea de la razón de que la razón gobierna al mundo y que, en consecuencia, la historia universal es racional... La justicia y la virtud, la culpa, la violencia, el vicio, el talento, y las acciones, las grandes y las pequeñas pasiones, la culpa y la inocencia, el esplendor de la vida individual y colectiva, la independencia, la felicidad y la desgracia de los Estados y de los individuos, poseen su significación y su valor definidos en la esfera de la conciencia real inmediata, donde halla su juicio y su justicia, aunque incompleta. La historia universal queda fuera de estos puntos de vista».
Cuando el 22 de octubre de 1818 pronuncia su discurso inaugural en la cátedra de la Universidad de Berlín, Hegel confirma cómo el auténtico filósofo no se hunde en la inmediatez y hace de lo concreto ocasión para encontrar lo universal. Hegel criticaba «la miseria de la época, que concedía una gran importancia a los intereses mezquinos de la vida diaria», y consideraba que «sólo las ideas, y aquello que está conforme con ellas, constituyen lo que hoy puede, de una forma general, mantenerse, y que todo aquello que pretende tener algún valor debe justificarse ante la sabiduría y el pensamiento».
No era, sin embargo, Hegel un idealista en el sentido vulgarmente peyorativo de este término. No se recataba en reprochara la filosofía que llegaba tarde y no se le ocultaba el temor de que la filosofía -como se ha escrito- fuera un delirio bien organizado y la voluntad de filosofar, una simple superchería. Su posición crítica ante una filosofía que sólo existiera en la cabeza había sido manifestada en diversas ocasiones. Son famosas sus palabras en el prólogo de 1820 de su Filosofía del derecho: «Es insensato pensar que alguna filosofía pueda anticiparse a su mundo presente».
Lo real y lo irracional
En definitiva, Hegel no intentaba sino mostrar la auténtica síntesis de ser y pensamiento, de lo real y lo racional, que enfrentaba a las filosofías formalistas y empiristas de su tiempo.
Si la historia es el progreso en la conciencia de la libertad, si la historia es un continuo devenir inacabado, si la historia es esa dialéctica entre ser y pensamiento, el filósofo debe esforzarse en mostrar todo lo que es necesario para que esos complejos procesos se cumplan con mejor ritmo y sobre todo para que los hombres sean conscientes de que están inmersos, quieran o no, en una realidad, cuya autentificación tendrá que venir por la conciencia de ese devenir y de su sustancia, que es el espíritu libre, objetivamente libre, absolutamente libre, como entendía Hegel el desarrollo de la idea.
Ante los hechos personales y sociales, Hegel respondió con una obra filosófica que marcó y determinó una historia posterior. «Hegel», se ha escrito, «es el maestro que puso los cimientos para la conciencia avanzada moderna». En Hegel es como si el búho de Minerva hubiera emprendido su vuelo al amanecer. La vida y la obra de Hegel tienen, en este sentido, una moraleja. La filosofía no es quizá la salvación de nada. Pero es una humana posibilidad de hacer consciente la historia, nuestra concreta historia, y no es, desde luego, un escondrijo de esotéricas y escapistas actitudes.
Tras Hegel, con una filosofía difícil e intrincada, no todo siguió igual. De Hegel se recibió también la esperanza del espíritu que progresa, de la libertad que se desarrolla. Ernst Bloch concluyó así sobre Hegel: «Los tiempos de transición, como el nuestro, aguzan nuestra sensibilidad ante el genio de la dialéctica, ante el gran maestro. Precisamente porque, en su filosofía, no vemos volar el búho de Minerva bajo la luz del anochecer, entre las ruinas de la contemplación, sino porque vemos apuntar en ella la rosada aurora de un nuevo día, a la que nadie puede volverse menos de espaldas que la diosa de la luz».
Babelia
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