Margaret Thatcher, reforzada en el congreso de Blackpool
La revolución de octubre no ha tenido lugar. En los jardines de invierno de Blackpool, donde ayer concluyó el congreso del Partido Conservador británico, su líder y primera ministra, Margaret Thatcher, afirmó rotundamente que no cambiará su política "para ganar popularidad". De Blackpool, Thatcher salió reforzada. Paradójicamente, el thatcherismo, debilitado.
El ex primer ministro Edward Heath se equivocó de audiencia y su retorno político fracasó. La plataforma estaba dividida, pero el patio de butacas -que un destacado- comentarista británico calificó de poujadista- era de Thatcher, y así lo demostró la apoteosis final. Si cabe, este congreso ha sido más radical que su líder.
El congreso se abrió el martes con una derrota del Gobierno: los delegados solicitaron la reintroducción de la pena de muerte. Pidieron asimismo al Gabinete mayores medidas para garantizar el orden público, que Thatcher está "decidida a mantener por encima de todo". En el debate sobre defensa, los oradores se mostraron más antisoviéticos que el Gobierno.
En este Blackpool del noroeste del Reino Unido, que parece una ciudad de verano para parados, lo importante eran los mensajes en clave, los discursos pronunciados al margen del congreso en un lenguaje político culteranista, para los iniciados. En estas claves fue central la figura de Benjamín Disraeli, el lider conservador del siglo pasado, el buen tory que quiso crear una sola nación.
Desempleo y relaciones laborales
A los moderados, como sir lan Gilmour o el líder de la Cámara de los Comunes, Francis Pym, les preocupan las perspectivas electorales, especialmente con tres millones de parados en la actualidad "El tema más emotivo" en el Reino Unido, afirmó Thatcher ayer, siendo interrumpida por un joven que gritó: "Te importa un...". El ministro del Medio Ambiente, Michael Heseltine, vio en el paro la razón central de los disturbios del último verano.El debate sobre el desempleo y las relaciones laborales fue, sin embargo, incoherente y poco fructífero. Terminó centrándose en las ideas del ministro de Trabajo, Norman Tebbit, para romper el poder de los sindicatos y "proteger así a los débiles". Margaret Thatcher volvió a declarar ayer, al clausurar el congreso, que no variará su política económica, que algunos han calificado de dogmática. "Dogmatismo", respondió la primera ministra, "si esto es dogmatismo, es el dogmatismo de Marks y Spencer. Y yo me declaro culpable de él". El discurso de Thatcher, cargado de nacionalismo y criticas contra los laboristas, los socialdemócratas y las industrias nacionalizadas, puso a los delegados en pie y vitorearon a su líder.
Hoy por hoy es evidente -si alguna duda cabía- que los conservadores no disponen de otro líder. Pero en Blackpool ha quedado clara la profunda división que existe en el seno del Gobierno y el descontento que cunde entre numerosos diputados tories. Y en este partido, al contrario de lo que ocurre entre los laboristas, el congreso no tiene peso.
En estos círculos conservadores influyentes se reconoce ahora más abiertamente que la estrategia financiera a medio plazo ha de cambiar, bajando los tipos de interés y aumentando las inversiones públicas en capital. Francis Pym admitió que cuando los conservadores llegaron al poder, en mayo de 1979, no esperaban tres millones de parados dos años y medio después.
Thatcher, con su indudable personalidad, ha ganado la batalla de Blackpool. Este, quizá, sea el punto culminante de su victoria. "Hay gente que dice que nuestra nación ya no tiene agallas para la lucha. Conozco nuestro pueblo y sé que las tiene", concluyó Margaret Thatcher. Al final del congreso, su presidente pidió a todos los asistentes que se quitaran sus credenciales de las solapas al salir, argumentando que "no se sabe qué tipo de gente se puede uno encontrar en Blackpool".
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