Los ángeles de Schommer
Alberto Schommer, en plan dominical, sacó el otro día en el colorín de este periódico un ramillete (ramillete: lo decían mis predecesores, los cronistas de sociedad de la Regencia, y yo también quiero decirlo), un ramillete de españolas jóvenes y famosas echándose un pulso con Míster Músculo, o sea Salvador.
La metáfora es un poco obvia, como todas las metáforas que se visualizan (inferioridad del cine respecto de la literatura), pero eficaz. «Una imagen vale más que mil palabras»-. Si la imagen es de Baudelaire. O de Schommer. Mariola Franco no ha querido hablar, aunque se ha retratado, lo que quiere decir que renuncia al pulso dialéctico con la sociedad española, y hace bien. Carmen Maura: «No he tenido ninguna dificultad específica por ser mujer». Pertenece a esa raza de las que se hacen a sí mismas -cómicas, periodistas, azafatas, obreras, escritoras-, y que han sido las pioneras conscientes o inconscientes de cualquier emancipación femenina. Pina López Gay: «Muchas veces me decían mona, pero pocas veces inteligente». Nuria Espert se me confesaba un día en una carta: «Casi prefiero que hables de mis piernas, en los periódicos, a que hables de mi inteligencia». A Einstein le gustaba mortificar al personal con conciertos de violín y que encima le aplaudiesen. Todos ponemos la vanidad. en otra cosa, cuando ya tenemos saciada la vanidad connatural a nuestros talentos (si hay). Matía Izquierdo: «En la vida, todos estamos bastante fastidiados, pero la mujer, siempre un poco más». Si la mujer es Ladi Di o Bo Derek, parece que un poco menos. La lucha sigue siendo de clases e incluye lalucha (menor) de sexos.
Cristina Alberdi: «En general, siempre hay una dificultad en el sentido de que se espera de ti un comportamiento distinto ». También de los hombres se espera un comportamiento distinto. Siempre tendríamos que ser otro para dejar satisfechos a nuestros jefes y a nuestras tías. Pero Adolfo Marsillach ha reflexionado lúcidamente en Triunfo sobre la dificultad de ser otro. Carmela García Moreno: «Yo no me siento ni me sentiré discriminada». Las mujeres políticas también suelen resolver el dilema/caución masculinista, siquiera a nivel personal. Como los hombres. El corolario de este ramillete de opiniones femeninas, contra el brazo leñoso de Salvador/Míster Músculo, es que el feminismo nos resulta, en buena medida, una revolución burguesa, y esto no me parece malo, pues burguesa fue la Revolución de 1789, en Francia, y en aburguesamiento se ha resuelto la rusa, según Moscú no cree en las lágrimas. Quiero decir que la mujer obrera por una punta, y la intelectual o artista, por otra, se salvan del evidente patriarcalismo burgués de nuestras sociedades. En la obrera es mucho más aguda la conciencia de clase que la de sexo, es tan fuerte la opresion social que se disuelve en ella la sexual (cuando existe). En cuanto a la Montespán, la Pompadour, la princesa de los Ursinos (ahora saca Consuelo Bergés la biografía que Saint-Simon. hizo a la princesa), George Sand, Barbara Hutton, Greta Garbo, Margaret Thatcher, Lilí Marlen, Lou-Andres Salonié, Dolores Ibárruri, la Tirana, María Asquerino y Catalina la Grande, es mucho más aguda la conciencia de triunfo (personal, colectivo o histórico) que la de sexo. Ni humilladas ni ofendidas. Los feminismos, como los autonomismos, tienen así un lastre burgués que les impide triunfar, aun siendo causas justas casi siempre. Porque hoy no es posible la revolución total y se sustituye por la rebeldía grupal.
Incluso Mariola ha conseguido, en su vida privada, obviar el mito del abuelo, huir de la Historia y del machismo histórico (dictadura). El feminismo es una revolución burguesa en cuanto que proletarias y marginales pasan del rollo. Pero mediante revoluciones burguesas -liberalismo, industrialismo- se va haciendo la Revolución. Con perdón de Míster Músculo.
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