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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El Rey y el presidente

LAS VISITASf del Rey a países extranjeros, como las de jefes de Estado a España, deben considerarse siempre como relativamente apolíticas, siguiendo una tradición internacional y un protocolo común. Son visitas de Estado y no negociaciones de Gobierno. El hecho de que el presidente Reagan reúna en sí mismo el carácter emblemático de su país y simultáneamente el de jefe del Ejecutivo con máximos poderes, según la peculiaridad de su Constitución, no debe inducir a confusiones. El Rey ha podido viajar a países de regímenes dispares y hasta muy ajenos al nuestro -incluyendo una visita histórica a China-, y su presencia y sus conversaciones siempre han servido para resaltar y fortalecer lo que hay de positivo en las relaciones de Estado. Esto no quiere decir que la pureza apolítica se mantenga siempre, y hay omisiones que parecen tener un significado: por ejemplo, el Rey no ha ido nunca a la Unión Soviética, con la cual, a pesar de tener relaciones diplomáticas normales, hay un creciente distanciamiento político. .La visita del Rey a Washington, prevista para un momento anterior y aplazada en razón de acontecimientos internos españoles en los que el Rey tuvo un papel de protagonista unánimemente aplaudido por todos los defensores de la libertad y la democracia, no debe confundirse, por tanto, con el eje político actual de las relaciones entre Madrid y Washington, que se centran en el tratado bilateral y los términos de un posible ingreso de España en la OTAN. La Corona no tiene por qué comprometerse -y no lo hace- con algo que es polémico dentro de España, a la que el Rey representa en su totalidad.

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El sentido auténtico que hay que obtener de esta visita es por eso el del realce de lo que hay de permanente, a lo largo de la historia y en plena actualidad, en la amistad entre los dos países. España ha aportado mucho a América, como se ha manifestado, una vez más, en el espectáculo y en las palabras de la celebración del 12 de octubre en Nueva York -donde se llama indiscriminadamente hispanos a los millones de personas que tienen ese idioma en la ciudad-, y Estados Unidos irradia hacia España, como hacia otros lugares del mundo, una forma de civilización técnica, científica y cultural de inmensa calidad, que, adaptada a las condiciones propias de España y a sus posibilidades reales, supone un modelo de la sociedad a la que pertenecemos y deseamos pertenecer. Estados Unidos es una creación reciente de las fuerzas culturales y de las formas de entender la vida de la entidad que llamamos Occidente. A ese Occidente pertenece España.

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Una de las ideas básicas que contribuyeron a la formación de Estados Unidos, y que allí se engrandeció y se fortaleció, es la de la democracia, hasta el punto de que hoy hablar de Occidente y de democracia es hablar de lo mismo. Eso sí pertenece a las relaciones de Estado a Estado, por encima de las de Gobierno, y es algo que está incluso fuera de la política, como un componente básico de esta civilización, como una materia prima sobre la que después se pueden elaborar distintas políticas. No es, por tanto, extraño que en la recepción al Rey de Espana se haya reiterado su claro y limpio papel de restaurador, primero, y de defensor, después, de la democracia como forma de convivencia y como filosofía del Estado. No estará, por tanto, fuera de la Constitución, de la tradición y del protocolo de las visitas de Estado que el Rey y el presidente traten de afianzar, sobre todo, la existencia de la democracia en España y el apoyo que Estados Unidos puede y debe prestar a que la fragilidad de la democracia española en estos momentos se cambie por una auténtica consolidación. En ese punto concreto coinciden los intereses soberanos de los dos países y su manera de enfrentarse con los grandes desafíos de numerosa índole que pueden caer sobre lo que realmente da un sentido al modo de vida de Occidente. Y que incluso justifica y convierte la misma palabra, Occidente, de un mero término geográfico de aplicación bastante vaga en un concepto filosófico y vital que debe ser ya inseparable de la noción de España.

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