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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Ayers, la profesión del aficionado

Los conciertos de Kevin celebrados durante el pasado fin de semana en Madrid fueron sendas ocasiones para el despliegue de una actitud. «Yo no puedo tocar dos días seguidos hacer lo mismo en el mismo sitio. Yo no soy profesional».Lo que el fundador de Soft Machine, habitante de Ibiza objeto de un culto tan minoritario como estrecho mostraba en el Rock Ola era algo parecido a los Ramones: la profesionalización del amateurismo.

Era un espectáculo realizado en el que Kevin Ayers aportaba una antigua belleza muy, machacada por el tiempo y la vida. Y esa voz grave, insinuante. A su izquierda, un guitarra panzudo y calvo, nada menos que Ollie Halsall, héroe olvidado del rock inglés. Y a los teclados, un nombre exótico: Zanna Gregmar, una imagen platónica de nórdica impresionante, verdadero foco de atracción visual. Junto a ellos, Pedro Colom y Miguel Figuerola resultaban algo pálidos, pero esa no es su culpa.

Hicieron un rock directo, que lo mismo sonaba a calypso que a reggae o a soul. No era excepcional, pero si agradable, entretenido e interesante a ratos. Ellos se reían allá arriba, pero no de una forma estúpida, sino con buen humor, pasándoselo bien, aunque la primera actuación fuera, al parecer, mejor que la segunda.

Kevin Ayers es un tipo extraño. Su anterior actuación en Madrid, hace ya unos cinco años y frente a unas cien personas, fue un delirio. Su carrera discográfica es un verdadero despiste, no va por Londres. «Allí está todo muerto», asegura. Ahora quiere hacer música terrorífica, « para que la gente pueda pensar». Y lo hará en España. «Aquí la gente no está quemada».

Actuaciones como ésta, al margen de cualquier actualidad y/o estrellato, son las que en realidad mantienen vivo el rock de un lugar. Kevin Ayers es un maestro de su propia lección: cómo utilizar con limpieza la marginalidad.

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