El diálogo URSS-Estados Unidos
NADIE PUEDE. hacerse ilusiones acerca de las conversaciones de limitación de armas que deben comenzar el 30 de noviembre en Ginebra, según acuerdo conseguido en las conversaciones Gromiko-Haig. La idea del desarme comenzó a abrise paso en el mundo con el siglo; en este tiempo, mientras se celebraban conversaciones y conferencias mundíales, se ha pasado de la ametralladora Maxims a las bombas de hidrógeno y a los proyectiles capaces de transportarlas a cualquier lugar del mundo: ya no hay zona invulnerable. No hay razón ninguna para suponer que esta carrera vaya a detenerse. Las grandes potencias lo son, entre otras cosas, porque están basadas en sus armas, y hasta la filosofia y la doctrina políticas están ya sometidas a la fuerza y la estrategia. Su economía gira tambíén en torno al armamento. De todas las instituciones nacionales y supranacionales son las dedicadas a fines militares las que funcionan y se desarrollan con menos conflictos internos.Ahora bien, no hay que desdeñar el valor de estas negociaciones. Ni la URSS ni Estados Unidos van a renunciar a su rearme continuo, pero pueden convenir una serie de medidas y de convenios que traten de reducir esta personalidad propia de las armas: una redistribución de su situación en el mundo, una interrelación entre arsenales y dírecciones estratégicas que reduzca el pelígro de incidente o error, o la sobrerreacción por parte de una de las dos potencias ante lo que considere amenaza de la otra. Sobre esta base se vive prácticamente desde 1945, y es lo que se ha llamado y se llama equilibrio del terror: las dos potencias convienen en este equilibrio, y lo puntualizan como pueden, lo introducen en unas reglas de juego que no se deben traspasar. "Ultimamente este tipo de negociación, o de partida, estaba suspendida, o reducida a contactos mínimos. Su reanudación supone un alivio.
Reagan ha explicado suficientemente desde que fue candidato a la presidencia, y no ha dejado de mantenerlo, qúe este tipo de acuerdos parciales es más bien engañoso. De lo que se trata, dice, es de un acuerdo global mucho más amplio.
Desde el punto de vista de las naciones del mundo, la situación es inquietante. La tensión nos está retrotrayen do a la política de bloques: a una hegemonía fuerte de cada una de las dos grandes nacíones sobre aquellas que forman su alianza. Un acuerdo EE UU-URSS puede su poner la concesión de una a otra de manos libres en su zona de influencia. Sería mejor trabajar porque las pequeñas potencias tuvieran un papel casi de arbitraje, en el que en vez de coacciones y presiones recibieran estí mulos y ayudas. Pero en la práctica esta teoría no ha fun cionado. Es la que pretendieron las naciones neutralistas y del Tercer Mundo desde su fundación -en Bandung-: los destrozos realizados desde entonces en ese Tercer Mundo -guerras civiles y mutuas, tiranías, neo colonialismo, regímenes impuestos, presencia de tropas extranjeras, luchas económicas- muestran la dificultad de ese proyecto. Nó han dado tampoco suficiente resultado los nuevos intentos europeos -diálogo Norte-Sur, Conferencia sobre Seguridad y Cooperación en Europa-, que tratan de introducir nuevos puntos de vista que alíviaran la situación única del juego Este-Oeste.
A pesar de lo sombrío del panorama y de la falta de presencia de soluciones definitivas, es indudable que la negociación, como alternativa de la guerra, es siempre preferible, y hay más probabilidades de que aparezcan otras soluciones en un clima de reducción de tensiones militares que en un clima de guerra fría. Por eso, las potencias europeas han insistido tanto en que no se corten los puentes. Las entrevistas de Nueva York y la conferencia de Ginebra son en gran parte fruto de esa insistencia européa. Esperemos que sirvan para algo más que para que, Reagan muestre a sus aliados un resultado desalentador.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.