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Uno de cada 12 trabajadores europeos está en paro

Soledad Gallego-Díaz

Uno de cada doce trabajadores europeos está en paro y, si nada se remedia, los nueve millones de parados en la Comunidad Económica Europea (CEE) pueden duplicarse en menos de diez años. Hasta los más acérrimos partidarios de un sistema económico totalmente liberal y de la prioridad más absoluta en la lucha contra la inflación comienzan a tentarse la ropa y a rectificar dulcemente sobre la marcha.

El Parlamento Europeo celebró una sesión plenaria dedicada al empleo, en la que, por primera vez, y aunque sea de forma abstracta, los europeos se han pronunciado a favor de la reducción del tiempo de trabajo, por la prioridad de una política antidesempleo y por la necesidad de coordinar algunos planos de las diferentes políticas nacionales.De los tres informes presentados al Parlamento de Estrasburgo, tal vez el más sorprendente ha sido el de un liberal francés, Corentin Calvez, que afirmaba tajantemente: «La política de lucha contra la inflación debe ser subordinada a la política de lucha contra el paro». La misma tesis fue defendida por el comisario Ivo Richard, laborista británico encargado de los asuntos sociales de la CEE: «No podemos esperar más a que la inflación sea vencida para atacar el problema del desempleo». Richard no se anduvo por las ramas: «Es evidente que prácticamente todo el mundo ha comprendido ya que no saldremos de la crisis si seguimos con las políticas actuales». Hasta François Xavier Ortoli, comisario francés encargado de los asuntos financieros y gran partidario de la lucha prioritaria contra la inflación, parece haber moderado su posición: «El objetivo es el paro. Hay que demostrar que la auténtica finalidad de nuestra política es la reducción del desempleo».

El debate en Estrasburgo demostró, sin embargo, que persisten serias diferencias entre los puntos de vista de los diferentes grupos políticos. En el capítulo de la reducción del tiempo de trabajo, un comunista italiano propuso una reducción base del 10%, idea que fue rechazada. La única manera de alcanzar, casi, la unanimidad fue adoptar una enmienda en la que se pide que se promuevan «ciertas formas de reducción del tiempo de trabajo en el cuadro de un incremento de la productividad». La semana de 35 horas, reivindicada por los más importantes sindicatos europeos, no obtuvo respaldo.

Los liberales y los democristianos, que hasta ahora no querían ni oir hablar de la posibilidad de reducir la jornada laboral, se muestran ahora más flexibles, aunque insisten en que no es una panacea y que debe ser estudiado siempre en relación con el relanzamiento de la productividad. «Algo es algo», decía el portavoz del grupo comunista italiano, Bonaccini, para quien el debate parlamentario daba, por primera vez, la impresión de que se puede iniciar una acción europea en la lucha por el empleo.

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