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El anunciado desembarco de Antonio Garrigues en la política nacional

Como los Kennedy, eran un grupo numeroso de hermanos varones. Como ellos, nacieron en la costa Este -que aquí se llama Totana (Murcia, en el Levante español) y allí se concretaba en Boston (Nueva Inglaterra)-. Unos y otros descienden de un padre embajador que cruzó el Atlántico en dirección inversa. Y ahora el relevo de Antonio por Joaquín, como el de Joseph por John y el de John por Robert y el de Robert por Edward. Es el tirón dinástico, que hubiera dicho un colega. Antonio Garrigues, que ayer presidió en La Toja (Pontevedra) una convención de los Clubes Liberales -entre los cuales se encuentran numerosos miembros de UCD-, reiteró de nuevo su idea de que socialdemócratas, liberales y democristianos no pueden funcionar dentro del mismo partido.

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En su libro Diálogos conmigo mismo, Antonio Garrigues Díaz-Cañabate hace su particular referencia al clan. Empieza por advertir que la palabra es equívoca y se usa indebidamente, acepta la existencia de los clanes, familiares o no, como una realidad sociológica innegable. Luego añade: «Yo pertenezco a una familia unida, donde los vínculos familiares, así como las tensiones, son muy fuertes, pero no creo que pueda considerarse como un clan en el sentido de que haya unidad de objetivos ni de finalidades socio-político-económicas bajo una disciplina y un mando jerárquico. Cada uno de los miembros del, por así decirlo, «clan Garrigues», tiene su libertad, su independencia y su personalidad propia».De la mano del padre de la rama conviene proseguir el bosquejo familiar, que traza en estos términos: «Se habla del clan Garrigues porque es una forma convencional, semántica, de aglutinar en una sola palabra a todos los miembros varones de esta familia que, en un campo u otro, en distintas actividades, han alcanzado alguna notoriedad. Como a veces resulta difícil distinguir «quién es quién», resuelven el interrogante diciendo simplemente los Garrigues.

«Pero una casta cerrada, como unidad de pensamiento y actuación dirigida, ni existe ni ha existido. Lo que se conoce como «clan Garrigues» no tiene nada que ver, pongo por caso y salvando las distancias, con el «clan Kennedy». Nada. Por ejemplo, mi hijo Joaquín, ministro en el tercer Gobierno de la Monarquía, ha ido a la política por su propia, personal vocación y decisión, sin la menor intervención del supuesto «clan Garrigues», y permanecerá o saldrá de ella por igual motivación y con la misma libertad».

Luego, puesto a reconocer un común denominador familiar, Antonio Garrigues y Díaz-Cañabate señala: «Sí creo que coincidimos los Garrigues en el sistema económico de libre iniciativa, basado en la actividad productora privada. Ahí, en la base de la personalidad humana, con todas las limitaciones que se quiera, como su sustento y su peana, está la propiedad privada. Para el jefe del clan, «el de crear riqueza es un don tan natural como el de crear arte, ciencia, literatura o cualquier otra obra o producto que pueda hacer un hombre hecho a imagen y semejanza de un Dios creador».

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Y en respuesta a posibles objetores puntualiza: «Se dirá: sí, pero la riqueza está en pocas manos. Ni más ni menos que en cualquier otra actividad creadora, en la literatura, la poesía, la filosofía, la ciencia, el arte de la política o de la guerra. En resumen», concluye, «de la riqueza se puede decir como de la nobleza: la riqueza obliga. El que tiene ese don tiene que usarlo, pero tiene que usarlo bien. ¡Cuánto daño se puede hacer cuando se usa torcidamente! ».

Pese a estas declaraciones se ha sabido, por ejemplo, el comportamiento de Antonio Garrigues Walker la tarde del 1 de septiembre, cuando acudió a la Moncloa llamado por Leopoldo Calvo-Sotelo. Tras recibir la oferta de incorporarse al Gobierno, para cubrir la vacante abierta en el Ministerio de Justicia por la dimisión de Francisco Fernández Ordóñez, Antonio Garrigues Walker solicitó realizar algunas consultas telefónicas entre las que ocupó lugar preferente la efectuada con su padre.

Antonio Garrigues Walker, que tuvo siempre unas relaciones muy competitivas con su hermano mayor, Joaquín, declaró reiteradas veces, tras la muerte de éste, que él no podía recoger la antorcha fraterna.

Torneo necrológico

Durante un tiempo, Antonio Garrigues Walker se mostró muy deferente hacia los colaboradores políticos de Joaquín que tenían, afirmaba, la legitimidad política para continuar esa tarea. Bajo el difuso proyecto de editar supuestos inéditos del difunto, frecuentó el entorno de sus íntimos y, finalmente, en tromba ha decidido el lanzamiento de la «operación liberal». Los últimos obstáculos por vencer tenían nombre propio: Antonio Fontán e Ignacio Camuñas, muy reticentes a ceder su primogenitura en favor del hermano tan irónicamente tratado siempre por Joaquín. Al fin, la llamada cumbre de Sotogrande, en la última decena de agosto pasado, concluyó con el acuerdo en firme de eliminar, preferentemente por las buenas, esos escollos personales para dejar expedito el camino a Superman Garrigues.

También echó su cuarto a espadas en el torneo de las necrológicas y publicó en EL PAÍS del 17 de agosto de 1980 un poema presentado como excepcional documento. Días después mereció un comentario del escritor Juan Benet quien se preguntaba qué tenía de excepcional.

Antonio Garrigues Walker, 45 años, 1,75 metros de estatura, treinta millones de ingresos anuales y un patrimonio personal que supera los veinte, según declaraciones al fisco, está convencido de que no puede fracasar. A forjar esa condición parecen haberle ayudado las casetes de Dale Carnegie sobre cómo dejar la timidez, cómo adquirir seguridad, cómo expresarse en público, etcétera, que acompañan sus desplazamientos en automóvil. El 26 de octubre de 1980, entrevistado en EL PAÍS, afirmaba, sin embargo: «A los Garrigues nunca nos ha interesado el dinero ni la acumulación del dinero, y, además, no sabemos hacerlo; cada vez que lo hemos intentado, lo hemos hecho muy mal». La declaración es tan exacta que ahí están los casos de Liga Financiera e Inmobiliaria Garona, patroneadas por Joaquín y Juan, respectivamente, para probarla de modo palmario. Y ahora, la inminente entrada en la UVI del Banco de Levante, que preside José Miguel (Michu).

En el duro mundo de la competencia, nadie discute a Antonio su verdadera condición de excelente gerente del bufete de negocios de la calle de Antonio Maura. La autoridad científica como jurista de talla internacional del tío Joaquín Garrigues Díaz-Cañabate, catedrático de Mercantil y creador del moderno derecho privado en España, fue la piedra angular en los años iniciales.

La tradición jurídica española tenía sus referencias fijadas en el francés y el alemán, pero los Garrigues Walker, por su ascendencia materna norteamericana (Helen Walker era hija del ingeniero jefe de la ITT para España cuando se montó la Compañía Telefónica), entraron directamente en el inglés, el idioma del bussines.

Tax for Foreing Companies

Los contactos norteamericanos se vieron, además, favorecidos por el nombramiento de Antonio Garrigues Díaz-Cañabate como embajador en Washington, en marzo de 1962. A ello se unió el matrimonio de uno de los vástagos, Michu, con Francis Aldrich, prima hermana de los Rockefeller y procedente de una poderosa familia de Nueva Inglaterra. A estos años de plétora sin competencia se refería el presidente de una gran compañía multinacional diciendo «Antonio Garrigues Walker hasn't been a lawyer, he has been a tax for foreing companies». Era el peaje obligatorio para desembarcar.

Buen gerente de ese bufete colectivo, Antonio Garrigues Walker ha formado parte de innumerables consejos de administración, un reciente libro mencionaba más de treinta. Su participación le ha venido otorgada en nombre de las compañías multinacionales clientes de su despacho, y ha tenido lugar en las filiales españolas. Lo que no ha sido nunca es un empresario, según coinciden en apreciar todas las fuentes.

En catarata creciente, los medios de comunicación se inundan con declaraciones y entrevistas de Antonio Garrigues Walker. En el plazo de unos meses ha profetizado

El anunciado desembarco de Antonio Garriges en la política nacional

que Suárez agotaría su mandato de cuatro años, que UCD no tiene salvación; que carece de ambiciones políticas; que lo suyo es el mundo de la empresa; que la revolución cultural encuentra resistencias en la clase política; que Calvo Sotelo merece un 11 sobre 10; que todavía no le han ofrecido ser ministro; que los clubes liberales son la gran tarea; que es inevitable Volver a la planificación económica; que los empresarios no se van a dejar manipular; que el capitalismo es la única solución: que sería buena la llegada de los socialistas al poder; que está dispuesto a enseñarle su despacho a Adolfo Suárez; que la derecha no reaccionará hasta que no pierda las elecciones; que el poder político en España debe llegar a acuerdos concretos con los llamados poderes fácticos, incluida la Iglesia y el Ejército; que en un año o dos estará preparado para ser presidente del Gobierno, etcétera. «Y todo ello, hasta ahora, lo ha dicho en la más absoluta impunidad», manifestaba un prestigioso jurista.Desprecio del riesgo

En el ambiente irrepetible de Sotogrande, un contertulio le decía recientemente a Antonio Garrigues Walker: «¿Tú, europeo y moderno?, el europeo y moderno es Adolfo Suárez. Ahí está su trayectoria de self made man, empezando desde abajo, luchando sin recursos, subiendo peldaño a peldaño por la estructura política. Tú, por el contrario, has llegado siempre desde arriba a los estudios, al ejercicio profesional, a todo. Fuiste el niño más rubio, el mejor jugador de hockey. Tú has tenido todas las facilidades, como cualquiera de los privilegiados de una república bananera».

En Sotogrande quedó trazado el gran designio de Antonio Garrigues Walker, Pedro Schwartz, Pedro José Ramírez, Soledad Becerril, Eduardo Punset, en el núcleo de la decisión, y otros personajes, como Paddy Gómez Acebo, Esperanza González Green, Mariano Rubio, Isabel Azcárate, en los alrededores sociales.

Aquí, en Madrid, un contacto clave, el hombre decisivo junto al presidente, Luis Sánchez Merlo, integrado en el despacho de Antonio Garrigues Walker a su regreso de Bruselas durante más de dos años, hasta iniciar su colaboración con Leopoldo Calvo Sotelo. El liberalismo bulle. Pruebas al canto: el nuevo ministro de la Presidencia, Matías Rodríguez Inciarte, veinticuatro horas después de su toma de posesión, transmitía una petición urgente a los servicios de documentación: «Que me pasen un expediente sobre el liberalismo».

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