Eurobuero
La apertura del Parlamento, este año, ha tenido lugar en el teatro Reina Victoria. La primera sesión de Cortes ha sido el estreno, la otra noche, de la obra Caimán, de Antonio Buero Vallejo. Y no sólo porque en el teatro estuviese toda la clase política, incluido Calvo Sotelo, sino porque la comedia plantea todos los problemas políticos y sociales de la actualidad.Cuando el Régimen de Franco, los ministros no iban a las obras de Buero, no porque no les gustase el teatro, que tampoco eran tan incultos como se ha dicho, sino porque conocían las funciones previamente, antes que nadie, mediante sus buenos oficios de censores. Ahora, como no hay censura, si un presidente del Gobierno quiere enterarse de lo que ha dicho el autor mítico de la resistencia, tiene que agarrar a su señora e irse al cine donde pongan la función. Así, Calvo Sotelo (que no sabe posar sin posar), Fernández Ordóñez -«Buero, por fin, dice todo lo que piensa»-, Fraga (qué alivio, sobre todo para Fraga, no tener que encarcelar al autor acto seguido: la democracia es más descansada); Iñigo Cavero, Simón Sánchez Montero, etc. En principio, es bueno que el presidente del Gobierno tenga que escuchar a un anarquista filarmónico de suburbio, ya que no quiere escucharlos directamente, al menos en escena:
-Se gastan todo el dinero en armas.
Y es bueno que el ministro de Cultura vea como una pobre de pedir, de ésas que abundan por las esquinas de Madrid, le pide a una vecina que le escriba el cartelón mendicante, porque ella no sabe. ¿Cuándo va el Gobierno a alfabetizar a nuestros pobres para que se puedan escribir los cartelones peticionarios por sí mismos? Es una vergüenza que tengan que irse a la esquina con el letrero escrito por otro.
En la pugna utopía/praxis, o magia/acción directa, que enfrenta al cojo relojero y melómano con el activista de izquierdas, Buero reconoce, por boca de una innecesaria señorita, que la utopía, el sueño, el irracionalismo -«la parte del diablo», que diría Blake-, también puede dar un paso adelante, un paso de sombra, junto al paso de luz de la revolución científica. Esto es ya eurosocialismo, eurocomunismo, eurobuero, como quieran ustedes. Hace años, quizá, nuestro autor hubiera primado la primacía de lá razón sobre la ilusión. Toda la izquierda.europea, toda la nueva izquierda, todo el socialismo se ha puerto a considerar la otra mitad del hombre, la mitad en penumbra, postergada secularmente como burguesa. No sé si la función de Buero es buena o mala, ni entro en crítica con los críticos. Sólo digo que la otra ala del progreso, el ala del misterio («cultura es lo que no conocemos», suele decir Tierno), la mitad en sombra que completa al hombre, ha rozado incluso a un racionalista tan entero y enterizo como Buero Vallejo. (Y no me olvido de sus juegos con el misterio, La señal que se espera, etc.) A esa participación del hombre total y en el hombre total, algunos programas políticos la han denominado euro. Tenemos ya incluso una euroderecha. Europa, madre y maestra de las culturas de la sombra tanto como de las culturas de la luz, se ha convertido en prefijo que designa y adelanta lo que en una palabra o un programa hay de contemplación total del hombre: de humanismo. Buero Vallejo, de quien últimamente se dijo que hacía un teatro periodístico, ha hecho ahora un teatro filosófico (sin filosofías) donde el utopismo juvenil tiene al fin su palabra, siquiera sea en voz de un anarcoide carroza (lo que quiere decir que Buero/hombre lo ha asumido).
Calvo Sotelo, en su palco, aprendió lo que ya sabía: que hay paro y descontento. No sé si aprendió lo que no sabía: que hay asco.
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