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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La guerra ha terminado

EL TRASLADO del Guernica desde París hasta el Museo del Prado ha sufrido una interminable demora -más de 44 años- y ha dado un largo rodeo por Nueva York. Pero la entrada en Madrid del gran lienzo -en todos los sentidos- de Pablo Picasso en la mañana del 10 de septiembre de 1981 no sólo significa la recuperación para el patrimonio artístico español de una pieza de singular valor, sino también un símbolo histórico de enorme trascendencia. La incorporación del Guernica a nuestra vida cotidiana podría ser anunciada, en un hipotético parte de paz, como la señal de que la guerra ha terminado."Toda mí obra", dijo una vez Pablo Picasso, "ha sido una lucha íncesante contra la reacción y contra la muerte". El cuadro, encargado por el Gobierno de la República para el pabellón español en la Exposición Internacional de París de 1937, fue pintado por el genial malagueño en poco más de un mes bajo la tremenda impresión del bombardeo en la mañana del 28 de abril de la vieja capital foral vasca, primer ensayo de operación bélica sobre la indefensa población civil de una ciudad abierta. Aunque la reducción partidista o localista del cuadro al motivo que lo inspiró limitaría su alcance y su grandeza, sería absurdo ignorar que el Guernica se inscribe en la tradición de la gran pintura épica y que, al igual que los Fusilamientos del 3 de mayo, de Goya, es indisociable del contexto histórico y del aliento moral que le dio vida. La voluntad de mostrar los horrores de la guerra, la irracionalidad y la barbarie de las matanzas entre hermanos, y el propósito de denunciar a los enemigos de la paz, vinculados en esa etapa histórica al ascenso del fascismo y el nazismo en Europa, fueron trascendidos pictóricamente por el talento de uno de los creadores más grandes de la historia del arte, pero permanecerán, a lo largo de los siglos, como legado moral y como testimonio histórico para las generaciones futuras.

Como es de sobra conocido, Pablo Picasso condicionó la plena posesión del Guernica -pagado en su día por el Gobierno republicano- por el Estado español a la restauración de la democracia en nuestro país. Las voces minoritarias que ponen en duda el cumplimiento de esa condición, bien por confundir las formas de Gobierno -monárquicas o republicanas- con sus contenidos; bien por arrogarse la capacidad de interpreiar la definición del término democracia, bien por temor al futuro o por insatisfacción con el presente, no pueden ahogar la opinión libremente expresada en las urnas por millones de ciudadanos ni las mociones votadas por las Cortes Generales de la nación. La democracia española es defectuosa e imperfecta y está sometida, como el 23 de febrero se encargó de demostrar, a graves amenazas. Pero los peligros de retroceso o de involución en el camino hacía un sistema más pleno, maduro y pacífico de convivencia no se conjuran con el procedimiento fetichista de mantener en Nueva York un amuleto, sino mediante el propósito resuelto de los españoles de defender sus libertades y sus derechos, entre los que se encuentra el de poseer y disfrutar ese símbolo artístico de una tragedia civil que es preciso superar.

El Guernica será instalado, el 25 de octubre, aniversario del nacimiento de Pablo Picasso, en el Casón del Buen Retiro, dependencia del Museo del Prado. A este respecto hay que señalar, a propósito de las protestas y reivindicaciones de malagueños, catalanes o vascos, que el cuadro, síntesis de todos los estilos picassianos anteriores a 1937 y obra de plena madurez de su genio, no viene a Madrid sino al Museo del Prado por voluntad expresa, de la que fueron testigos los familiares y los amigos del pintor, de Pablo Picasso.

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Sería lamentable que la polémica sobre la localización geográfica de la obra recuperada, aunque explicable por respetables emociones o por dudosas interpretaciones históricas, empanase la alegría de este simbólico acontecimiento y que las discusiones sobre la distribución territorial del poder en favor de las comunidades autónomas se interfiriesen ilegítimamente con un cuadro que no tiene que ver con las transferencias de recursos, de competencias y de funcionarios, sino con ese lugar de encuentro de las tradiciones pictóricas universales a lo largo de muchos siglos que es el Museo del Prado.

Y así como el sectarismo de algunos republicanos, el fanatismo de la ultraderecha o el particularismo contradicen el espíritu y el testimonio del Guernica, forzoso es señalar también que la buena nueva de esa recuperación no debería ser utilizada por el Gobierno y su partido para presentar como hazaña milagrosa o como gesta heroica lo que no ha sido sino el normal desempeño de las tareas por las que reciben sus emolumentos los funcionarios públicos. Queda ahora la delicada cuestión de la seguridad de un cuadro que ha entrado en Barajas sin póliza de seguro, pero con fuerte escolta de geos y guardias civiles. En lo que respecta a las obras de nuestro patrimonio artístico que viajan por el mundo sin póliza de seguro, acogidas a la economía del chocolate del loro y, a la benevolencia de la Providencia, habría que preguntarse si los políticos y funcionarios que adoptan tan impávidas decisiones estarían dispuestos a pagar, hasta la última peseta de su patrimonio, las consecuencias de una catástrofe. Y en cuanto a la seguridad del Guernica, eventual objetivo de la agresividad destructiva de fanáticos, exhibicionistas o dementes, sólo cabe confiar en que los procedimientos que se apliquen para su protección sean extendidos, de inmediato o a breve plazo, al resto de nuestro indefenso, expoliado y contaminado patrimonio artístico.

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