_
_
_
_
Entrevista:

Anna Walentinowicz: "Los sindicatos libres son la única esperanza para los países del Este"

Anna Walentinowicz fue la chispa que incendió la huelga del Báltico polaco, que luego culminó con la fundación del sindicato independiente Solidaridad, Su despido provocó el primer movimiento huelguístico, en el Astillero Lenin, donde trabajaba como conductora de una grúa. Anna Walentinowicz llegó ayer a España para intervenir en el programa de televisión La clave. Actualmente no ocupa ningún puesto directivo en el sindicato independiente, y discrepa con algunos métodos empleados por su presidente, Lech Walesa, "aunque en el fondo tenga razon con sus propuestas". Un enviado de EL PAÍS acompañó en su vuelo a Madrid a Anna Walentinowicz, que considera muy importante la llamada hecha por Solidaridad a los dirigentes de otros países socialistas, "porque los sindicatos libres son la única esperanza que tienen los países del Este de liberarse y alcanzar la dignidad humana, para que el pueblo pueda decidir sobre su porvenir".

El sábado 16 de agosto los trabajadores en huelga del Astillero Lenin decidieron poner fin a su acción y marcharse a casa, porque la dirección de la empresa había accedido a cumplir sus exigencias de mayor salario, readmisión de la obrera despedida Anna Walentinowicz y que no se tomarían represalias por los días de huelga. Cuando los obreros abandonaron el astillero, Anna se enteró de que en otros astilleros de la costa del Báltico la huelga continuaba, e inmediatamente se puso en movimiento a toda prisa para retener a sus compañeros y animarles a continuar una huelga de solidaridad."Corrí hacia la puerta y les grité que, si habían ido 16,000 a la huelga por mí, tenía derecho a pedirles ahora que continuasen la huelga. Uno me replicó que tenía que ir con su familia, que no podía continuar y perder el empleo. Yo no supe qué decir, estaba nerviosa y agotada por los días de huelga y me eché a llorar".

Entonces Alina Pinkowska, una enfermera de Gdansk, muy pequeña de estatura, se subió a un barril para arengar a sus compañeros. Se cerró la puerta, de salida y Anna corrió con Alina para cerrar con el mismo procedimiento una segunda puerta. En la tercera puerta encontraron a Lech Walesa, que se marchaba ya para casa, "Ie cogimos por la chaqueta y le hicimos volver. El comprendió la situación y así pudo continuar la huelga de solidaridad, no sólo, reivindicativa".

Misa en el astillero

De los 16.000 obreros del astillero sólo quedaban unos 2.000, y para agruparlos de nuevo se pensó en organizar una misa el domingo a la puerta. Anna explica que el cura Jankowski, el párroco de la zona donde está el Astillero Lenin, no quería decir la misa, "porque no estaba autorizada". Entonces le hicimos chantaje y le dije que, si no la decía él, ya teníamos otro cura para decirla. Después fuimos a ver al gobernador de la provincia, que nos pidió que le llamase el obispo, porque "yo en mi situación no puedo to mar la iniciativa".

A sus 52 años, Anna Walentinowicz encierra en su pequeño cuerpo toda una vida de opresión. Con el comienzo de la guerra mundíal, cuando sólo había podido acudir tres años a la escuela, perdió a su familia en Ucrania, que entonces pertenecía a Polonia y hoy forma parte de la Unión Soviética. Anna fue recogida por una familia, que la hacía trabajar de sol a sol, "por las noches fabricaban vodka en la casa y yo tenía que ir a cambiarla por víveres. Lo peor fue cuando la familia se fue a Gdansk y ocupó la finca de unos alemanes, al final de la guerra".

Anna trabajaba en el campo y por la noche tenía que dar de comer a todos y ordeñar las vacas que les habían dado con la ayuda norteamericana. Anna ni se atrevió a plantear a sus amos la posibilidad de ir a la escuela, o asistir un año al Servicio a Polonia, un montaje. de la época estalinista, que alentaba una cierta promoción social.

Las penalidades eran tan grandes que Anna llegó a pensar en la posibilidad del suicidio, "sólo la fe me mantenía, porque yo sabía que no se puede atentar, contra la propia vida. Cuando tengo penalidades, miró esta estampa".

Anna saca la cartera con una estampa de Cristo, con la corona de espinas, y se le llenan los ojos de lágrimas, al mismo tiempo que explica que "Él sufrió la tortura y su madre veía cómo le torturaban y nunca gritaba. Ella quería ayudarle y no podía. Yo muchas veces me he dirigido a la religión, a la fe, y encuentro en ella tranquilidad".

Un viejo le habló de que en el astillero buscaban gente para trabajar, y el año 1950, Anna empezó su aprendizaje. "Tenía un jefe que miraba lo que yo hacía y él cobraba, pero al fin tenía un trabajo y todas las noches rezaba para no perderlo".

En el astillero Anna inicia su proceso de toma de conciencia, "los eslóganes hablaban de justicia y de igualdad y yo quería ponerlo en práctica. En alguna reunión yo hacía referencia a esas palabras y luego venían las amenazas de la policía secreta. Yo me fui a quejar al secretario del Partido y me dijo que trataría el asunto con la ejecutiva, pero nunca tuve respuesta. Después me enteré que en la reunión dijo de mí que yo era una buena persona, pero el enemigo hablaba por mi boca".

En el astillero Anna se indigna, "porque los funcionarios del sindicato cogían el dinero destinado a gastos sociales y se lo gastaban en las quinielas".

En diciembre de 1970 se produjeron los incidentes en la costa del Báltico, que concluyeron con una matanza de obreros y varios policías muertos. Para Anna "aquello fue un grito de deseperacion y se vio que sin organización no es posible conseguir nada. Empezamos una huelga con ocupación del astillero, y yo me fui al sitio que más podía ayudar, en la cocina, pero no permitieron la entrada del camión con los víveres y allí me enteré de la capitulación. Después fueron necesarios diez años de trabajo para llegar a la organización de la huelga del año pasado".

Al concluir la revuelta de octubre de 1970, Anna forma parte de la comisión que negocia con las autoridades. "Nosotros no sabíamos que en Szczin les gritaron y amenazaron a los obreros, pero en Gdansk cambiaron de táctica. El ministro del Interior se echó a llorar y Gierek aprovechó aquel momento para pedir que le ayudásemos a sacar adelante el país. Nosotros nos fiamos de ellos, les creímos, y luego llevaron el país a una situación mucho peor".

Ante los muertos y las penalidades que pasó mucha gente Anna renunció a acudir a los tribunales para denunciar las represalias continuas que sufría en el trabajo. Le parecían poca cosa al lado de lo que sufrieron otros y también quería contribuir en cierto modo a la tarea de sacar al país de la crisis.

En los días de la huelga de agosto, un día tuvo miedo, "cuando unos compañeros que trabajaban en la telecomunicación nos dijeron que habían escuchado las conversaciones de la policía y decían que nos iban a sacar como se saca a las carpas de un estanque. Ya habían desalojado una cárcel y un hospital, preparados para recibirnos".

Anna no teme que vaya a producirse una invasión soviética en Polonia. "No la habrá, no la puede haber. Es la única amenaza que tienen contra nosotros, pero ¿cuántas veces hubo maniobras de esas en nuestro país?",

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_