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Ha muerto el compositor polaco Tadeusz Baird

Hace ocho meses, la música polaca perdía a Kazimiers Serocki (EL PAÍS, 22 de febrero). Muere ahora su compañero y cofundador del Otoño varsoviano, Tadeusz Baird, seis años más joven, pues había nacido en Grodzisk Mazowiecki, en 1928. Conocía Baird en Roma durante el Festival de la Sociedad Internacional de Música Contemporánea de 1959, cuando obtuvo un éxito resonante con sus cuatro ensayos para orquesta. Atraía su talante humano en el que se mez claban serenidad y rebeldía por partes iguales, sobre una estructura decididamente intelectual.

Formado musicalmente en la capital polaca, sobre todo, gracias a un potente esfuerzo autodidacta, siguó en la Universidad estudios de arte y musicología. Quiere decirse que Baird supo, desde muy joven, lo que quería expresar en cada una de sus obras y, el entrevisto fin de su evolución. En el centro de su idearlo, al igual que en el de otros muchos de sus coetáneos, dominaba una idea: la conquista de la libertad. Y una fidelidad, la aceptación consciente de sus raíces que como han escrito tantos comentaristas, habría que buscar en Szimanowski, no sólo por la voluntad expresivista sino, más aún, por la imaginación poético-colorista.

En los ensayos, según evidencia y propia confesión, el músico «aclopta muy libremente la técnica dodecafónica», camino disciplinario elegido por tantos para romper con el pasado y arribar a nuevas concepciones. Del mismo tiemp o son las Exposiciones variantes para violín y orquesta, a las que suceden Exhortación, para recitante, coro y orquesta, basada en viejos textos hebreos ( 1960), las Canciones de amor, para soprano y orquesta (1961). la Música epifánica, para orquesta (1963), Diálogos, para óboe y orquesta de cámara (1964), hasta lleoar a una síntesis estilística, de expresión conectada con el sentimiento romántico a partir de una actitud hondamente grave y dramática. Es el caso del Concierto lúgubre, para viola y orquesta, o las Elegías, escuchadas en el Festival de Poznan (1977).

Antes, el Estudio para orquesta vocal, percusión y plano (1967) apunta con firmeza el cimino desde supuestos estructuriles de gran vigor y a través de una poética sonora que busca instintivamente la belleza y, socialmente, la comunicatividad.

«Baird, el más eminente lírico musical después de Szimanowski», escribe Karl H. Wörner, «escribe música moderna y música bella, sin que el último concepto encierre iniención crítica o peyorativa. Recuerda a Alban Berg pero todo es en Baird más sencillo y transparente y, a pesar de su naturalidad, el resultado es de gran refinainiento».

Por encima de los procedimientos, la unidad estilística de la obra de Baird -tan varia, por otra parte- está decidida poi- su contenido emocional, enormemente fascinante gracias al sutil melodismo (entendido el términi a la manera contemporánea) y la personal imaginación sonora.

La música de Baird ha sido escasamente programada en España. Recuerdo una audición barcelonesa de las Canciones amorosas en el Festival de 1971. Y viene a la memoria -inevitablemente- su presencia en el jurado para el Festival de la SIMC, celebrado en Madrid en 1965, junto a Oscar Esplá, Roman Vlad, Jean-Claude, Eloy y Klaus Huber.

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