La coalición gubernamental de Bonn afronta un otoño clave para su supervivencia
Pocas veces han estado tan agitadas las aguas de la política como en este lluvioso verano alemán, que ya toca a su fin, y pocas rentrees se presentan tan azarosas como ésta. A los problemas económicos, en especial presupuestarios, que quitan el sueño a liberales y socialdemócratas desde hace meses, se suma ahora el revuelo provocado por las últimas decisiones en materia de rearme de la Administración Reagan, que han echado más leña al fuego de la polémica pacifista. Pese a los intentos de desacreditar al movimiento pacifista por parte de la oposición conservadora, que ve tras él la mano oculta de Moscú, crece día tras día el número de descontentos con el rumbo que Washington imprime a la política de defensa europea.
El pacifismo -el mal holandés, como lo llaman sus detractores- está resultando mucho más contagioso de lo que les gustaría incluso a muchos dirigentes socialdemócratas, y el reciente anuncio norteamericano sobre la bomba de neutrones no ha hecho sino caldear aún más un ambiente en el que las advertencias de políticos y editorialistas de Prensa sobre la necesidad, de mantener la cabeza fría no hacen sino caer en saco roto.Más de 1.200.000 ciudadanos (aproximadamente un número igual al de parados) han suscrito hasta ahora el llamado manifiesto de Krefeld contra el rearme occidental desde que se lanzó el 16 de noviembre de 1980.
De poco han servido las admoniciones de algunos políticos socialdemócratas a sus correligionarios en el sentido de que dicho llamamiento es fundamentalmente antioccidental y está inspirado por el Partido Comunista alemán.
Manifiestos pacifistas
Hay, sin embargo, quienes, más recelosos, se inclinan por colocar su firma al pie de cualquier otro de los manifiestos pacifistas que, lanzados por sindicatos, grupos cristianos de base o iniciativas ciudadanas, proliferan últimamente como hongos.Mientras tanto, algún personaje tan conocido como el general retirado del Ejército alemán Gert Bastian se ha metido de cabeza en la polémica, al acusar al propio Gobierno de falsear los datos referentes a la relación de fuerzas entre la OTAN y el Pacto de Varsovia, para justificar la instalación en Europa occidental de los 572 euromisiles norteamericanos como respuesta a los SS 20 soviéticos.
Y la discusión, especialmente viva en el campo socialdemócrata, afecta de modo creciente también al Partido Liberal (FDP), un miembro de cuya presidencia, el veterano William Borm, de 86 años, acaba de lanzar un duro ataque contra su jefe, el ministro de Asuntos Exteriores, Hans-Dietrich Genscher, culpable, según él, de dinamitar la política de distensión y tratar de convertir a Alemania Occidental en una colonia yanqui.
Pues, curiosamente, en este tema, la izquierda, ya sea socialdemócrata, marxista o liberal, o simplemente ecologista, hace profesión de fe de un nacionalismo cada vez más evidente ("exijamos derecho de veto sobre las armas nucleares en nuestro territorio") frente al proamericanismo de los cristianodemócratas, que confían ciegamente en el escudo protector de Washington.
Polémica presupuestaria
Pero si caldeado está el ambiente en la sede de los partidos y en la calle por la bomba de neutrones y los nuevos euromisiles, más peligroso para la continuidad de la coalición socialdemócrata-liberal es el tema económico, en la que los dos partidos defienden puntos de vista en principio difícilmente conciliables sobre el modo de enjugar el déficit público más alto de la historia del país y superar la crisis económica. Los socialdemócratas se resisten a recortar el volumen de las prestaciones sociales en la medida en que lo exigen los liberales e insisten en la necesidad de una política estatal de inversiones para reactivar la economía y combatir el paro, mientras que, para sus compañeros de coalición, la única salida consiste en fomentar la iniciativa privada, reduciendo la presión fiscal sobre las empresas así como sobre el ciudadano.Muchos socialdemócratas parecen haber llegado por fin a la conclusión de que también el Estado benefactor tiene sus límites, por lo que es preciso poner coto, de alguna manera, a los innumerables abusos cometidos al amparo de la tupida red social.
Ahora bien, en un momento del crecimiento del paro -la media para 1981 y 1982 se calcula entre 1.300.000 y 1.500.000 personas, y para 1985, los más pesimistas hablan ya de dos millones-, recortar el presupuesto dedicado a este sector, lo mismo que pretender que el enfermo cargue con buena parte de los gastos de la Seguridad Social o regatearle al trabajador las prestaciones que recibe por enfermedad, equivale a una declaración de guerra a los poderosos sindicatos, que son el más importante pilar electoral de los socialdemócratas.
La propuesta reciente del canciller Helmut Schrnidt de introducir un impuesto adicional de carácter extraordinario y limitado en el tiempo, como en otras situaciones nacionales de emergencia, dio motivo al ministro Genscher para insinuar públicamente que si los socialdemócratas se empeñaban en ese camino, la coalición peligraría.
No deja de ser significativo el que, precisamente por esos días, se filtrasen a la Prensa las conclusiones de una encuesta confidencial encargada por el propio FDP de Genscher, según las cuales un cambio de alianza de los liberales perjudicaría sólo mínimamente a este partido.
Esa especie de globo sonda coincidió también con las declaraciones de algunos cristianodemócratas en el sentido de que era muy poco lo que los diferenciaba, en, lo económico, del FDP. Según otros análisis, con sus últimas intervenciones públicas, especialmente críticas hacia sus companeros de coalición, el astuto Genscher trataba de matar varios pájaros de un tiro: buscaba atraerse al sector más liberal del electorado, que vota tradicionalmente a los cristianodemócratas; advertía a los socialdemócratas contra cualquier tentación de ir demasiado lejos en sus pretensiones, y, gracias a todo ello, conseguía perfilarse como el hombre que lleva aquí en realidad la voz cantante.
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