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La aportación de Dalí al surrealismo, clave para entender la estética española de vanguardia

Conclusiones del curso sobre arte celebrado en la Universidad Menéndez y Pelayo

La aportación de Salvador Dalí al surrealismo y al arte pictórico en general constituye una de las claves más importantes para entender la solidez y el prestigio de la vanguardia estética española. Entre otras, ésta es una de las conclusiones del curso que sobre arte surrealista se ha celebrado en la Universidad Internacional Menéndez y Pelayo, de Santander. A lo largo de ese ciclo, un grupo de pintores, críticos y profesores firmaron un manifiesto reivindicando aquella signifícación de Dalí, y hubo un gran número de conferencias relativas a la referida aportación del artista de Cadaqués.

El curso de arte de la Universidad Internacional Menéndez y Pelayo, de Santander, que se ha celebrado entre los pasados días 3 y 15 de agosto, ha versado este año sobre el surrealismo. La elección del tema viene condicionada por el deseo de conciliar la reflexión crítica con cierta actualidad. En el curso de 1979, el tema monográfico fue Picasso, como un primer acto de homenaje en vísperas de la celebración del centenario del nacimiento del pintor español. En el actual, con el surrealismo, se ha querido resaltar, sobre todo, la fundamental aportación al mismo de artistas españoles, pero muy especialmente la de Salvador Dalí, tras el éxito internacional de su exposición retrospectiva en París y Londres.En realidad, además de Dalí, han sido muchos los artistas españoles que participaron muy activamente en el surrealismo, tanto desde nuestro país como desde la propia plataforma de París. Ahí están, por ejemplo, los nombres de Miró, Oscar Domínguez, Remedios Varo, Esteban Francis, Luis y Alfonso Buñuel, Maruja Mallo, José Caballero, González Bernal, Joan Massanet, Angel Planells, A. Ponce de León, etcétera, y eso que tan sólo citamos a los plásticos, porque si incluyéramos a los poetas, la lista sería interminable. En este sentido, vuelvo sobre el juicio de un especialista como Bodini, que afirma lo siguiente: «En un plano, la absoluta carencia teórica e ideológica...; en otro plano, en cambio, tal cantidad de surrealismo realizado poéticamente que tiene poco que envidiar a la poesía francesa correspondiente».

El surrealismo español tuvo, en efecto, importantes focos de irradiación en Barcelona, Madrid, Zaragoza y Tenerife, aunque sólo este último obtuviera el reconocimiento oficial de Bretón. En cualquier caso, lo importante, como se ha puesto de manifiesto en el curso celebrado en Santander, es que los españoles, de manera más o menos ortodoxa, parecían sentirse a gusto con esta poética de lo delirante. A este respecto, mirando hacia atrás se citaron ejemplos ilustrativos de épocas pasadas -El Bosco, Quevedo, Gracián, Goya-, pero también de las prolongaciones del surrealismo tras la segunda guerra mundíal, como la del célebre movimiento catalán Dau al Set, cuya historia y significación ideológica fue ampliamente glosada en el curso por Arnau Puig, que fue, con el poeta Brossa, el teórico del grupo.

Actitud revolucionaria

España, pues, tierra de surrealismo y de surrealistas, pero, siendo esto importante, no ha sido lo único tratado en Santander. Lógicamente, se plantearon otros muchos problemas generales, comenzando por el repaso histórico que hizo de las principales etapas del surrealismo Antonio Bonet, director del curso, hasta otras cuestiones más puntuales: La teoría artística del surrealismo, El surrealismo y la máquina, La ciudad surrealista, Los surrealistas y el cine, El surrealismo y la pintura en Nueva York, Panorama vital del surrealismo, Chirico y la fundación del surrealismo, conferencias que fueron pronunciadas, respectivamente, siguiendo el orden con que las he ido enumerando, por Francisco Calvo Serraller, Víctor Nieto Alcaide, Juan Antonio Ramírez, Emilio Sanz de Soto, Juan Manuel Bonet, Eduardo Westerdahl y Maurizio Fagiolo dell'Arco. En este apartado de análisis generales todos los ponentes coincidieron en la consideración del surrealismo más como una actitud revolucionaria que como una tendencia artística determinada, lo que explicaría la versatilidad, movilidad y capacidad de supervivencia de este movimiento.Concretando algo más el contenido de las conferencias en este apartado de definiciones generales podría destacarse, en la pronunciada por Víctor Nieto -El surrealismo y la máquina-, el perspicaz análisis a que en ella se somete la evolución del concepto de máquina entre los surrealistas, desde las primeras nociones de Duchamp, en las que el objeto mecánico es desnaturalizado mediante la ironía, hasta las de Dalí sobre las maquinas pensantes, que son «máquinas inútiles pero reales, sin función práctica alguna pero con la apariencia de auténticos objetos mecánicos», lo que, según el conferenciante, constituye «un intento de superación de la propia imagen surrealista».

J. A. Ramírez -La ciudad surrealista- subrayó, por su parte, el distanciamiento crítico de los surrealistas ante la arquitectura, a la que consideraron, junto a la música, de interés muy secundario; no obstante, Ramírez planteó cuatro vías de acceso al tema, lo que rechazaban los surrealistas del modelo racionalista; aquellos ámbitos de la ciudad histórica en los que se reconocían; las imágenes arquitectónicas que aparecen visualizadas en los cuadros surrealistas, y, por último, la arquitectura surrealista construida con principios surrealistas.

Experiencias cinematográficas

Los surrealistas y el cine, de Emilio Sanz de Soto, aportaba un tema especialmente querido por el movimiento de Bretón, que, al menos teóricamente, defendió desde el principio la validez del séptimo arte. Sanz de Soto hizo un catálogo muy completo de todas las veces que los surrealistas intervinieron de una u otra manera en experiencias cinematográficas, desde Man Ray y Duchamp como antecedentes, hasta Artaud, Soupault, Peret, Desnos, Breton y, naturalmente, Luis Buñuel, tratado con la amplitud que se merece el único creador que supo desarrollar hasta sus últimas consecuencias un cine surrealista. Eduardo Westerdahl, protagonista de la facción surrealista de Tenerife, como la llamó Domingo Pérez Minik, planteó un tema esencial para el surrealismo: La vida como arte, pues este movimiento pretendió crear un nuevo tipo de hombre. Basándose en ello, Westerdahl expuso el modo que tuvieron los surrealistas de ver el mundo: la naturaleza, los animales, el hábitat, el objeto, la mujer, los alimentos, los juegos, etcétera, todo ello desde el punto de vista surrealista.Ya en el terreno de la estricta evolución pictórica se dieron dos interesantes conferencias: una sobre los orígenes de la misma, que, según demostró Fagiolo dell'Arco, lo debe casi todo a De Chiríco; la segunda, a cargo de Juan Manuel Bonet, sobre la influencia de los pintores surrealistas, exiliados en América, en la creación de la escuela de Nueva York. De la pintura surrealista también trató, en fin, Georges Raillard, analizando la importantísima figura de Miró, el cual, junto a Masson y Ernst, creó el primer lenguaje pictórico genuinamente surrealista.

Más allá de la insidia

Con todo, la figura central del curso fue Dalí, ya que se le dedicaron tres conferencias -Santos Torroella, Ignacio Gómez de Liaño y Angel González- y ocupó gran parte del desarrollo de otras. En todas ellas se sometió a la obra del pintor catalán a un análisis riguroso, totalmente ajeno al mediocre tono insidioso con que se le suele tratar últimamente en nuestro país. Aprovechando este espíritu, se redactó un manifiesto, firmado por diversas personalidades, en el que se le expresaba al genial pintor una profunda admiración y se salía al paso de las tergiversaciones con que se ha manipulado su figura.

Asistencia masiva

Por último, hay que resaltar la presencia de varios artistas en el curso -Maruja Mallo, José Caballero, José Hernández, Guillermo Pérez Villalta y Carlos Alcolea-, que intervinieron con ponencias o animando los coloquios, así como tampoco conviene olvidar la masiva asistencia de oyentes, que obligó a cerrar la matrícula el primer día por falta de espacio físico para albergar a tanta gente en el aula. Esto último es, sin duda, la mejor demostración de la respuesta popular a una universidad que, en su nueva etapa, ha sabido vitalizar la cultura, rescatándola del academicismo, la burocracia y el aburrimiento. En este sentido, se ha visto muy claro la diferencia abismal entre una concepción cultural de invierno y otra de verano. ¿Será cuestión, pues, de revolver las estaciones para reanimar nuestra moribunda universidad?

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